Aumenta la tensión en el Golfo Pérsico

Foto de AP

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Una escalada, hasta ahora diplomática, aunque con fuertes ruidos de armas ha vuelto a dominar la escena internacional y tiene como epicentro Oriente Próximo. La situación en Siria, cercana a la guerra civil, se agrava debido a las intenciones golpistas de ciertos círculos occidentales. En Egipto se suceden las manifestaciones contra el gobierno militar. En Libia no se apagan los combates entre los partidarios y los opositores al nuevo régimen.

Por su parte, en el Golfo Pérsico la beligerancia llega hasta extremos muy delicados. Irán y Estados Unidos son los principales actores de un conflicto que los excede. En realidad, el mundo entero se ve involucrado en este aumento de la tensión que podría concluir en una guerra por el poder y los recursos naturales de una de las zonas más inestables del planeta.

Tras el anuncio del bloqueo a las importaciones de crudo del país persa, encabezado por Estados Unidos al que seguirán progresivamente los 27 países de la UE, Irán respondió anunciando un posible cierre definitivo del estrecho de Ormuz. Este paso es la ruta marítima más importante de exportación de gas y petróleo del Golfo Pérsico, ya que por ella circula el 35% del crudo mundial. A su vez, EE UU afirmó que no permitirán el cierre y enviaron varios buques a la región para realizar maniobras militares. Los británicos y los franceses hicieron lo propio.

Esta situación genera gran inestabilidad en el sistema internacional, debido a los intereses que pone en juego. Entre ellos destaca la posibilidad de que Irán se haga con la capacidad de desarrollar armamento nuclear. Ante este escenario, EE UU no descarta la vía militar para hacer frente a la República Islámica, incluso “empujando” a Israel a comenzar la confrontación.

El objetivo principal de Estados Unidos consiste en cambiar el régimen de gobierno en Irán para desactivar su programa nuclear y así lograr el control de todo Oriente Próximo, una región rica en petróleo. Sin embargo, para conquistar este objetivo, primero debe derrocar al presidente Bashar Al Assad en Siria, principal aliado político de Irán. Actualmente Siria es la clave geopolítica de la región. En caso de que Occidente no logre derrocar al gobierno de Damasco, el presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad, encontrará una valiosa vía de escape hacia el mar Mediterráneo poco después de que Estados Unidos se retire de Irak. Por ese motivo, parte de las tropas norteamericanas evacuadas de Irak se han relocalizado en bases en Jordania, justo en la frontera con Siria.

La Federación Rusa no es ajena a este conflicto ya que mantiene estrechas relaciones tanto con Irán como con Estados Unidos. Por este mismo motivo no le conviene que el conflicto continúe su escalada. El Kremlin insiste tenazmente en mantener la negociación entre el “Grupo 5+1” (los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU más Alemania) y la República Islámica para lograr un acuerdo sobre la utilización por parte de Irán de uranio enriquecido para fines civiles. Teherán acaba de reiterar su predisposición, que ha sido confirmada por la reciente delegación de la OIEA.

Rusia está en contra de cualquier tipo de sanciones que le puedan ser impuestas a Irán ya sea unilateralmente o mediante Naciones Unidas. No hay pruebas suficientes para demostrar que el programa nuclear iraní tenga como objetivo la obtención de armas de destrucción masiva, y no hay razones para que sea reprimido por ningún Estado u otra organización internacional. Sin embargo, el “Grupo 5+1 no ha logrado resultados visibles a pesar de la voluntad de negociar expresada por la República Islámica. El ministro de Asuntos Exteriores iraní, Ali Akbar Salehi, propuso Turquía como próximo lugar de encuentro del sexteto y espera la confirmación por parte de  EE UU, quien debería, según Irán, sentarse  a negociar sin condiciones previas.

En caso de que el conflicto llegue a un nivel de confrontación bélica, Rusia se vería en una postura bastante incómoda. Irán es uno de sus principales aliados en materia energética. Uno de los centros de investigación atómica más importantes del país musulmán, la central de Bushehr, es producto de la cooperación con Rusia. Por otra parte, el proyecto de construcción del oleoducto  (BTC), entre Bakú, Tbilisi y el puerto turco de Ceihán en el Mediterráneo, impulsado por Turquía y EE UU ha fortalecido la cooperación entre Moscú y Teherán. Ambos países ven dicho proyecto como una amenaza directa a sus intereses energéticos. Además, este vínculo especial permite a Rusia aumentar su capacidad de influencia en la política de Oriente Próximo.

Sin embargo, no todo es cooperación en esta relación bilateral. Rusia e Irán mantienen algunas discrepancias en cuanto a sus proyecciones sobre el Mar Caspio y a la situación en la zona del Cáucaso Sur, donde Irán se ve como líder regional y Rusia debe competir para demostrar la vigencia de su poder histórico. Si bien esta zona se encuentra actualmente medianamente estable, existe una puja por las alianzas con las ex-repúblicas soviéticas del Cáucaso con el fin de mantener lazos comerciales y militares en la región, donde también confluyen intereses turcos, norteamericanos y árabes.

Por estos motivos, la Federación Rusa apoya a Irán en el desarrollo de su plan nuclear, pero siempre y cuando éste persiga fines pacíficos. De no ser así, Rusia estaría obligada a contemplar al país persa como un rival mucho más poderoso, capaz de disputar el poder no sólo en las áreas mencionadas, sino sobre toda la región de Asia Central.

En cuanto a la relación con Estados Unidos, el Ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguéi Lavrov,  afirmó que “la guerra fría se acabó hace tiempo”. Sin embargo, la disputa en torno al escudo antimisiles en Europa ha hecho aumentar la percepción de EE UU como amenaza, ya que Washington no quiere ofrecer garantías jurídicas de que el sistema no está dirigido hacia Moscú. Si bien ellos argumentan que está pensado para contrarrestar un ataque iraní, por su ubicación y alcance, presenta un riesgo real para las fuerzas nucleares estratégicas rusas.

En caso de que se desatara una guerra, sería muy difícil que Rusia se mantuviera al margen, por lo que no puede arriesgarse a perder capacidad de disuasión nuclear frente a ningún país. Ante esta situación, el Ministerio de Defensa ruso ya ha comenzado la preparación de los Ejercicios Estratégicos de Mando y Estado Mayor (EEMEM), cuyo objetivo es entrenar a las Fuerzas Armadas ante un eventual combate como resultado de un ataque norteamericano a Irán o ante la posible  escalada de algún conflicto en la región del Cáucaso Sur.

Todo depende de cómo evolucione la situación alrededor del cierre del estrecho de Ormuz, y, sobre todo, de la persistencia del conflicto en Siria, en donde Occidente se aprovecha del desorden y la guerra civil para justificar su presencia en la zona. Por su parte, Rusia sostiene que es inadmisible una intervención militar extranjera en Siria y, junto con China, no prevé sanciones al régimen desde el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Serguéi Lavrov explicó que Rusia busca una “solución diplomática” y apoyó la iniciativa de la misión de observadores de la Liga Árabe para intentar estabilizar la región. El titular de la diplomacia rusa acaba de puntualizar que no se trata de derrocar o no derrocar a Assad, sino de permitir que los sirios resuelvan sus problemas sin ningún tipo de intromisión, al contrario de lo que ocurrió en Libia.

En estos días de agitadas negociaciones en la ONU sobre hipotéticas sanciones a Damasco, Rusia dio otra contundente prueba de su firmeza. Durante su visita oficial en Australia, Lavrov no respondió a una persistente Hillary Clinton, que pretendía la adhesión de Moscú a un proyecto de resolución de la ONU que implicaba la petición de renuncia a Assad, el presidente sirio.

Lavrov justificó su comportamiento afirmando que su agenda de reuniones en Australia no le permitió atender las llamadas de Clinton. Aunque subrayó: “A fin de fuentas, los embajadores están ante la mesa de negociación y discutir a esta distancia algunas comas y correcciones de estilo no es, seguramente, el mejor método”.

Sergio G. Caplan es investigador del Centro Argentino de Estudios Internacionales.

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