Los líderes de los partidos rusos junto con el presidente Dmitri Medvédev. Foto de Itar-Tass
En la entrevista concedida a tres canales de televisión Dmitri Medvédev explicó que como Vladímir Putin tiene unos índices de popularidad más altos será él el que se presente a las elecciones. En principio, suena razonable.
Durante los últimos cuatro años, la popularidad del presidente ha oscilado de la misma manera que la del primer ministro, aunque siempre ha sido algo más baja. En marzo de 2011, Medvédev era un 11% menos popular que Putin (según las encuestas, en las próximas elecciones el 22% votaría al actual presidente, mientras que al primer ministro lo votaría el 33%, el 14% lo haria a otro candidato, y el 31% no tendría intención de votar). Por lo tanto, ante esta situación había varias opciones: se le daba a Medvédev otra oportunidad sabiendo que su resultado en las urnas no sería demasiado bueno, o bien se proponía la candidatura de Putin, o bien se dividía el tándem. La opción de elegir a “otro sucesor” era solamente teórica. Al final, se adoptó la decisión más conservadora. Si nada extraordinario ocurre, en marzo Putin ganará las elecciones presidenciales por tercera vez, derrotando de nuevo al comunista Guennadi Ziugánov. Esta decisión conlleva una serie de nuevos riesgos, nunca antes afrontados por Putin.
La recesión como telón de fondo
En caso de confirmarse lo anterior estaríamos ante la tercera legislatura de Putin. Algo que no está literalmente prohibido por la Constitución, en la que se dice “no más de dos legislaturas consecutivas”, aunque se abren dudas acerca del respeto al espíritu de la misma. En el congreso de Rusia Unida Putin admitió que “hace varios años” había llegado a un acuerdo con Medvédev “respecto a qué hacer y a qué dedicarse en el futuro”. Esta declaración se presenta como algo ambiguo, es decir, da la impresión de que la tarea de Medvédev no ha sido más que la de conservar el cargo para Putin.Es discutible el mandato de Putin entre 2000 y 2004, pero al menos tenía legitimidad. Sin embargo, ahora que se propone emprender una tercera legislatura, se arriesga a perder una parte del apoyo de los ciudadanos. Algunos electores, entre ellos partidarios de Putin, podrían interpretar este enroque como una manipulación. Esta tendencia ya apareció durante la campaña electoral de Medvédev en 2008 (“lo han decidido todo sin preguntarnos a nosotros”, “aquí no tenemos una monarquía”), y ahora se va a ver fortalecida.
Las declaraciones respecto a los acuerdos anteriores hacen daño incluso a la propia institución presidencial. Si el despacho del Kremlin es algo que se puede retener hasta que llegue el auténtico dueño, ya no se trata de un cargo presidencial, sino del poder personal de Putin.
Actualmente el primer ministro no da la impresión de novedad, y aunque su índice de popularidad sigue siendo muy alto (una tasa de aprobación del 51%, frente a un rechazo del 20%), baja progresivamente desde 2008. Además, el hecho de que Rusia Unida, el principal apoyo político de Putin, no esté en su mejor momento de cara a las elecciones, también complica la situación.
Finalmente, está comenzando una recesión industrial en Rusia. Si se confirman los peores pronósticos de desarrollo, será la primera campaña electoral a nivel federal en tiempos de recesión.
Los “clientes” y el resto
Si dejamos aparte la demagogia, sólo se le puede reprochar una cosa a Vladímir Putin como gestor: haber creado unas redes de clientelismo basadas en la confianza personal. Sin embargo, teniendo en cuenta el caos político de finales de la década de los 90 y la biografía del primer ministro, este modo de actuar resulta más que comprensible.
Naturalmente, los críticos de Putin afirman que la dirección del desarrollo económico (y, por lo tanto, los gastos presupuestarios) coincide con los ámbitos empresariales de la clientela de Putin. Sin embargo, otros observadores, por lo visto más objetivos, consideran que ocurre exactamente lo contrario: Putin confroma su clientela de acuerdo a las prioridades establecidas. En cualquier caso, el verdadero problema de Rusia hoy en día consiste en no poder establecer otro tipo de mecanismos de política económica, aparte de las fórmulas patrón-cliente. Es algo deplorable, pero se trata de un hecho real.
La principal alternativa, es decir, la receta liberal que consite en “privatizarlo todo y que la mano invisible del mercado construya una economía nueva” está completamente desvirtuada a causa de las reformas de los sectores petrolero y energético. Este sector fue completamete privatizado, pero los precios y las tarifas crecen como la espuma y provoca que las empresas rusas no puedan competir con las extranjeras debido a los altos costes.
Por su parte, si se pretende ahorrar recursos, hoy en día solamente el Estado es capaz de financiar una inversión que pueda implantar tecnologías de ahorro.
Aparentemente Vladímir Putin es consciente de los problemas de ambos sistemas económicos, por lo que ha surgido la llamada “gestión manual” de la economía, según la cual en los proyectos estatales participan también personas y empresas ajenas a la clientela de Putin, como son, por ejemplo, los “oligarcas de la primera generación”. El primer ministro controla personalmente el desarrollo del trabajo y resuelve los problemas administrativos y políticos que vayan surgiendo. Sin embargo, está claro que este enfoque tiene sus limitaciones, ya que una sola persona no es capaz de resolver todos los problemas que hay que superar para llegar a dar un salto en la economía.
El propio Putin ha sido el que ha indicado cómo salir de este “callejón sin salida tecnológico e institucional”: hay que crear una clase media “realmente grande”, compuesta principalmente por “empresarios que generen servicios y artículos reales”. Se les promete facilidad de acceso a las licitaciones estatales y apoyo a la exportación y, además liberalizar la gestión administrativa.
Por lo visto Putin ha sido sincero al declarar que “la fuerza promotora clave de los proyectos de desarrollo tendrá que ser el mundo empresarial, sobre todo esa generación de emprendedores que crea industrias competitivas e innovadoras, y aspira a convertirse en líder del mercado ruso y mundial”. Sin embargo, hasta que esta nueva generación de emprendedores no cobre suficiente fuerza como para responsabilizarse por completo del desarrollo económico del país, habrá que resignarse a aceptar las relaciones clientelistas.
Una gran base
Lamentablemente, durante los últimos años ni los empresarios ni la sociedad civil han llegado a desarrollarse como para generar una demanda masiva y políticamente definida de instituciones públicas de calidad. La modernización propuesta por Dmitri Medvédev ha sido un proyecto puntual que sólo concernía a nichos sectoriales y a grupos sociales muy reducidos.
En este sentido, los actuales lemas de Putin ( ”Nueva industrialización”, “25 millones de puestos de trabajo en 20 años” y “crecimiento económico anual del 6–7%”) tienen una envergadura mucho mayor. El primer ministro anunció por primera vez estos objetivos en mayo durante la presentación de la Agencia de Iniciativas Estratégicas. En aquel momento también propuso un nuevo formato de política industrial, en el que se permitiría a las empresas de tamaño medio que crecieran rápidamente entrar en contacto directo con el primer ministro, evitando el exceso burocrático de los ministerios. Durante una reunión con los representantes de estas empresas se habló de como evitar los obstáculos que impiden el crecimiento, y la fórmula propuesta fue la “gestión manual”.
Dmitri Medvédev intentó ampliar el apoyo político del tándem gobernante atrayendo a la opinión liberal y a la clase media. Pero lo que ocurrió fue que la clase media era indiferente a la retórica liberal tradicional, es decir, tal y como se presenta habitualmente en Rusia. A esta le interesa más el aumento de los salarios, el acceso a la vivienda y la educación. Además, la opinión pública liberal tampoco tiene demasiada influencia y tiende a ser radical y propensa a transmitir exclusivamente a la administración su eterno descontento. Si el nuevo formato de política económica e industrial se hace realidad, la base del apoyo al régimen político empezará a crecer gracias a la adhesión de propietarios, directivos y empleados de las medianas empresas en expansión. Se podría afirmar que con ellos aumentará también la “clientela” de Putin. Si el crecimiento de la economía rusa acaba siendo rápido y se desvincula de los recursos naturales, tarde o temprano la cantidad se convertirá en calidad, de manera que la empresa privada tendrá por fin sus intereses y aprenderá a expresarlos, destruyendo así el monopolio de la burocracia estatal.
La cuestión es si Putin adoptará esta nueva imagen, la tercera en su carrera política.
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