El lujo de ir a la guardería

La escasez de plazas en las guarderías plantea serios problemas a los padres. Foto de Itar-Tass

La escasez de plazas en las guarderías plantea serios problemas a los padres. Foto de Itar-Tass

Hay un chiste ruso que dice: si los padres solicitan una guardería para su hijo el día de su nacimiento, ya es demasiado tarde.

Lamentablemente, la anécdota refleja un problema real. La falta de guarderías se ha convertido para muchas familias rusas en un quebradero de cabeza. De hecho, muchas parejas que no pueden contar con la ayuda de sus padres renuncian a tener un hijo: “Mi segunda hija tiene dos años y medio y no conseguimos plaza en la guardería. Yo no puedo volver a trabajar, ya que no tengo a nadie con quién dejarla. Mis padres y mis suegros trabajan. En mi oficina ya me han dicho que si no vuelvo dentro de tres meses, me van a despedir”, comenta Elena Ryzhova, de 29 años, madre de dos hijas, de cuatro y dos años y medio.


Recientemente, el primer ministro Vladímir Putin volvió a tratar el tema de las guarderías en un discurso oficial. Subrayó que a día de hoy, alrededor de 1.900.00 niños rusos no han podido entrar en las guarderías y se han quedado en lista de espera. Según palabras del primer ministro, es un récord, hace un par de años este número no superó el 1.700.000. 


En los últimos años se ha notado un leve crecimiento de la natalidad debido a las medidas tomadas por el gobierno para motivarla, incluido el cheque bebé (una subvención de 8.000 euros que reciben las madres tras el nacimiento del segundo hijo). Pero las parejas que ya han tenido su segundo bebé, no saben cómo se las van a arreglar. 


Según la legislación rusa, la baja por maternidad es de un año y medio: durante este período la mujer recibe una pensión que no supera los 300 euros mensuales. Tiene derecho a quedarse en casa hasta que el niño cumpla tres años sin perder su puesto de trabajo, pero sin cobrar. Ahora mismo, la gran mayoría de madres se ven obligadas a coger el máximo período de baja (tres años) simplemente por no poder conseguir una plaza en la guardería. 


Dormir en el suelo o no 



Svetlana Kopéikina, madre de 32 años, residente en España, comenta: “Cuando entré por primera vez en una guardería pública en España (era una de las mejores de Madrid), me quedé decepcionada: los niños jugaban, comían y dormían en la misma habitación. Dentro del edificio llevaban los mismos zapatos que en la calle, no tenían un vestíbulo para vestirse; en general, los espacios me parecieron muy pequeños. Pero lo que más me sorprendió fue que los niños durmieran en un colchón situado en el suelo. Cuando se lo conté a mis amigos rusos, se negaban a creerme”.

En Rusia las guarderías públicas suelen ser muy grandes, a veces son edificios de dos o tres plantas que tienen un gran espacio para pasear. Cada grupo de niños dispone de dos habitaciones: una para jugar, estudiar y comer, y la otra como dormitorio donde cada niño tiene una camita que lleva su nombre. En el vestíbulo tienen sus armarios y bancos para vestirse sentados. La higiene es otra prioridad. Dentro del edificio los niños se cambian de zapatos y de ropa lo que, evidentemente, supone más trabajo para las ciudadoras. Habitualmente, en cada clase de 20-25 niños trabajan dos profesoras y una ayudante que limpia las habitaciones, trae la comida y ayuda a los niños a vestirse. La paga máxima por un hijo en una guardería pública no supera los 30-40 euros al mes.   


Todo por una plaza


A pesar de las ventajas de las guarderías rusas, tienen un hándicap importante. Son inaccesibles para muchas familias. Entrar en una guardería a menudo se convierte en una batalla. Los padres solicitan plaza nada más nacer su hijo e incluso entonces tienen que esperar como mínimo dos años hasta que llegue su turno. Si es que llega algún día... 


Los desesperados padres y abuelos, están dispuestos a darlo todo por conseguir una plaza: prestar ayuda financiera en metálico, comprar muebles o juguetes, limpiar ventanas, pintar columpios, hacer alguna reforma o cualquier regalo personal a los directores quienes a menudo abusan de esa “generosidad”.


El problema de la falta de las guarderías apareció en los años 90 cuando casi un tercio de las guarderías públicas cerró o fueron vendidas a empresas privadas que, por su parte, convertieron estos edificios en bancos, oficinas, etc. Reclamarlas actualmente resulta casi imposible debido a las lagunas existentes en la legislación. No es de extrañar que las guarderías no acojan a los niños menores de 2 años, aunque antes, en la época soviética, entraban a partir de uno o un año y medio.

La construcción de las guarderías nuevas está paralizada. La única ciudad donde aparecen nuevos edificios para niños es Moscú. En la capital se abren guarderías privadas y cada vez hay más padres que optan por esta solución. Pero la situación en Moscú es completamente distinta comparada con otras regiones. Las pocas guarderías privadas que se abren en la periferia, como por ejemplo en Tomsk, están medio vacías ya que cuestan entre 400 y 500 euros al mes, cuando el sueldo medio en la región es de 500-700 euros aproximadamente. En la capital los ingresos de las familias suelen ser más altos y, por lo tanto, los padres, se pueden permitir llevar a los niños a las guarderías de pago. 


Las autoridades de algunas regiones, como Novosibirsk, Perm o Krasnoyarsk, alarmadas por la pésima situación han decidido prestar ayuda económica a los padres que se ven obligados a cuidar a sus hijos en casa. Los diputados de la Duma Estatal ya están debatiendo la ley federal que obligue a todas las regiones a prestar este tipo de apoyo a las familias. 


Por supuesto, tener esta subvención es mejor que no tener nada. Sin embargo, la prestación sería mísera (de unos 100-150 euros por hijo) y tampoco ayudaría a resolver el problema. Mientras tanto, miles de los padres siguen soñando con obtener una plaza en la guardería, y nos les importaría que su hijo tuviera que dormir en un colchón con otros niños en caso de que fuera admitido.

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