Otro éxito español en el Mariinski

Foto de David Martin Page

Foto de David Martin Page

A pesar de los problemas en el acceso, las personas que acudieron al concierto dirigido por Pablo Heras-Casado en el Teatro Mariinski de San Petersburgo disfrutaron del encuentro con la cultura española.

La velada española del pasado 30 de noviembre empezó para muchos entre aglomeraciones y confusión. La entrada al nuevo edificio estaba bloqueada por una larga cola. Entre los empujones se oían quejas y peticiones, una voz que decía «Estoy acreditado como periodista», otra «yo tengo una invitación del propio maestro», y las quejas de constantes de casi todos.  Además, daba la impresión que el hombre situado detrás de la ventanilla hacía todo de una manera tan lenta como para evitar que los acreditados e invitados pudiésemos acceder.

Finalmente pude conseguir mi acreditación de periodista, entre otras cosas, gracias a la ayuda de una chica de la cola. Mi indignación era tan grande que el vendedor de entradas me escribió una contraseña para poder salir y volver a entrar.

En cambio, a pesar de la lucha por conseguir llegar al interior, un tercio de la sala estaba vacía. Al mismo tiempo, parte de las puertas de entrada al anfiteatro estaban cerradas, según una vieja tradición rusa, por eso los espectadores recién llegados se veían obligados a entrar por la fuerza a través de los lugares ya ocupados. Había un murmullo de descontento entre el público.

La tarde había acumulado tantas emociones adversas que parecía que nada podría restaurar el buen humor. Sin embargo, la cooperación de los músicos hispanos y rusos fue un auténtico bálsamo. Y mientras siga existiendo la tradición de las veladas españolas en el Mariinski, el público seguramente perdone estos fallos de organización.

El pasado 30 de noviembre en el Sala de conciertos del teatro Mariinski de San Petersburgo se presentaron dos óperas: «L'heure espagnole» de Maurice Ravel y «La vida breve» de Manuel de Falla, dirigidas por Pablo Heras-Casado. Cuando el joven director salió ante el público, una sonrisa de alegría iluminó la sala y las luchas acontecidas en el vestíbulo pasaron a la historia. 

El director levantó las manos, la orquesta se preparó y dio comienzo la música. Entonces no importó que en la calle hiciera frío, que el tiempo fuese malo, que fuera una semana de trabajo...

La velada española fue un auténtico entrelazamiento de culturas. La primera ópera se representó en una traducción al ruso, preparada especialmente para el teatro Mariinski por Xenia Klimenko y Natalia Mordashova, mientras que la segunda se interpretó en la lengua original, español. Ekaterina Popova, estrella del Mariinski, interpretó a Salud, la protagonista. Debido al profundo sentimiento que ponía a sus palabras, el español causaba en el público la mismo impresión que lo haría en ruso.

Cuando el público ya se había acostumbrado a «la lengua ruso-española» de la intérprete, salieron a escena el cantaor David Sorroche y la bailaora Cristina Gómez. La ópera quedó interrumpida, y por unos segundos, la sala se convirtió en un tablao flamenco. Las castañuelas rompieron el silencio de la sorpresa inicial y la sala miraba fascinada cada movimiento de muñeca.

Fue una combinación maravillosa que el público aplaudió con entusiasmo. Por un lado la ópera, incluso por momentos un concierto de música clásica; y de repente, un cuerpo flexible y fuerte, lleno de vitalidad en un vestido blanco casi transparente. Y el cante jondo y el zapateo...

Poco después la bailaora desapareció y el director, con un suave gesto, hizo que los músicos volvieran a trabajar. El coro dio un ambiente especial a la ópera, como si se tratase de una tragedia clásica acompañó a los protagonistas en las alegrías y tristezas, cantó el amor y profetizó la muerte. Ekaterina Popova, vivió las diferentes emociones de la heroína en el escenario: alegría, desengaño y muerte. Su última palabra fue el nombre del amante que la había traicionado: Paco. Ella lo dijo en voz baja mientras la orquesta se quedó en silencio.

Una lluvia de aplausos invadió la sala. Todos los músicos, españoles y rusos, salieron juntos al escenario cogidos de la mano.

Se acaba el Año Dual, pero ¿está el público ruso preparado para despedirse de los españoles? No lo parece. Probablemente haya que considerar al Año Dual, no como un acontecimiento que se acaba, sino como un punto de partida: ahora nuestras culturas están más cerca la una de la otra y el público está dispuesto a soportar largas colas y a luchar por un billete de entrada... E incluso los administradores más ineficientes son incapaces de interferir en la alegría de los encuentros hispano-rusos.

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