No me llamen a las barricadas

“Si el movimiento conserva su intensidad, podría cambiar el curso de las elecciones presidenciales en marzo”, escribió The New York Times en un reportaje sobre las acciones de protesta que se llevaron a cabo el 24 de diciembre en Moscú y en otras ciudades de Rusia. Manifestaciones semejantes contra las falsificaciones de los resultados de las elecciones parlamentarias ya habían tenido lugar también dos semanas antes. Haciéndose eco de estas tendencias, algunos medios menos cautelosos que The New York Times, escriben sobre la posibilidad e incluso la inevitabilidad del cambio de poder en Rusia.

Fotos de Ruslan Sujushin, RIA Novosti, Kirill Rudenko, Itar-Tass, Tatiana Shrámchenko

Puede ser que hayan recibido su inspiración del bloguero Alexéi Navalni, uno de los líderes del movimiento de protesta. Él vio en la concentración del 24 de diciembre en Moscú “suficiente gente como para tomar directamente el Kremlin y la Casa Blanca (sede del gobierno ruso) ahora mismo”. Pero también es cierto que él prometió no hacerlo. De momento.


¿Así que habrá revolución en Rusia? Si llegase a ocurrir, ¿qué fuerza política podría reemplazar en el poder a la actual?


Pero hay que confiar en que la revolución no se producirá. Los manifestantes están lejos de tener ánimos tan resueltos como el de Navalni. Por ejemplo, uno de los opositores más activos, el ex ajedrecista y actual político Garri Kaspárov, convocó, más que a derrocar, a “arreglar el régimen de Putin”. Por cierto, Konstantín Kosiakin, representante del “Frente de Izquierdas” (el nombre habla por sí solo), exigió declarar de inmediato una huelga general y cortar las vías de transporte. Pero la respuesta que obtuvo fue el completo silencio de los manifestantes.


Los actuales “revolucionarios” rusos no tienen un único líder, ni lo pueden tener, porque los intereses de los representantes de la oposición son distintos. “Estamos bajo banderas diferentes”, señaló Kaspárov en el acto.


Los líderes de los grupos opositores tampoco comparten puntos de vista sobre la resolución de los problemas políticos del país. Por ejemplo, el llamamiento del ex ministro de Finanzas, Alexéi Kudrin, para organizar un “gran diálogo con el poder” fue recibido por muchos manifestantes al grito de “¡Vergüenza!”.


En general, son pocos los que se toman en serio al multimillonario Mijaíl Prójorov quien, según sus propias palabras, está dispuesto a luchar con Vladímir Putin por el sillón presidencial. “¡Vuélvete a Courchevel!”, le gritaban los jóvenes socialistas cuando el empresario apareció en la concentración, recordándole el escándalo sexual que se desató en 2007 en la exclusiva estación de esquí de la Saboya francesa, en el que él fue el principal protagonista.


Por su parte, Prójorov no se mordió la lengua ante los manifestantes. Él definió la multitudinaria concentración como una “mayevka” (en Rusia, un tipo de reuniones festivas que se realiza por lo general en mayo). “Esta es, dijo, una de esas fiestas, cuando mucha gente alegre e inteligente se congratula, porque todos han salido juntos a la plaza”.


O sea que, una vez más, no llegó a tener lugar un diálogo constructivo entre el líder y las masas... 

 

 Los partidos opositores planean resucitar la Unión Soviética


En la lucha por atraer simpatizantes, las formaciones políticas proclaman todo tipo de ideas.

 

Ni Prójorov, ni las demás figuras pro-occidentales de la oposición liberal de derechas gozan de respaldo real por parte de la población rusa. De esto dan fe los resultados de las elecciones parlamentarias del pasado 4 de diciembre. Aceptemos que se falseó el escrutinio. Pero es difícil suponer que todos los fraudes fueran exclusivamente en detrimento del partido “Yábloko”, el único perteneciente a esta tendencia que tomó parte en las elecciones y que, aunque con calzador, puede encajar en la categoría de liberal y democrático. Este partido no llegó a la Duma; es más, desde las elecciones de 2003 no alcanza el mínimo estipulado por ley para tener diputados propios. En cambio, obtuvieron sus escaños los comunistas (PCFR) y los socialdemócratas de “Rusia Justa”, así como los nacionalistas del PLDR.


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La composición de la cámara evidencia claramente qué es lo que inquieta a la oposición en Rusia, si queremos englobar en esta palabra a una parte considerable de la sociedad rusa y no solo a líderes políticos aislados. No es, ni mucho menos, la falta de instituciones en las que participe la sociedad civil ni la ausencia de otros signos de una democracia moderna.


El resultado de las elecciones es otra confirmación más de que la oposición rusa actual, si consiguiera acceder al poder, construiría antes que nada una “sociedad de justicia social” según el modelo comunista. La base política para esta construcción sería la “idea nacional”. En el mejor de los casos, dicha idea implicará intentos de resucitar la Unión Soviética, como consta en el programa político del PCFR. En el peor de los casos, surgirá del “nacionalismo étnico” ruso, consigna bajo la cual marchó el PLDR a las elecciones parlamentarias.


Los activistas de ánimo liberal se merecen el mayor de los respetos por sus esfuerzos encaminados a la democratización de Rusia. Pero los frutos de esta labor pueden no ser para ellos, y aún menos para quienes realmente quieren elecciones más honestas y mayores libertades ciudadanas; por el contrario, pueden recogerlos los comunistas y los nacionalistas. En esta revolución no quiero participar.

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