Portada de Sports Illustrated de 1975
Hijo de un destilador de vodka y criado en una pequeña localidad de la Rusia occidental (Pokrovo, en el Óblast de Riazán), la vocación de Vasili por la halterofilia fue tardía. Siendo joven trabajó ocasionalmente en la minería y como leñador, aunque ya entonces sus aptitudes eran evidentes. A los 12 años era capaz de talar árboles enormes y con 14 el angelito pesaba ya 90 kilos (para casi metro ochenta de estatura). Se dice que en la mina tomaba el eje de los vagones, con ruedas y todo, como barra para practicar levantamiento.
A los 18 comenzó su relación seria con la halterofilia, cuando se enroló en el
TRUD (sociedad deportiva soviética). Allí encontró quien puliese y domesticase
su evidente potencial, Rudolf Plyukfelder, que sería su entrenador durante
años. En 1966 estableció su residencia en Shakhty (al Sur-Oeste de Rusia) y en
el 68 decidió prescindir de la ayuda de preparadores para entrenarse en
solitario. En ese periodo ideó nuevos ejercicios y rutinas de entrenamiento
progresivo que después se generalizaron en el mundo de la halterofilia. Uno de
los ejercicios que ingenió fue, por ejemplo, ensayar levantando pesas del fondo
de una piscina.
En 1970 Vasili participa en su primera competición internacional de halterofilia, el pistoletazo de salida a una meteórica carrera. Desde entonces, y durante 8 años (hasta 1977), sencillamente nadie fue capaz de batirle. Fueron 8 títulos mundiales consecutivos y dos oros olímpicos en la categoría reina de la halterofilia: los superpesados (para levantadores de más de 110 kilos).
Fruto del trabajo y de la genética llegó a alcanzar unas increíbles proporciones corporales. 1,30 metros de cintura y 58 centímetros de diámetro de bíceps. Además, pesaba casi 160 kilos para su poco más de metro ochenta de estatura. Unas proporciones de otro tiempo, alejadas de los cuerpos tallados en dietas científicas de los levantadores actuales. Por otra parte, su ritual previo al levantamiento era igualmente peculiar y heterodoxo en comparación con los cánones de hoy en día, donde el tiempo está acotado y no hay lugar para grandes ceremonias. Vasili se concentraba con parsimonia y permanecía de pie junto a las pesas con los ojos cerrados durante 10/15 segundos antes de iniciar el levantamiento. El público enmudecía entonces creando una atmósfera cuasi-religiosa. Una ritual ya célebre en la historia de la halterofilia. También en este aspecto Alekseyev marcó una época. Y es que se trata de un deporte en el que, pese a la apariencia, el aspecto mental es un componente básico del éxito.
Pero su leyenda no nace únicamente del ‘qué’ (los títulos y la imbatibilidad), sino también del ‘cómo’. Destrozó todos los récords del mundo de la categoría una y otra vez (en 80 ocasiones), hasta establecer plusmarcas que permanecieron durante años. De hecho, su récord de 645 kilos en la combinada triple quedó imbatido, pues la prueba fue abolida tiempo después por la federación internacional. Otro ejemplo de su superioridad llegó en los Juegos Olímpicos de Montreal de 1976. No es que ganase el oro, que por supuesto también, es que levantó 35 kilos más que el segundo clasificado, el alemán Gerd Bonk. Catapultado por sus impresionantes resultados y en el contexto de la Guerra Fría, Vasili fue rápidamente encumbrado como icono deportivo por el aparato de propaganda soviético y tomado como ejemplo de la superioridad sobre Occidente.
Sin embargo, tras sus éxitos y ese aspecto descomunal se escondía todo un gentelman cuando terminaba la competición, un tipo educado, divertido y con facilidad para los idiomas (chapurreaba inglés, francés y alemán) que se granjeó el respeto y admiración incluso al otro lado del Telón de Acero. En 1975, Alekseyev fue portada de la revista deportiva por antonomasia del mundo anglosajón, Sports Illustrated: “Lo que más me gusta es leer, ahora estoy en mitad de un libro de Agatha Christie. Me encanta”. Era además un buen estudiante, graduándose en 1971 como ingeniero de minas.
Dos reveses deportivos casi consecutivos pusieron fin de forma relativamente prematura a la carrera de Alekseyev. El primero, cuando perdió esa cacareada imbatibilidad en los campeonatos del mundo de 1978. El segundo, el más duro, cuando se le escapó la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Moscú 1980. Pocos meses después, Vasili anunció su retirada. Tras algún cameo político, probó fortuna como seleccionador nacional del Equipo Unificado en los Juegos Olímpicos de Barcelona ‘92, pero los resultados no le acompañaron. Así, Alekseyev se alejó de la escena pública y de la élite deportiva para vivir tranquilamente en Shakhty junto a su mujer e hijos, ganándose la vida como profesor en un gimnasio. Murió el pasado viernes, pero su fotografía todavía decora las paredes de gimnasios de todo el mundo, y con ellas perdura su leyenda.
Todos los derechos reservados por Rossíiskaia Gazeta.
Suscríbete
a nuestro boletín
Reciba en su buzón el boletín informativo con los mejores artículos sobre Rusia: