Frente al creciente aislamiento en que se
haya sumido Damasco, el respaldo ruso es percibido como la garantía de
que la comunidad internacional no actuará con una sola voz en la crisis
siria.
El fantasma de una intervención como la de Libia planea sobre las calles de la capital.
"Sabemos que los rusos son nuestros amigos, y que nunca nos van a
dejar caer", señala a Efe el joven Ali al Yafar mientras agita la
bandera tricolor rusa por la ventanilla de un coche.
Otros
jóvenes como él circulan por Damasco con enseñas sirias y fotos de Al
Asad, en un clima de exaltación patriótica que altera la aparente
normalidad que se vive en la capital, con familias paseando y los
comercios abiertos de par en par.
Los opositores a Al Asad no
ocultan que la incapacidad del Consejo de Seguridad para actuar de común
acuerdo es un balde de agua fría para sus aspiraciones.
Como
reconocía a Efe una simpatizante de la oposición que pidió no ser
identificada, aunque el bloqueo ruso se esperaba, el fracaso en hallar
un apoyo fuerte en Naciones Unidas aleja todavía más el final del
conflicto.
Según Moscú, el proyecto de resolución que se votó
ayer en el Consejo de Seguridad, y que fue vetado por Rusia y China, "no
contemplaba (...) las exigencias a la oposición siria para que
renieguen de los elementos extremistas que han optado por la violencia".
Sin embargo, Rusia deberá definir todavía más su postura en la
esperada reunión que el próximo martes mantendrán con Al Asad en Damasco
con su ministro de Asuntos Exteriores, Serguéi Lavrov, y el jefe del
Servicio de Inteligencia Exterior, Mijail Frádkov.
Siria es
uno de los pocos aliados estratégicos que le restan a Rusia en Oriente
Medio, además de ser su puerta al Mediterráneo a través del puerto de
Tartús, que cobija la única base naval rusa en este mar.
A la
espera de novedades, los damascenos intentan proyectar una sensación de
normalidad para el forastero, pero no hace falta rascar muy hondo para
descubrir que la inquietud y el temor a una guerra civil se halla en
todos los pensamientos.
Ahmed, que se declara partidario del
presidente, mide mucho sus comentarios al comenzar a hablar. No en vano,
son muchos años de práctica en calcular cada palabra.
"En la
capital todo está tranquilo. La situación ha mejorado mucho en los
últimos días y todo está volviendo a la normalidad", asegura.
Poco a poco, reconoce que hay ciertos barrios de mayoría suní en la
ciudad donde la situación no es estable y que en la periferia de la
capital continúan los combates.
Finalmente, concede que en
algunas ciudades como Deraa (sur), donde un hermano suyo se encuentra
peleando en las filas del ejército, la situación está fuera de control y
los choques con los rebeldes se libran calle por calle.
"Sufro mucho por mi hermano. Quería regresar hoy a Damasco, pero hay
puestos de control de los radicales en la carretera y no ha podido
hacerlo, es demasiado peligroso", explica Ahmed.
Pese a todo,
tiene claro que no quiere que su país "se convierta en un nuevo
Afganistán", donde los islamistas radicales puedan llegar a alcanzar el
poder en medio de la violencia.
Para él, como para tantos y tantos sirios, lo que sucede en su país es como un sueño.
"No me puedo creer que esto esté sucediendo en Siria, nosotros no
somos así", clama Ahmed, sumido en un estado de negación al cual nadie
es ajeno en Damasco.
Pero la realidad, pese a que los cafés de
moda continúen abiertos en la capital, es que la violencia no decrece:
al menos una treintena de personas murieron hoy, la mayoría en la
provincia central de Homs, que se ha convertido en el principal feudo de
los rebeldes, según la oposición. EFE
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