¿Es realista la Unión Euroasiática?

¿Es realista la Unión Euroasiática? Foto de AP

¿Es realista la Unión Euroasiática? Foto de AP

La mayoría de los aniversarios que tienen lugar en 2011 están directa o indirectamente relacionados con el desmoronamiento de la Unión Soviética. Independientemente de como valoremos este acontecimiento es imposible negar que ha provocado movimientos tectónicos en Eurasia y que ha condicionado durante años la agenda económica, social y de seguridad de numerosos países.

Una conclusión importante de estas dos últimas décadas ha sido comprender que la división de la Unión Soviética, que propició la independencia de numerosos estados, no garantiza de por si ni prosperidad, ni la generación de una política interior y exterior adecuada, ni la aparición de la armonía social. Lo que ocurrió fue que las antiguas repúblicas soviéticas estaban ligadas entre si a través de gran cantidad de lazos que no fue nada fácil romper a la hora de establecer su independencia.

 

Como consecuencia, el desarrollo de los nuevos estados después de 1991 ha consistido en una serie de oscilaciones constantes entre procesos de integración y tendencias centrífugas. ¿Alrededor de qué nuevos parámetros sería posible una integración hoy en día? El propio Vladímir Putin intentó responder a esta pregunta en un artículo  publicado el 4 de octubre de 2011 en el periódico Izvestia titulado “El nuevo proyecto de integración para Eurasia: un futuro que nace hoy”.

 

El texto del primer ministro  hace referencia a un proyecto de integración muy concreto: el del Espacio Económico Único, que está previsto poner en marcha en enero de 2012. Además, Putin plantea algunas otras cuestiones. En primer lugar, es un breve resumen de la historia de los proyectos de integración en el territorio de la antigua Unión Soviética durante los últimos veinte años. En segundo lugar, el artículo está escrito en vísperas del nuevo ciclo electoral, teniendo en cuenta que el primer ministro ya se ha presentado como candidato a la presidencia. Por lo tanto, este texto puede entenderse como una especie de declaración de prioridades de la futura presidencia en el ámbito euroasiático o postsoviético. Debido a ello, a partir del momento de su publicación, el artículo será leído detalladamente tanto dentro como fuera del país.

 

Occidente percibe con cierto recelo cualquier intento de Moscú por intensificar su actividad en el espacio postsoviético. Recordemos la brusca reacción de Washington ante el reconocimiento de la independencia de Abjasia y Osetia del Sur por parte de Rusia (el primer precedente de revisión política y jurídica de las fronteras entre las repúblicas desde 1991) así como el hecho de que la OTAN no esté dispuesta a colaborar con la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), que suele percibirse como un instrumento de dominación rusa, o las constantes menciones constantes a la presencia militar de Rusia en el territorio de la ex URSS. Incluso algunos occidentales han llegado incluso a vincular la presencia militar rusa con el nivel democrático en cada país independiente. Parece que en ciertos círculos políticos se ha formado la opinión de interpretar el fortalecimiento de Rusia en Eurasia como una amenaza y como un intento de restaurar la hegemonía soviética.

 

Si pensamos en la reacción al artículo de Putin y a los posibles temores que haya podido despertar, es imposible dar una respuesta unívoca.

 

Por una parte, Vladímir Putin explica que el modelo de integración económica propuesto por Rusia no tiene nada que ver con la URSS: “Es ingenuo intentar restaurar o copiar algo que forma parte del pasado. Sin embargo, los tiempos que corren exigen una integración nueva y estrecha con una base política, económica y de valores”. Al mismo tiempo, el primer ministro hace hincapié en que el Espacio Económico Único estará basado en el principio de las fronteras abiertas para sus integrantes. De ahí su respuesta a la ausencia de necesidad de construir barreras fronterizas entre Rusia y Kazajistán. Hay que tener en cuenta que es una frontera cuya longitud tan solo es comparable a la que separa a Estados Unidos de México.

 

Mas aun, si fuera posible establecer alguna comparación, no sería con la URSS sino con el modelo de integración europea y la UE. El primer ministro destaca constantemente la necesidad no sólo de estudiar detenidamente esta experiencia , sino de la necesidad de establecer una cooperación efectiva entre la nueva unión postsoviética y las principales economías occidentales y orientales. Por lo tanto,  no hay nostalgia por los tiempos soviéticos ni una postura de confrontación respecto a otros países o proyectos de integración.

 

Sin embargo, hay muchos aspectos en el texto que no inducen a pensar que la estretegia de integración no está muy clara mas alla del contexto electoral. Lo cierto es que hay demasiados lemas optimistas y objetivos planteados, pero no se describen ni los mecanismos ni los recursos para llevarlos a cabo. En este sentido, es muy representativo el siguiente fragmento: “En su tiempo, los europeos necesitaron 40 años para hacer el camino desde la Comunidad Europea del Carbón y del Acero hasta la Unión Europea de pleno valor. El desarrollo de la Unión Aduanera y el Espacio Económico Único va a un ritmo mucho más dinámico, ya que tiene en cuenta la experiencia de la UE y otras uniones regionales.”

 

La Unión Aduanera funciona tan solo desde enero de 2010 (el territorio aduanero único para la Federación de Rusia, Kazajistán y Bielorrusia se estableció en julio del año pasado). Por lo tanto, es demasiado pronto para hablar de su desarrollo.

 

No hay que olvidar tampoco que la cooperación económica no es más que uno de los aspectos de la integración. Es poco probable que la Comunidad Europea del Carbón y del Acero se hubiera convertido en la UE si los europeos no hubieran planteado y resuelto complicadas cuestiones políticas. Sin embargo, Moscú y Minsk muestran bastantes discrepancias. Basta con mencionar la política rusa en el Cáucaso Sur. Lo mismo en cuanto a Kazajistán, que durante mucho tiempo fue un socio estratégico de Georgia.

 

La cooperación económica no puede reducirse a los créditos otorgados para apoyar una u otra administración. Esto es una tarea táctica y no estratégica. Además, la cooperación con un país no puede limitarse a los contactos con la élite gobernante, ya que en caso de que se den cambios en el gobierno existe el riesgo de perder toda la influencia adquirida hasta ese momento. Por lo tanto, sin resolver o al menos plantearse cuestiones políticas, la cooperación económica no se convertirá en una verdadera integración.

 

En su artículo, Putin presta mucha atención a la Comunidad de Estados Independientes (CEI) en tanto que proyecto de integración más antiguo y conocido. Muchas valoraciones del primer ministro parecen justas. Esta estructura ayudó a resolver problemas de gran envergadura como la división de la herencia militar soviética y la creación de fuerzas armadas propias, el reconocimiento de fronteras entre los nuevos estados, la coordinación de la política de migración (garantía de movilidad sin visados) y la elaboración de una política de precios coordinada respecto a los proveedores de energía, entre otros, y a tener enfoques comunes en el ámbito educativo (reconocimiento de títulos universitarios del modelo soviético en los países miembros de la CEI).

 

Sin embargo, quedaron fuera los problemas que llevaron a la CEI al estancamiento y, por tanto, a reducir su eficacia. Estos problemas hacen referencia a las “guerras económicas y comerciales” entre los países miembros, y a las ya mencionadas discrepancias políticas que obligaron a revisar considerablemente la política unificada de migración. Además, los mecanismos de integración dentro de la Comunidad se ven bloqueados por el sistema de relaciones exteriores de los nuevos estados independientes, que se han convertido en su prioridad. Después de que Georgia abandonara la CEI en 2009, fue creado el precedente del cambio de configuración de esta estructura. No existe ninguna garantía de que en el marco del Espacio Económico Unido las relaciones bilaterales no se conviertan en un freno para los procesos de integración.

 

En general, el texto no tiene en cuenta un tema importante, el de la fragmentación del espacio postsoviético. No sólo como desafío a la política rusa, sino también como una nueva realidad. Un pasado histórico común tiene ciertas limitaciones y no puede cumplir constantemente el papel de factor unificador. Las antiguas “reglas del juego”, elaboradas durante los acuerdos de Belovezhie (pacto entre los presidentes Borís Yeltsin, Stanislav Shushkievich de Bielorrusia y Leonid Kravchuk de Ucrania, que disolvió la Unión Soviética y creó la Comunidad de Estados Independientes), y otros documentos escritos durante los primeros años de la CEI, ya no corresponden a esta realidad. En comparación con el principio de los años 90, el espacio postsoviético está mucho más integrado en la economía y la política mundial.

 

Importantes actores del ámbito internacional de la talla de Estados Unidos, la Unión Europea, China, Japón, Turquía, Irán o las grandes multinacionales han dado a entender que tienen intereses en la zona. Muchos procesos de integración de los nuevos países independientes se llevan a cabo con la participación de otros estados.

 

Se necesitarán nuevos valores para insuflar una nueva vida a la integración postsoviética. Putin solamente los menciona de refilón en su artículo de Izvestia. Sin embargo, ningún proyecto de integración conocido, sea  la OTAN, la UE, el Movimiento de los Países No Alineados, la Organización de los Estados Americanos o de la Unión Africana, se construye bastándose únicamente en lo pragmático y prescindiendo del componente ideológico.

 

¿Cómo debería ser el proyecto ruso para Eurasia si no se orienta hacia el modelo soviético y tampoco se inscribe dentro del marco de la integración europea? Es una pregunta que queda sin respuesta. Y cuanto más tiempo carezca de unas bases detalladas, nacerán más temores infundados en Occidente respecto a los planes de Rusia.

 

Hoy el liderazgo geopolítico y económico en el territorio de la antigua Unión Soviética pertenece a Moscú. Sin embargo, este liderazgo se apoya mas bien en el pasado histórico y no puede garantizarse automáticamente a pesar de todos sus méritos anteriores. Para conservarlo, en vez de usar los “instrumentos de un divorcio civilizado” (fue el propio Putin el que describió así la CEI en marzo de 2005) se necesitan nuevos proyectos de integración que impulsen tanto el desarrollo interior de los nuevos Estados independientes, como su tendencia hacia la cooperación.

 

Pero para que todo ello funcione, además de pronósticos optimistas es necesario hacer una reflexión seria sobre los errores del pasado y el buen cumplimiento de dichos pronósticos.

 

 

Serguéi Markedónov es investigador invitado del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (Washington, EEUU)

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