Ignorancia voluntaria

Foto de Itar Tass

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Las prestigiosas publicaciones internacionales no quieren adentrarse en los detalles de la realidad rusa, y eso es algo que, en ocasiones, lleva a que saquen conclusiones absurdas. Esta percepción no está condicionada por prejuicios, sino por simple pereza intelectual.

Como era de esperar, los acontecimientos del pasado diciembre provocaron un nuevo brote esporádico en la prensa internacional por conocer lo que ocurre en Rusia. En particular, me he visto interrogado varios días consecutivos por prácticamente todos los medios de comunicación francófonos que, para mi creciente sorpresa, habitualmente prestaban más atención a cuestiones secundarias y no hacían el más mínimo intento por comprender la esencia de esta expresión de actividad civil sin precedentes en la sociedad rusa.

Esto se hizo especialmente evidente después del mitin en la avenida Sájarov (el 24 de diciembre), cuando mis interlocutores, como si se hubieran puesto de acuerdo, sólo se interesaban por Alexéi Navalni como figura política y por las consecuencias del gesto de Mijaíl Gorbachov, que propuso a Putin dimitir.

 
Siempre respondí que los aplausos de la plaza Bolótnaya y su carácter pasional no convertían automáticamente a Navalni en un líder reconocido de la oposición. Estuve intentando explicar que en Rusia, donde la mayor parte de la población sigue, como de costumbre, apoyando a Putin,  no se necesitan llamamientos para tomar el Kremlin por asalto, por más que esté “lleno de pícaros y ladrones”. Lo que se necesita es un trabajo meticuloso y consciente para crear una oposición basada en programas que expresen y defiendan los intereses de un determinado estrato social, y no sólo lemas. Y es precisamente por ello por lo que considero, con todo mi respeto por Mijaíl Gorbachov, que su petición a Putin no es más que palabrería.

Intenté atraer la atención de mis colegas extranjeros hacia la propuesta de Alexéi Kudrin y su programa de acción, que aboga por el desarrollo paulatino de la sociedad civil. Al mismo tiempo, he subrayado que ni Navalni ni Kudrin son líderes, sino síntomas de procesos que están empezando a desarrollarse en la sociedad. Pero todos mis intentos chocaban irremediablemente contra la irritante impaciencia de mis interlocutores, que volvían obstinadamente sobre sus cuestiones iniciales sin intención de desviarse hacia un análisis más profundo de la situación. Es más, cuando fuera del marco de la entrevista intentaba explicarles con más detalle la esencia de mi posición, mis colegas extranjeros no prestaban la menor atención a mis argumentos, claramente convencidos de que era superfluo hablar de fenómenos que les parecían desprovistos de llamativos efectos visuales.

En los últimos días, esta obstinada falta de curiosidad ha llevado a muchas publicaciones respetables a extraer conclusiones cuya absurdidad se ve agravada por su carácter categórico.

 
Valga como ejemplo el prestigioso semanario estadounidense Business Week, que decidió que sólo el excampeón del mundo de ajedrez, Gari Kaspárov, podía ser un líder importante de la oposición rusa. Y todo ello porque “Kaspárov es el único representante de la oposición que goza de reconocimiento internacional”. Otra publicación estadounidense, Chicago Tribune, decidió atribuir a Vladímir Putin un profundo conocimiento del tratado de Sun Tzu “El arte de la guerra”, algo que, según el periódico, se demuestra por el hecho de que nuestro “líder nacional”, en la línea de las recomendaciones del pensador chino, “utiliza en contra de sus adversarios la falta de organización que les caracteriza”. Pareciera que sin Sun Tzu, Putin fuera incapaz de darse cuenta de los  interminables y absurdos conflictos que afloran entre sus críticos.

Esta, por decirlo así, ignorancia voluntaria, es propia no sólo de los medios de comunicación internacionales, sino también de las administraciones políticas. Las pocas ganas de profundizar en los detalles de una u otra realidad nacional conduce irremediablemente a que los países occidentales en Libia, como Rusia en Osetia del Sur o Transnistria fracasen hasta el punto de rozar el ridículo.

 
En cuanto a la imprecisa percepción de Occidente respecto a Rusia, no tiene absolutamente nada que ver con prejuicios malintencionados sino que es el resultado de pereza intelectual. Con esta opinión me arriesgo a provocar la indignación de los partidarios de la teoría de la “eterna confabulación universal” en contra de nuestro país. En cualquier caso, aunque de manera involuntaria, la propia Rusia tiene una parte importante de culpa; durante setenta años el país permaneció impermeable al mundo exterior, que solo podía conocer sus procesos sociales a través de los inventos de la sección ideológica del Comité Central del Partido Comunista.

A pesar del carácter abierto de la sociedad rusa, hoy en día Occidente sigue viendo al país a través de los clichés, sean estos positivos, negativos o neutros, pero clichés en definitiva. Hay una lista de  tópicos que, aparte de ser habituales, no exigen ningún tipo de esfuerzo intelectual importante: el caviar negro, Dostoievski, la balalaika, la misteriosa alma rusa, el vodka, los disidentes, una KGB demoniaca, los oligarcas, las matrioshkas y los marineros revolucionarios. Esta pereza intelectual teñida de un sentimiento de superioridad oculto ya impidió a Occidente ver el trasfondo real del desmoronamiento de la URSS y le llevó a una desilusión que estaba totalmente fuera de lugar respecto a los subsiguientes acontecimientos. Hoy en día estos ignorantes pragmáticos vuelven a cometer el mismo error, pensando que los procesos de globalización tarde o temprano reducirán la humanidad a una especie de común denominador democrático.

Y es que hay que vivir en un mundo irreal para creer seriamente que Kaspárov goza de un “reconocimiento internacional” en calidad de líder de la oposición e ignorar el hecho de que para la mayoría de los rusos es absolutamente irrelevante el grado de popularidad de sus políticos “en los círculos internacionales”.

Si Occidente y Europa pretenden asistir, en un futuro más o menos lejano, al nacimiento de una Rusia civilizada, en primer lugar tendrían que profundizar con paciencia y responsabilidad acerca de sus conocimientos sobre la sociedad rusa, abandonando las anteriores imágenes y olvidando las quejas de nuestros “microliberales”.

Lo que hay que hacer es dejar de lado la pereza y empezar a profundizar detalladamente en los procesos, cada vez más complejos, que tienen lugar en la sociedad rusa.

 
Pero lo más importante es entender que lo que ocurre en Rusia no puede, por razones obvias, ser percibido a través de la historia de otros países. Estas comparaciones sirven para justificar la decisión de no ahondar en los motivos de las “extravagancias exóticas” de la mentalidad y la evolución social rusas.

Ni Rusia ni Occidente necesitan esto porque la única alternativa al surgimiento de la sociedad civil, que empieza a gestarse por primera vez en la historia del país, es la vuelta al autoritarismo y al aislamiento que tan habituales le resultan.

 
Versión abreviada. El artículo completo se puede consultar en ruso en: http://www.gazeta.ru/comments/2012/01/10_a_3958125.shtml

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