Vladímir Visotski un autor muy popular en la época soviética
Todo el mundo parece haber crecido con Visotski, el que no lo vivió como vía de escape en su juventud lo mamó como un lullaby durante su infancia. En la radio, en vkontakte, en cd, o en la tele con esos programas de conciertos horrorosos donde las estrellas del “strada” siguen interpretando (y destrozando) las canciones de este héroe del pueblo de comportamiento escandaloso.
Su Mercedes azul y su forma de cantar han pasado a la historia del paisaje emocional de los rusos. Como un Johnny Cash, un Serge Gainsbourg, un Bob Dylan, Visotski se ha convertido en un personaje de culto y los rusos te lo comparan con cualquiera de los más grandes.
De entre la cultura latina los más parecidos serían Chavela Vargas o Joaquín Sabina…
El último homenaje –y aprovechamiento de su genio- tiene forma de película. Este diciembre se estrena la película “Высоцкий. Спасибо, что живой”(“Visotski, gracias por seguir vivo” o “Visotski, gracias por haber vivido”, no sé exactamente cómo lo traducirán al castellano). Aquí está el link con la website y el tráiler del film: http://www.visotsky-film.ru/
La película ha costado casi 10 millones de euros y uno de los hijos del artista ha estado directamente involucrado en el proyecto. No obstante, la productora no ha querido hacer público el nombre del actor principal, aunque la prensa rusa ya especula con el nombre de Serguéi Bezrukov. Por lo visto en el tráiler, el parecido es muy logrado, y el trabajo de maquillaje y de retoque por computador ha sido mayúsculo.
Desde su muerte, hace ya 31 años, las muestras de admiración se han ido multiplicando: dos estatuas suyas se han inaugurado (en Moscú y Yekaterimburgo), numerosas tesis doctorales sobre su persona se han escrito, también libros, biografías y colecciones de canciones, y su tumba en el cementerio de Vaganskovskoye siempre parece presumir de flores frescas.
Junto a su tumba, el lugar de peregrinación por antonomasia es el Museo Estatal y Centro Cultural Visotski, situado al lado del Teatro Taganka, en el que se exhiben fotografías, documentos, trajes y manuscritos del artista.
Durante sus últimos años, Visotski se convirtió en un personaje legendario, rodeado de rumores fantásticos sobre aventuras y desventuras (se decía que había sido camionero, que sobrevivió al Gulag, que había luchado en la guerra mundial…).
Lo cierto es que “Valodia” Visotski tuvo una infancia normal para su época: nació el 25 de enero de 1938 en Moscú. Su madre trabajaba como traductora del alemán, y su padre llegó a ser coronel del ejército. Al poco de nacer él se divorciaron, y durante la segunda guerra mundial fue evacuado a Buzuluk (Orenburg) junto a su madre.
En 1955 Visotski comenzó los estudios universitarios de ingeniería por presión familiar, estudios que abandonó tras apenas un semestre para ser actor. Así, en 1956 entró en el Teatro del Arte de Moscú (MXAT), en el que casi no fue admitido por su voz.
Tras graduarse en 1960, comenzó a trabajar en el Teatro Pushkin de Moscú, y después en el Teatro de Miniaturas. En 1964 pasó al Teatro Taganka: “El Taganka tenía una atmósfera de inconformismo única en el país, eso le iba muy bien al carácter inquieto de Visotski. Además estaba dirigido por el carismático Yuri Liubimov, y coincidió con un gran equipo de actores. Tanto por la manera experimental de actuar como por el repertorio, el Taganka ofrecía una verdadera actitud artística frente a las muchas formalidades burocráticas”, escribía Christopher Lazarski en su artículo “Vladimir Visotski and His Cult”.
En dicho teatro Visotski representó unos 20 papeles. Sus actuaciones más reconocidas son las de “Hamlet” (Shakespeare), “La vida de Galileo” (Brecht), “Un héroe de nuestro tiempo” (Lermontov), y “Anti-mundos” (Andrei Voznesenski).
Visotski apareció también en 26 películas. Él reconoció como sus favoritas “Karotkie Vstrechie (Pequeños encuentros)” (Muratova, 1968), “Interventsia” (Poloka, 1968), y “Dos camaradas fueron a la guerra” (Karielov, 1968), aunque las más populares fueron “El lugar del encuentro nunca se cambia” de 1979 y “Pequeñas tragedias” de 1980.
Teniendo en cuenta que la participación de Visotski ponía el riesgo cualquier proyecto de película, y que el bardo giraba con cierta frecuencia por la URSS y los países del bloque comunista, la producción de Visotski no es nada exigua para los 42 años que vivió. De hecho, según el crítico musical Artemii Troitski, Visotski llegó a escribir casi mil canciones, además de varios poemarios.
Los críticos suelen organizar las canciones de Visotski por temas. Están las canciones lumpen (blatnie pesni en ruso), las canciones sobre la guerra, canciones sobre los campos de trabajo, sobre el deporte, sobre los camioneros, sobre los pilotos, sobre la naturaleza y las montañas, sobre la amistad, el deshamor (romans), los científicos, los aborígenes, y así hasta una que compuso para los pasajeros de Aeroflot: “Moskva-Odessa”.
Todas juntas parecen una enciclopedia de la época soviética. Sus canciones no eran sólo diversas sino auténticas y genuinas. Su profunda y áspera voz, su intensidad y la pasión que ponía conseguían que el público casi experimentara las aventuras que cantaba.
Además de su emotiva interpretación, Visotski también logró una ruptura pública del lenguaje formal soviético, lo que permitía que sus canciones tuvieran múltiples capas de discurso, e incluso contradictorias interpretaciones (dependiendo de la literalidad o del lenguaje figurado).
Dicha ruptura no sólo se produjo por los temas tratados, o por utilizar expresiones de la calle, sino sobre todo por utilizar la primera persona en determinados contextos (ver Yurchak, “Everything Was Forever Until It Was No More”). Esto sitúa a Visotski en un plano “a-soviético”, más que “anti-soviético”, lo que permitía la identificación fuera del discurso hegemónico sin romper abiertamente con el sistema político.
La no-autorizada fama de Visotski, junto extravagancias como tener un Mercedes o casarse con la actriz francesa Marina Vlady, levantaron las sospechas y envidias de diversos poderes y esbirros. No obstante, su fama era tal que cuando unos agentes del KGB descubrían un próximo (y no autorizado) concierto de Visotski, los agentes de otro departamento del KGB daban una contra información para despistar a sus colegas y poder asistir al mismo.
Además, él y su largo grupo de admiradores también tenían sus triquiñuelas. Por ejemplo, Visotski evitaba las ciudades más grandes, y anunciaba sus conciertos apenas unas horas antes, para que a las autoridades locales no les diera tiempo a consultar con Moscú si prohibirlo o no. Al fin y al cabo, Visotski era un artista conocido en toda la URSS, y de Moscú.
No obstante, Visotski era consciente de que su influencia era limitada, aunque a veces podía cruzar la línea, como cuando se presentó en la embajada estadounidense para pedir antibióticos para Yuri Liubimov, quien estaba con fiebre.
Su energía, intensidad y camaradería le dieron muchos amigos, amigos que le ayudaron muchas veces pero que otras le llevaron a una vida poco saludable. Además, el alcoholismo del artista fue en aumento con lo años, algo que compartía con la mayoría de “intelectuales” de la época.
Ese carácter apasionado le dotó de talento, pero también le abrió las puertas de vicios varios e hizo que sus actuaciones pudieran ser irregulares. Según reconocía el propio Liubimov: “Él puede estar genial como Hamlet, y luego puede actuar de forma mediocre si no le pega el personaje. O genio o nada”.
Visotski llegó a estar en alguna clínica de desintoxicación, pero una tendencia a la auto-destrucción pareció tomarlo en sus últimos años de vida. Cuando estaba “seco” (sujói) se podía mostrar de mal humor, de hecho sus actuaciones y conciertos se fueron reduciendo progresivamente.
Continuará en una segunda entrega: La cultura “bardo” en Rusia.
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