Foto de Itar Tass
En Estados Unidos y Europa las autorizaciones relacionadas con la actividad musical en las calles suelen caer dentro de las competencias de las autoridades locales o bien, si se trata del metro, dentro de las del responsable de la gestión del transporte. En Toronto, Canadá, el sistema de licencias para los músicos funciona desde hace 30 años, y en Londres, desde hace unos diez. Una vez al año se organiza un casting en varias etapas en el que puede participar cualquiera que lo desee. Según los resultados de este concurso, se expiden licencias para un año. Con ellas, aparte de los derechos, los músicos adquieren obligaciones. Por ejemplo, en Londres el tiempo de actuación está estrictamente limitado: un músico no puede permanecer en un sitio más de dos horas seguidas. Con la introducción de las licencias, aparecen también las medidas draconianas. Por ejemplo, por tocar en un sitio indebido en Madrid, un músico se arriesga a una multa de 750 euros y, lo que es mucho peor, a ser despojado de sus instrumentos musicales. El Ministerio de Cultura ruso intenta convertir a Moscú en una capital europea culta, por eso este año los músicos callejeros se han visto afectados por este “progreso cultural”, cuando durante mucho tiempo su actividad no se había regido por leyes, sino por el “código de honor del músico” y los acuerdos orales con los policías del barrio.
“Los verdaderos artistas callejeros son profesionales con formación adecuada y una gran experiencia laboral, todos ellos tocan en algún sitio legalmente, mientras que el hecho de tocar en la calle no es sino, una forma de ganar un dinero extra”
Dmitri, Vladivostok.
Hace poco, el periódico Izvéstia comunicó que los músicos callejeros podrían conseguir plazas permanentes en los parques moscovitas, según la declaración de un portavoz del Departamento de Cultura de la capital. Lo más seguro es que los “trovadores” puedan ejercer su profesión oficialmente a partir del próximo verano. Tal y como explicó el portavoz del Departamento de Cultura, los músicos callejeros tendrían garantizadas unas condiciones mínimas de trabajo, es decir, iluminación y la posibilidad de conectarse a la red eléctrica: “una farola y un enchufe”.
Tampoco está previsto pagar honorarios a los “trovadores”; serán los transeúntes los que podrán estimular a los músicos que les caigan bien. Los intérpretes con talento serán seleccionados por la dirección de los parques. “No estamos hablando de censura, sino de un nivel de calidad para que en los parques no se canten, por ejemplo, canciones propias de delincuentes”, destacó el funcionario. El pasado verano se llevó a cabo un proyecto piloto en parque Gorki de Moscú. En aquel momento, el director del Departamento de Cultura de la capital, Serguéi Kapkov, era director del parque. Ahora los funcionarios tienen previsto ampliar este experimento.
“Antes de la perestroika, dirigía un curso de música en un centro cultural para escolares en la ciudad de Tambov, pero cuando lo cerraron, tuve que pensar en cómo sobrevivir. ¿Por qué toco en la calle? ¿Dónde más podría hacerlo? Llevo mucho tiempo jubilado, tengo 70 años. También me proponen trabajar en una Casa de Veteranos, pero allí se paga una miseria y yo tengo hijos y nietos. En Tambov la vida es difícil. Ya en Moscú, empecé tocando en el metro, pero me echaban constantemente, mientras que en el paso subterráneo nadie se mete conmigo. Si se me acercan los policías, les digo que estoy registrado como autónomo y que pago impuestos”
Vladímir, Moscú.
Hoy en día la mayoría de los músicos callejeros de Moscú prefieren tocar en el metro, pero según el Servicio de Prensa del Metro de Moscú, esta es una actividad ilegal. Los músicos pueden dirigirse a la administración del metro proponiendo la organización de una actividad, y ya se han dado algunos conciertos en el metro. La orquesta Kremlin tocó dos veces en la estación Kropótkinskaya durante la Noche de los Museos. La orquesta “Los Virtuosos de Gnesin” ofreció un concierto en la estación de Maiakóvskaya. Pero estas actividades fueron planeadas con antelación y llevadas a cabo cuando no había pasajeros en las estaciones. El metro todavía no está dispuesto a proporcionar plazas permanentes para los músicos callejeros. Los propios “trovadores” de momento no se muestran muy entusiasmados con la idea de las autoridades moscovitas.
Hoy en día los músicos callejeros suelen tocar en las calles y en el metro sin ningún tipo de autorización, o bien porque se esconden de la policía, o bien porque mantienen con ella relaciones de “amistad”. Tal y como afirman los músicos con experiencia, cuando se trata de comunicarse con la policía, es mejor intentar ponerse de acuerdo en vez de luchar por los derechos de uno, porque los representantes de las fuerzas del orden público conocen más de una decena de maneras totalmente legales de hacerle la vida imposible a los bardos callejeros. Por ejemplo, se pueden utilizar las quejas de las personas a las que los músicos “obstruyen el paso por la acera”. Los mismos ciudadanos, normalmente personas que tienen problemas con la ley y se ven obligadas a colaborar con la policía de barrio, pueden quejarse afirmando que han oído a los músicos cantar canciones que incluían palabras malsonantes, o que les han visto consumir bebidas alcohólicas en un lugar público, etc. El motivo no oficial de estas persecuciones suele ser su negación a sobornar a los policías locales, al agente del barrio o a una patrulla. Las tarifas son de 500 rublos (12 euros) al día, y por esta cantidad al músico se le garantiza protección frente a cualquiera que intente menoscabar sus intereses.
“Me acuerdo de una vez que un alférez, no voy a decir cómo se llamaba, me dijo que si no desaparecía de la calle Arbat me espolvorearía con cocaína y me mandaría a la cárcel. Le pregunté de dónde había sacado tanta cocaína y me enviaron inmediatamente a comisaría”
Andréi Moscú.
Tal y como aseguran los músicos callejeros con experiencia, el trato que les dispensan ha cambiado drásticamente con la llegada del nuevo alcalde. Los funcionarios de la capital no sólo intentan limpiar las calles de quioscos y garajes provisionales, sino también, y por si las moscas, de todo lo que pueda escandalizar al público. Los músicos urbanos han sido clasificados dentro de esta categoría. Sin embargo, no existe una ley que prohíba explícitamente la actividad de los músicos callejeros, aunque se les puede denunciar en base a la ley de la ciudad de Moscú “Sobre el respeto a la tranquilidad de los ciudadanos y al silencio durante las horas nocturnas en la ciudad de Moscú”.
Según esta ley, “las acciones que perturban la tranquilidad de los ciudadanos y el silencio durante las horas nocturnas comprenden el uso de… reproductores, así como amplificadores de sonido; el hecho de tocar instrumentos musicales, gritar, silbar, cantar…” desde las 11 de la noche hasta las 7 de la mañana. Pero prácticamente todos los músicos callejeros se van hacia las 10 de la noche y la potencia de sus amplificadores no supera el kilovatio: son equipos que producen un sonido que está dentro de lo aceptable en las calles de una ciudad.
“Una vez estuvieron a punto de detenerme, me pusieron las esposas y me dieron una señora paliza… Algún transeúnte llamó al periódico Nóvaya Gazeta, llegaron los periodistas y me dejaron en libertad. Tal y como supe después, había sido la administración urbana la que había llamado a la policía, y es que estaba tocando al lado del ayuntamiento. Se quejaron de que estaba cantando en inglés… Algo así como que quién iba a saber lo que cantaba, a lo mejor estaba insultando las autoridades…”
Alexéi, Vorónezh.
Lo más probable es que el destino de un músico callejero en Rusia se diferencie poco del de sus colegas en otros países. A veces uno puede perderlo todo o hacerse fabulosamente rico en un solo instante. Igual que con la ruleta en un casino, pero en la calle.
“Recuerdo que una noche estaba tocando en la calle Arbat y se me acerca un extranjero. Luego supe que era español. Me tendió la mano para saludarme y chapurreando en ruso me dijo: ¿Podrías cantar eso de “La acacia blanca y olorosa”? Empecé a cantar y él rompió a llorar. Me contó que esta canción se la cantaba su abuela, de origen ruso, que había muerto hace mucho. La verdad es que era digno de ver: en medio de la noche un músico callejero, vestido con una especie de hábito naranja, canta sentado en los adoquines: “Toda la noche nos silbaba el ruiseñor”, y al lado un señor bien vestido llorando a lágrima viva. Por cierto, por eso me dio todo el dinero que llevaba encima…”
Oleg, Moscú.
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