"Cuando la nieve cae hacia arriba"

Foto de Itar Tass

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Hace unos años escuché el siguiente refrán de un taxista ruso: "Cuando la nieve caiga hacia arriba" , es decir, "nunca". Era la primera vez que lo escuchaba, a lo mejor lo inventó el mismo conductor. En España, cuando queremos decir que algo es absolutamente imposible, las personas mayores usan la frase "cuando los sapos bailen flamenco", o "cuando a las ranas les crezca el pelo". De los rusos sólo conocía "cuando un cangrejo grite en la montaña". Pero nunca lo de la nieve, aunque supongo que los rusos relacionan todo con la nieve…

Hace no mucho estuve en Moscú, pero tampoco esta vez tuve el tiempo suficiente para ver todo lo que quería. Solo estuve tres días:  del 31 de diciembre al 2 de enero. Decidí pasar de los monumentos y dedicar todo mi tiempo a la gente: a los amigos y a la familia que me a acogió en su casa cuando era una estudiante de intercambio. Aquellas personas se convirtieron en mi familia de verdad. 


Escogí cinco puntos en el mapa: las casas de algunos amigos o los sitios donde decidieron celebrar el Año Nuevo. El objetivo consistía en pasar por todos los lugares durante la noche sin gastar ni un duro, y así cumplir mi promesa de ver a todas las personas queridas en poco tiempo y, al mismo tiempo, ahorrar un poco de dinero.

 

 

21.00 horas


 

Estoy en casa de la familia que me acogió hace unos años. Es una pareja con dos hijos gemelos de 7 años. Siempre celebran el Año Nuevo juntos, en casa, porque su proverbio favorito reza: "Dime cómo celebras el Año Nuevo, y así lo pasarás". En el rincón hay un abeto, cogido por el padre en el bosque, según la tradición familiar. Su punta llega hasta el techo y tiene una estrella que brilla cuando la enchufas, el resto del árbol está decorado con juguetes antiguos: cochecitos de los tiempos soviéticos, figuras de Ded Moroz de chocolate, astronautas con mejillas rosadas, aves de papel y perritos mecánicos. Después de la cena los niños se van a dormir, mientras que nosotros tres nos quedamos en el salón. Bebemos champán y vemos el programa "Goluboi ogoniok" (la lucecita azul), un concierto de música de mala calidad pero muy querido por muchos rusos. Decido dejar a mis anfitriones antes de las 12, para darles oportunidad de celebrar este año a solas.

 

 

23.40 horas


 

El siguiente punto es Lubianka, una estación de metro muy cercana a Plaza Roja. Desde allí se pueden ver los fuegos artificiales sin entrar en la aglomeración. Llego tarde y entro corriendo al metro. Mi tren está a punto de salir de la estación y las puertas de los vagones se están cerrando.  Toco la puerta del maquinista muy nerviosa y le pido que me abra la puerta. El maquinista lo hace y me invita a entrar. Por primera vez en mi vida viajo en el metro ¡en la cabina del maquinista!

 

 

- ¿Quiere mandarinas? Tengo un par de ellas… - le digo como muestra de agradecimiento.

 

- Sí, gracias.- Dice sin mucha vergüenza mientras coge el bolso.

 

 

El tren entra en la estación y el oscuro túnel se llena de luces. Me despido de él.

 

 

- Guapa, -  dice el maquinista - también tengo un regalo para ti.

 

 

Me regala una botella de champán mientras confiesa que, de todas maneras, no bebe en el trabajo. Subo al centro, para entrar en la calle Lubianka tengo que pasar por un detector de metales. Lo cierto es que, más que armas u otros metales, la policía busca alcohol: obligan a la pobre gente a dejar las botellas antes de entrar al centro. Mis amigos me esperan al otro lado. Escondo la botella del champán bajo el abrigo. Después de ver los fuegos artificiales nos vamos del centro y, de repente, mis amigos se ponen a escarbar y rebuscar en los montones de nieve que están en las esquinas de la calle.

 

 

- Oye, no puedo encontrar nuestro whisky. ¡Pero he encontrado una botella de ron!-, comenta un amigo mientras mete la mano en la nieve y saca una botella con una pegatina de la Habana. 

 

- Bueno, coge el ron, alguien encontrará nuestro whisky también y así se normalizará la armonía universal - dice otro, feliz de tener el ron.

 

 

Ahora entiendo por qué los rusos a veces no recogen la nieve de las calles: para esconder botellas dentro. Aunque, ¡¿cómo pueden dejar en la calle botellas que cuestan 200?! 

 

 

01.30 horas


 

El tercer punto de mi plan es un club donde se celebra una fiesta al estilo soviético. Tras terminar la botella de ron entre los cuatro, me despido de mi amigos y voy andando hasta allí. De repente, noto que hay mucho vapor y agua: algo está deshielándose. Poco después siento un olor insoportable y  me doy cuenta de que unas tuberías se han reventado y la calle donde está mi destino se ha convertido en un río de agua hirviente y asquerosa basura. Un hombre pequeño, vestido con un traje de obrero intenta arreglar este caos. Está un poco borracho y canta alegre "El corazón de la guapa está propenso a la traición". 

 

 

- ¿Cómo puedo pasar al club "Dacha" en Pokrovsky bulevar, 18?

 

- De ninguna manera, está al final de la calle, a unos 700 metros. Tendrás  que dar una vuelta enorme… El corazón de la guapa… Bueno, si quieres te llevo yo.

 

- Pero, ¿cómo?

 

 

No puedo decir nada más; el obrero me agarra con sus manos, me coloca sobre sus hombros y así empieza a llevarme hacia el club. Camina cantando y está a punto de caer debido a mi peso o de la cantidad de alcohol que acaba de consumir. Intento gritar pero pronto entiendo que es inútil. Al llegar, me pone en el suelo y dice "¡Feliz año nuevo!"  y de la misma manera se va, cantando "El corazón de la guapa". 


 

Dentro del club la gente está vestida con trajes de los años 20 del siglo pasado y baila swing. También hay algunos en camisetas blancas y con corbata roja, como si fueran “pioneros”. En las paredes hay fotografías de Gagarin, Lenin y obreros felices. Les regalo a los presentes la botella de champán que me ha dado el maquinista y le quito la corbata roja a uno de mis amigos. Me voy rápidamente hacia el siguiente punto, se hace tarde. 

 

 

3.00 horas

 

 

Tengo que ir al otro lado de la ciudad, a casa de unos arquitectos, donde los bohemios moscovitas celebran una fiesta "más intelectual". La calle está vacía, de pronto, pasa cerca de mí un coche de la policía y se para ante el semáforo. Toco la ventana, los policías abren la puerta. Sonriendo, les pido que me lleven ya que van en la misma dirección. Veinte minutos después salgo de su coche cerca de la casa de mis amigos. Las puertas del apartamento de dos habitaciones situado en la última planta están abiertas, dentro hay unas 50 personas. Hay gente que toca la guitarra y cantan canciones de U2; en la segunda habitación leen poemas de Pasternak y huele a hachís. No conozco a nadie, finalmente encuentro a mi amigo que está jugando al ajedrez con el perro. El animal está dormido en frente del tablero, mi amigo está totalmente borracho. Le pongo la corbata roja, al salir paso por la cocina. Allí la gente está jugando a "Mentiroso"; hay unos chupitos llenos de agua, otros de vodka. Hay que bebérselos de un trago y mirar a los ojos de los compañeros. Si se nota que ha bebido vodka, pierde. Así beben hasta que queda el último, el más "mentiroso" de todos. Me invitan a jugar. Gano y me regalan una tarta de miel, "medovik". Salgo del piso, me queda todavía el último punto: una dacha en las afueras de Moscú, cerca de una ciudad llamada Lóbnia, van a celebrar el Año Nuevo en la sauna (bania rusa). 

 

 

Hace frío, pero no hay nieve. La calle está vacía. Dentro de media hora pasa el autobús. Llega, no frena. Intento pararlo dando saltos, casi me enfrento con él. Finalmente, para, se abre la puerta.

 

 

- ¿A dónde vas? - me pregunta el conductor.

 

- Voy en dirección a Lóbnia, pero no veo si el autobús va hacia allí o no, no está escrito…

 

- Pues sí, justamente voy a Lóbnia.

 

- ¿Puedo pasar?

 

- No lo sé, pregúntaselo a los pasajeros.

 

 

La respuesta del conductor me suena extraña. Al entrar veo a unos 30 hombres. Todos vestidos de Ded Moroz (Papa Noel ruso), en trajes rojos y blancos. Al verme, se ríen y gritan que por fin ha venido Snegúrochka. Los Papás Nóel van a Lóbnia a dejar allí los trajes. La empresa que se dedica a organizar eventos del Año Nuevo está en ese ciudad. Los pobres han estado trabajando todo el día y ahora vuelven a casa. 

 

 

5.30 horas


 

Salgo del autobús, me despido de los Papás Noel y le regalo la tarta de miel al conductor como muestra de agradecimiento. Todos mis amigos han terminado su baño de vapor; escucho algunos gritos de felicidad y el chapoteo. Están desnudos y nadan en un pequeño lago cercano a la bania. 

 

 

- Oye, ¿estáis borrachos?, - les grito

 

- No nos ofendas, ¡claro que no! ¡Ven aquí!

 

 

8.30 horas


 

Uno de mis amigos me lleva a su casa a dormir. En la puerta nos encontraos con sus abuelos, están despiertos y nos sentamos a tomar té con ellos. 

 

 

- ¿Por qué no dormís?, - les pregunto. - ¿No es difícil para ustedes estar despiertos toda la noche?

 

- No, no es difícil. Hace 50 años nos conocimos en Año Nuevo, y a partir de ese momento estamos juntos. ¿Quieres ver fotografías?

 

 

Me doy cuenta de que toda la mesa está cubierta de fotografías antiguas. Sobreponiéndome al cansancio, pero con mucho interés, empiezo a mirarlas. Me acuerdo de la familia que me acogió. Empieza a nevar.

 

 

12.30 horas


 

Me despierto, miro por la ventana. Por la calle se ve un Ded Moroz borracho, quizá sea uno que llega tarde al autobús para Lóbnia. Su bolso está roto, del agujero caen bombones. Dos perros callejeros van por detrás y se los comen. Hace mucho viento, una pequeña ventisca. Los copos de nieve vuelan hacía arriba.

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