Mijalkov en Sevilla

Foto de María Serrano

Foto de María Serrano

Como un cineasta consagrado, Nikita Mijalkov, toma asiento ante su público en Sevilla para recibir un merecido homenaje. No titubea, ni resalta en primicia los detalles de su nueva película La ciudadela, que presentó de forma inédita en el certamen y que representará a Rusia en el festival de los Oscars. Más bien, como artista reconocido internacionalmente, ahonda en las nuevas raíces del cine y en la tarea de los directores más recientes para demostrar que “sin amor no hay cine ni cultura rusa”. Su nuevo filme, parte de las últimas dos entregas de la trilogía Quemados por el sol, lo define como “una historia sencilla, contada de forma alegórica, que no sólo habla de la guerra, sino también del amor y la felicidad”.

Probablemente se trate del director ruso más conocido fuera de sus fronteras. Un “Almodóvar” made in Rusia que busca en cada una de sus películas un elemento humano con el que emocionar al espectador en la gran pantalla. “El público tiene que identificarse con el protagonista para estar cerca de la historia”, destaca,  aunque para ello parte de la búsqueda de una independencia ideológica, en un país  donde los creadores no estrenan sus obras “sin asumir el castigo que pueden recibir por una calumnia”, afirma.

“La situación actual del cine es de absoluto declive”. Un pensamiento “mío y sólo mío”, declara con humildad Mijalkov, que quiere contrarrestar con sus películas. “La violencia que existe hoy día en las producciones rusas no se basa absolutamente en nada”, comenta. El director ruso huye del happy end y cree en la necesidad de penetrar dentro del ser humano. “La crisis del cine ruso la está sufriendo la cultura cinematográfica de todo el mundo”. Un nuevo método, el de los directores actuales, que rechaza que el espectador se adentre en “la parte más negra y sin esperanza del alma humana” y que recurre a lo fácil sin tener ningún tipo de objetivo ni razón de ser. En base a esta tesitura, Nikita Mijalkov apoya la filmografía de Pedro Almodóvar, como esencia del producto fílmico español, y destaca su intento de introducirse en el alma humana. Un elemento cargado de emociones, miedos y frustraciones que ambos cineastas comparten en los fotogramas de sus filmes. El cine se tiene que basar en la compasión, en “la necesidad de compenetración del sentimiento del mal del otro y la capacidad de proyectar hacia uno mismo el sufrimiento ajeno”, afirma. Si una película consigue transmitir esto a los espectadores que observan atentos cada movimiento de cámara de Nikita Mijalkov, logrará su objetivo máximo.

Su último trabajo, Quemado bajo el sol: La ciudadela, cierra, con esta última entrega, una trilogía que retoma la historia del coronel Kotov, al que él mismo interpreta. Después de quince años desde el estreno de la segunda parte, este nuevo largometraje, lo califica como una película “metafísica”. En su presentación en el Festival de Cine Europeo de Sevilla apunta que su última creación “intenta regenerar la memoria colectiva, descubriendo que en la guerra también puede haber amor y felicidad”. La batalla en la Segunda Guerra Mundial marca la vida de este coronel que se verá obligado a cumplir las órdenes del “líder” Stalin.

En toda su carrera hacia la fama, Mijalkov asegura que “nunca” ha utilizado su apellido para evidenciar su parentesco como hijo del autor del himno de la URSS. Con tan sólo 19 años, dirigió su primer largometraje Paseo Por Moscú,  iniciando la dualidad como intérprete y director, que lo acompañaría toda su trayectoria. Mijalkov conseguiría un ansiado reconocimiento internacional con su segunda entrega,  Esclavo del amor. Desarrollada en pleno auge de la revolución rusa, la película fue aclamada internacionalmente tras su estreno en los EE.UU. Quince largometrajes, avalados con títulos destacados como el Barbero de Siberia, 12 o Urga, territorio del amor, con el que obtuvo el León de Oro de Berlín, demuestran  su nutrida carrera repleta de éxitos. En 1993 obtuvo el premio de la Academia con su cinta “Quemados por el sol", siendo la primera película soviética galardonada con un Oscar. Hasta la fecha, ha sido la producción más famosa de Mijalkov, ambientada en la época feroz de las purgas estalinistas. La última entrega de la saga ha sido elegida, de nuevo, como la cinta rusa candidata a los Oscars en medio de fuertes críticas entre artistas y directores rusos. Según ha evidenciado el cineasta ruso-estadounidense Andréi Konchalovski, hermanastro de Mijalkov, el comité de selección de filmes rusos al Oscar  "ya no expresa la voluntad de la sociedad rusa".

Ajeno a críticas, Mijalkov sigue defendiendo el arte cinematográfico de calidad con historias que contar. “La madre del cine ruso es la literatura”, sentenció en pleno homenaje el director de La ciudadela. Las palabras escritas por Tolstoi, Dostoievsky y Chejov son influencias básicas cuando se sienta en su silla de director, como ha demostrado en películas de éxito internacional como Ojos Negros, basada en varios relatos cortos de Chéjov, y, según él, en toda su filmografía patria. “En la literatura hay una búsqueda de los valores del espíritu”, declaró, principios que deben proyectarse en un cine en el que no puede faltar el amor. “La cultura y el cine ruso sin amor están muertos. Todos tenemos la necesidad y el deseo de amar a alguien y eso tiene que estar en cada fotograma ya que como me dijo un autor de la industria cinematográfica rusa, la verdad cruel sin amor se convierte en mentira”.

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