Es verdad que la situación de partida era
especialmente mala: décadas de relaciones glaciares con millones de soldados y
miles de armas nucleares apuntándose recíprocamente desde ambos lados del Telón
de Acero.
Para cuando llegó el final de la
URSS a finales de 1991, Washington y Moscú ya habían logrado
acuerdos de reducción de armas nucleares estratégicas y de medio alcance, y
también se estaba aplicando el Tratado CFE sobre fuerzas convencionales en
Europa, lo que había reducido notablemente la tensión en el viejo continente.
Inicialmente, la disolución de la
URSS y el inicio de la cooperación entre la OTAN, Rusia y otros países ex
soviéticos hizo a muchos concebir la esperanza de una situación ideal de paz,
seguridad y cooperación en toda Europa.
Sin embargo, Rusia nunca acabó de asumir su derrota en la Guerra Fría, por mucho
que fuera una derrota ideológica, y sigue sintiendo despecho de la presencia
militar estadounidense en Europa, según consideran varias fuentes.
Así, Moscú se opuso con firmeza (aunque sin éxito) a que antiguos satélites
suyos o miembros de la antigua URSS entraran en la OTAN, ha mantenido con
frecuencia actitudes muy beligerantes con algunos de ellos y ha respondido con
dureza innecesaria en otros casos (como el conflicto de 2008 con Georgia) o con
la presencia de tropas en la región moldava de Transnistria.
Además, Rusia mantiene desde 2007 la suspensión de cumplimiento del Tratado
CFE, y enarbola una oposición cíclica al proyecto de la OTAN de crear un sistema de
defensa antimisiles, para el que la
Alianza ha ofrecido cooperar con Moscú.
En las últimas semanas, el Kremlin ha reactivado sus críticas contra el sistema
antimisiles y ha activado un radar de largo alcance en el enclave de
Kaliningrado.
En la Alianza
Atlántica, estos roces periódicos y la política de gestos
duros no se ven con dramatismo, ya que se cree que responden en buena parte a
la situación interna rusa, por ejemplo con las próximas elecciones legislativas
y presidenciales.
"Posiblemente la situación se calme una vez que Vladimir Putin gane las
elecciones presidenciales", apunta un funcionario aliado, que no duda de
quién será el próximo jefe del Estado ruso.
Para Jan Techau, director del centro de estudios Carnegie Europa, Rusia
"todavía siente la humillación de la derrota de la Guerra Fría. Mantiene
una actitud de perdedor, es una cultura que todavía domina el pensamiento
oficial".
A pesar de los abundantes problemas, en la OTAN no deja de reconocerse que la situación
actual es mucho mejor que en el momento álgido de la Guerra Fría.
Ahora, Rusia y la
OTAN mantienen cooperación militar en varios aspectos de
interés común (como Afganistán o la piratería en el Índico).
Sin embargo, este funcionario aliado considera que Rusia mantiene una política
exterior todavía en busca de la grandeza de la época de los zares o de la URSS.
Los rusos "no son nostálgicos del comunismo, pero sí de
la importancia que la URSS
tenía en la escena internacional y en Europa. No han asimilado aún al 100 por
cien la caída del Muro" de Berlín, añade.
Por ello, uno de los temores es que Rusia siga rechazando integrarse plenamente
en un Occidente que perciben dominado por Estados Unidos y, acosada por una
pujante China en su otro extremo, se decante por variantes peligrosas de
ultranacionalismo y populismo.
Para Techau, los líderes rusos "no pueden concebir" que en la OTAN, por mucho que EEUU sea
el socio más importante, todos los miembros tienen derecho de veto, y tienden a
ver a la Alianza
como "una conspiración" dirigida contra su país, por lo que cree que
hay "pocas posibilidades de que la relación mejore mucho en un futuro
próximo".
Todos los derechos reservados por Rossíiskaia Gazeta.
Suscríbete
a nuestro boletín
Reciba en su buzón el boletín informativo con los mejores artículos sobre Rusia: