Foto de AFP / EastNews
El movimiento de protesta surgido, para muchos inesperadamente, como consecuencia del descontento provocado por los resultados de las elecciones parlamentarias del 4 de diciembre, desembocó en dos masivas manifestaciones en Moscú, las más grandes en los últimos quince años. Posteriormente, dicho movimiento “se retiró” a pasar las vacaciones de fin de año. El “silencio” político que ha reinado en Rusia desde finales de diciembre hasta mediados de enero aún no ha tocado a su fin. Aunque podría favorecer a que la situación se relajase. Por otra parte, las “revoluciones” realmente ineludibles no suelen cogerse “vacaciones”. En este sentido, podría resultar demasiado precipitado hablar de una revolución en Rusia.
Además, hay otros factores que impiden el aumento de las acciones masivas de protesta. En primer lugar, la falta de organización y de unidad interna. Hasta ahora, ha sido la crispación lo que ha ensamblado a los “habitantes urbanos irritados”, tal y como los calificó Vladislav Surkov, el exideólogo del Kremlin. Estas personas, surgidas como resultado de una época relativamente “opulenta” del gobierno de Vladímir Putin, están descontentas con las formas políticas predominantes en el país. La nueva clase media rusa no sólo está descontenta con los resultados de las pasadas elecciones (considera que ha habido infracciones, totalmente descaradas y torpes, como en tiempos pasados), sino que también cree que el actual sistema de partidos políticos no refleja sus preferencias políticas. Según parece, los partidos de la oposición no representan a toda la gama de posiciones en contra del gobierno. Además, tras conseguir sus escaños parlamentarios estos partidos no tardaron mucho en proclamarse ajenos al movimiento de protesta callejera. Podemos afirmar con seguridad que no sólo no habrá unión, sino que tampoco habrá coordinación entre los que protestan en la calle y la oposición parlamentaria.
En estos momentos, la tarea de la oposición de la calle consiste en empezar a coordinar acciones por su cuenta. Para ello necesitará crear un nuevo movimiento, más potente y, posteriormente, un partido político como instrumento de lucha política y reivindicación de sus exigencias.
Según parece, la administración, presionada por las manifestaciones, está creando las condiciones jurídicas necesarias para que se desarrolle la vida política en el país. Antes, para crear un partido político había que reunir 50.000 miembros en la mayoría de las regiones del país y el Ministerio de Justicia comprobaba celosamente toda la documentación. Ahora basta con reunir 500 miembros, 10 en cada región. Crear un partido se ha vuelto mucho más fácil. Teniendo en cuenta la tradicional incapacidad de la oposición democrática rusa para ponerse de acuerdo, se puede pronosticar que en el futuro próximo aparecerán decenas de pequeños nuevos partidos que lucharán entre sí para obtener votos. Recordemos que la barrera del 5% para entrar en la Duma Estatal no ha sido suprimida, así que al dispersarse, los votantes de la oposición podrían quedar sin representación parlamentaria. Es algo que ya ocurrió en los años 90, cuando ante la existencia de un gran número de partidos, casi la mitad de los votantes no vio a sus representantes formar parte de las listas de los diputados.
Sin embargo, el mero hecho de tener una representación a través de “un partido propio” podría frenar los movimientos de protesta callejera, ya que los partidos pequeños podrían jugar el papel de válvula de escape.
Además, otro de los grandes lastres del movimiento de protesta consiste en la ausencia de líderes claros, alguien como Borís Yeltsin a finales de los años 80. El multimillonario Mijaíl Prójorov no parece estar muy preparado para desempeñar este papel. No sólo porque mucha gente en Rusia no aprecie a los ricos, especialmente a los que crearon su capital en la privatización de los años 90, sino también porque el propio Prójorov no se ha comportado como un líder político fuerte. En su corta experiencia como presidente del partido Causa Justa, durante el verano de 2011, cometió los típicos errores de los políticos aficionados.
Tampoco el exministro de finanzas Alexéi Kudrin, que últimamente declara con más insistencia y frecuencia sus ambiciones políticas, parece valer para el papel de “líder de masas”. Ha estado demasiado tiempo al lado de Putin y no oculta que mantiene con él buenas relaciones personales. Algunos analistas hablan de la posibilidad de que el popular blogger Alexéi Navalni sea la nueva “estrella” de la política rusa. Ganó popularidad desenmascarando la corrupción reinante en las empresas públicas, pero de momento se conoce poco fuera de Internet. Además, asusta a muchas personas de la oposición debido a sus ideas abiertamente nacionalistas.
Por lo tanto, la “oposición callejera” no tiene un líder, ni siquiera un grupo de líderes reconocidos. Debido a esto, existe una gran probabilidad de que las protestas vayan a menos.
Al mismo tiempo, las protestas también podrían ir apagándose porque carecen de una plataforma común. Toda esta gente está descontenta con Vladímir Putin y con el presidente de la comisión electoral Vladímir Chúrov, pero no hay unidad respecto a lo que hay que hacer en el país, ni a cómo hay que hacerlo. Podría ser un nuevo partido el que se dedique a elaborar la estrategia, el programa y la táctica, pero para que ello es imprescindible que los representantes del movimiento de protesta se dediquen al tedioso trabajo de organizarlo. Demostraría una milagrosa capacidad de compromiso, hasta ahora impensable para la oposición democrática rusa.
También hay otras circunstancias. Nadie se ha unido a las protestas de los representantes de la clase media relativamente opulenta que vive cómodamente en Moscú ni a los empleados de oficina (el llamado “planctón de oficina”). Vladímir Putin sigue contando con el apoyo de diferentes sectores sociales. Todavía no ha empezado su campaña electoral, pero conserva una gran ventaja respecto al resto de los candidatos. El nivel de apoyo a Putin supera el 40%, mientras que su adversario más importante, Ziugánov, líder de los comunistas, sólo cuenta con el 10%, aproximadamente.
Por lo tanto, lo más probable es que el poder de Vladímir Putin no se vea amenazado seriamente a corto plazo.
Las mayores dificultades para las autoridades vendrán después de las elecciones presidenciales. Pero no estarán tan relacionadas con los movimientos de protesta, sino con el crecimiento de los problemas económicos y con la necesidad de tener que tomar decisiones poco populares para modernizar una economía y una infraestructura heredadas de la URSS. Además, dentro de poco el gobierno podría verse obligado a subir los impuestos y a aumentar la edad de la jubilación. Debido a la actual coyuntura internacional y a una posible bajada de los precios del petróleo, podrían surgir problemas relacionados con el cumplimiento de las numerosas obligaciones sociales. Aunque seguramente esto no será un problema en 2012, sino en los próximos años.
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