Una vista de la capital nocturna rusa desde arriba. Foto de Vitali Raskalov
Nuevos habitantes de la capital explican las limitaciones y las oportunidades de una de las metrópolis más grandes y más activas por la noche.
Una sonrisa para romper el hielo
Los extranjeros que llegan a Moscú muchas veces se sorprenden del frío,
no sólo climático sino también ‘humano’, pero no es más que una
apariencia. En verano las temperaturas pueden alcanzar los 40 grados, y
los moscovitas en realidad no son tan cerrados como pueden parecer a
primera vista. El que se atreva a sonreír casi siempre recibirá otra
sonrisa como respuesta. Puede que no exactamente de parte de la señora
con uniforme sentada a la entrada del metro, pero seguro que de la
vendedora ambulante de regalos típicos.
La cita Michael
Gordian
del Instituto Alemán de Historia
" La ciudad es divertida si no te dejas apabullar, empiezas a empujar también para entrar en el metro. Aquí se come muy rico y barato. Y si uno quiere vivir la auténtica noche moscovita tiene que beber vodka de garrafa. Se sentirá muy ruso”. |
Basta con conservar la
amabilidad y la calma. “He desarrollado la costumbre de ser amable
siempre. De esta manera, las vendedoras maleducadas de los supermercados
de pronto se descongelan y se muestran cálidas,” dice Lena Edich, de 33
años.
Moscú es el punto de encuentro entre Oriente y Occidente. Sus
dimensiones se reflejan en la arquitectura y el urbanismo. Plazas
monumentales, grandes edificios, calles con hasta seis carriles. Mónaco
o Milán son ciudades pequeñas para un ruso. Todo es cuestión de
perspectiva.
En Moscú no se vive, solo se trabaja. Los taxistas y los profesionales
procedentes de las antiguas repúblicas soviéticas han llegado a la
ciudad para ganar dinero. Los alemanes viven en un barrio aparte,
separados del mundo exterior. Incluso los propios moscovitas se
encierran en sus casas como si fueran conchas.
Marina Shamídova, de
Bélgorod, tiene 22 años. Llegó a Moscú hace cinco años para estudiar una
carrera. “Resulta agobiante, todo el mundo tiene prisa. Pero por lo
menos puedo hacer la compra incluso a las dos de la madrugada. El ritmo
palpitante y el frenesí me estimulan y me encanta la movida moscovita,”
dice. Pero ¿cómo se las apaña una estudiante con pocos recursos para
aprovechar esta oferta tan variada? “La ciudad es realmente cara,”
reconoce Marina.
“Los alquileres son muy caros y la comida para
llevar cuesta lo mismo que si te la sirvieran en París, en una de las
cafeterías de los Campos Elíseos. “Pero se gana mucho más dinero en
Moscú que en la provincia. Así que si aceptas esta ciudad tal y como es,
te enamorarás de ella,” dice una sonriente Marina antes de meterse
corriendo en el metro para llegar a uno de sus trabajos de estudiante.
Sara y Valentina, de Milán, se están familiarizando con la realidad
estudiantil moscovita. “Viviendo en la residencia, nos hemos dado cuenta
de que las cucarachas son el animal nacional de este país,” comentan
riéndose. “Otra cosa increíble son las colas, interminables en todas
partes. En los supermercados, en las taquillas, incluso para subir ¡las
escaleras mecánicas del metro!”.
“Nos quedamos de piedra cuando vimos el precio de los cigarrillos,”
añaden. “Cuestan casi cinco veces menos que los que se venden en Italia.
Toda una tentación para empezar a fumar”.
“Me esperaba que iba a ser
una ciudad ruidosa, monumental y muy cara. Y es exactamente eso,” dice
Michael Gordian, del Instituto Alemán de Historia de Moscú. “La ciudad
es divertida si no te dejas apabullar, empiezas a empujar también para
entrar en el metro y te abres a nuevas experiencias,” dice Gordian. “Lo
mismo ocurre en los supermercados. No hay que comprar alimentos
occidentales porque son demasiado caros. Aquí se come muy rico y barato.
Y si uno quiere vivir la auténtica noche moscovita tiene que beber
vodka de garrafa. Enseguida el extranjero se sentirá muy ruso.”
Moscú también es la ciudad de los teatros, de los pequeños clubes con
música en vivo; una ciudad europea cuyo centro está sembrado de iglesias
de colores que recuerdan a Oriente; una ciudad en la que la red de
metro funciona sin cortes ni retrasos, y donde a la vez hay un exceso de
todo y falta un poco de todo. En Moscú la vida palpita y casi todo
resulta posible. Eso sí, a condición de que uno esté dispuesto a abrirse
a cualquier experiencia que surja.
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