Fiesta de Año Nuevo en autobús

Un trolebús decorado con las luzes navideñas. Foto del Servicio de Prensa

Un trolebús decorado con las luzes navideñas. Foto del Servicio de Prensa

Un joven historiador inglés viajó a Novosibirsk el año pasado para conocer la vida siberiana, una experiencia que cambió su opinión sobre Rusia.

Llegué a Siberia con la idea de descubrir la verdadera Rusia. Así que, cuando una tarde de diciembre una amiga rusa me invitó a pasar el Año Nuevo con ella, no dudé en aprovechar la oportunidad. El diseño de la tarjeta de invitación daba pistas sobre cómo se organizaría la fiesta. Aparecía Ded Moroz, Snegurochka (una especie de muchacha de nieve) y un trolebús, que al parecer resulta perfecto para celebrar fiestas. Su tamaño es ideal, y la apariencia externa no es importante para quienes disfrutan en su interior.


A las 9 todos nos encontrábamos a bordo del trolebús. Había unas 20 personas y cada grupo se sentó alrededor de su propia mesa. Enseguida el vehículo abandonó el punto de partida y dio comienzo el festejo.
Si bien todos bebieron en abundancia durante toda la noche, nadie perdió un gramo de energía y espíritu festivo, provistos como estábamos de cantidades industriales de Oliv’ye, una ensalada tradicional que misteriosamente carece de todo tipo de vegetales.


El viaje se vio interrumpido por paradas y excursiones, especialmente para el recuento final, que realizamos con cientos de personas en el parque central. En algún momento después de la medianoche, nos visitó Ded Moroz, responsable de actividades originales en las cuales las dos tareas más importantes incluían deslizarse de espaldas hacia atrás por el hielo sobre una manta de lona alquitranada y recitar trabalenguas rusos. Gané el primer premio por ser el único extranjero que había logrado recitar por lo menos uno de los trabalenguas casi correctamente. Y fue en ese momento, emocionalmente desbordado, cuando comprendí qué era lo verdaderamente ruso de esta situación. Existe aquí un sentimiento colectivo, fruto de cientos de años de vida en comunidades campesinas, que se manifiesta durante fiestas como el Año Nuevo. No se deje engañar por el ocasional dependiente gruñón, porque los rusos están entre las personas más amigables que uno pueda conocer.


A pesar de las trabas lingüísticas o culturales que se tienen al principio, una velada en compañía de rusos y una auténtica fiesta de Año Nuevo, lejos de las usuales reuniones entre expatriados, poco impregnadas de la cultura local, serán una experiencia inolvidable y auténticamente rusa.


En cuanto a mí, tan pronto como empiece a caer la nieve empezaré a buscar una fiesta de Año Nuevo que supere a la anterior. Si encuentro algún autobús festivo, os lo haré saber cuanto antes. 

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