Fotos de Anna Emelyánova
¿Cómo llegó a Uruguay?
Por primera vez llegué a Uruguay en 1953 cuando
tenía 15 años. Mis padres ya se habían separado y yo era muy
indisciplinado así que mi madre decidió mandarme
a este país, a la casa de mi tío, el príncipe Gorchakov. Él era
bastante severo y mi madre esperaba que consiguiera rectificar mi
comportamiento, pero en tres meses Gorchakov llamó a mi madre diciendo que
me iba a mandar de vuelta con el primer avión. Mi madre vino a verme, se
enamoró del
Uruguay y nos quedamos. Cuando yo tenía 19 años recibí una llamada de Francia. Era
mi padre. Me dijo: “Si algún día piensas volver a Francia y trabajar acá,
tienes que hacer el servicio militar”. Regresé a Francia y durante cuatro años
serví a mi país como oficial en la legión extranjera, participé en la guerra de
Argelia. Al terminar el servicio, me instalé en París y me casé. Viví con mi
mujer 40 años, tuve tres hijos, uno falleció cuando tenía 7 años. Mi hija ahora
vive en Francia, es editora y mi hijo, fotógrafo, vive en Brasil. Yo siempre he viajado mucho, me dediqué a la pesca deportiva y
recorrí casi todo el mundo en búsqueda de los mejores lugares para pescar.
Además escribía, editaba una revista sobre la pesca. Cada 3 o 4 años viajaba a Uruguay
para cazar y pescar pero viví en París hasta la muerte de mi mujer en 2000,
entonces decidí volver a Uruguay.
¿Por qué no se quedó en Francia?
Francia es un país maravilloso, es uno de los países
más hermosos del mundo pero es imposible vivir allá. El general de Gaulle
decía: “¿Cómo es posible ser el presidente de país donde hay 365 variedades de
queso?”. Quiere decir que en Francia hay 365 opiniones diferentes. El arte de vivir que tenían
ya no existe más.
La gente siempre corre para ganar cada vez más dinero
y no se toma
tiempo para descansar. Por ejemplo, cuando llegaba acá ni siquiera avisaba a
mis amigos. Les llamaba desde el aeropuerto y me decían: “¡Qué lindo! ¡Vamos a
hacer un asadito!”. Todo el mundo se juntaba, dejaban todas sus ocupaciones,
cancelaban sus citas. Había como 30 o 40 amigos alrededor de la parrilla con un asado. Si hiciera
lo mismo en Francia, mis amigos me dirían: “¡Qué lástima! Hubiéramos podido
invitarte dentro de dos semanas, pero ahora todo estamos ocupados”.
Vine para acá únicamente por esa razón. Mi hija está
muy ocupada, estaba muy ocupada, sigue muy ocupada y yo ya no podía verla
cuando quería.
Alexánder Tolstói nació en 1938 en París. En 1953 llegó por primera vez a Uruguay, donde vivió de los 15 a los 19 años. En 1957 regresó a Francia para hacer el servicio militar. Durante 4 años sirvió en la legión extranjera francesa y participó en la guerra de Algeria. Volvió a París, se casó en 1962 y se dedicó a la pesca deportiva. En 2000 su esposa falleció y Tolstói decidió radicarse en Uruguay. |
¿Fue difícil tomar la decisión de irse al otro lado del mundo?
Mientras somos jóvenes queremos enriquecernos,
amontonar, comprar cosas. A partir de cierto momento se hace lo contrario. Para mí es
un gozo despojarme. Antes tenía tres casas, tenía muchas cosas y de repente
murió mi mujer y lo dejé todo. Fue una nueva filosofía de vida: despojarse para
finalmente volver al estado “desnudo”, inicial. El despojo corresponde a
cierta “limpieza” del espíritu. Sacar todo inútil para guardar sólo lo
esencial.
Por eso trato de vivir de la manera más sencilla
posible y
disfrutar nuevamente de la belleza de este mundo.
¿Nunca pensó en volver a Rusia?
Me siento ruso, amo a Rusia, amo a los rusos pero no
podría vivir en Rusia. La última vez que estuve allí entré en el ascensor donde había 3 o 4
personas más. Les saludé. Pero no me contestaron, me miraron pensando: “¿Y qué
quiere éste de nosotros?”. Antes las cosas no eran así.
¿Cuál es su lugar favorito en Rusia?
Yásnaia Poliana. El lugar está igual que casi hace
cien años cuando murió Tolstói. Cuando llegué por primera vez en 1960 me
recibió mi sobrino Volodia. Le pregunté: “¿Es todo nuestro?”. Me dijo que sí. Lo tomé no como
propiedad física sino como algo que en realidad está dentro de mi corazón, como debe estar en corazón
de todos los rusos. Lo siento mío desde dentro. Lo mismo me pasa con la gente y
los países. Por ejemplo, Uruguay lo siento mío también, pero Japón, por
ejemplo, nunca lo voy a sentir mío. En Yásnaia Poliana me siento realmente en mi lugar por no decir en mi casa.
¿Le sigue gustando la pesca?
¡Cómo no! Dediqué toda mi vida a la pesca. Es una
filosofía de vida. A través de la pesca enseñé a la gente cómo conservar las especies.
Matar para matar no sirve para nada. Todas las pruebas, los estudios que se
hicieron alrededor de este tema demostraron que el pez no sufre como ser
humano porque tiene sangre fría. Agarras troleando el pez grande, atún, por ejemplo, lo llevas, sigue vivo, lo marcas con una flechita y lo sueltas. Media hora después lo pescas de vuelta. La naturaleza
es una cosa fantástica. Pero hay que cuidarla.
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