Aquellos niños de la guerra

Haciendo un periódico mural. Casa de Niños Nº 5, 1939 . - Moscú, 1939
. Foto B/N y 1 negativo. - Donación del Centro de España en Moscú
. Fundación F. Largo Caballero

Haciendo un periódico mural. Casa de Niños Nº 5, 1939 . - Moscú, 1939
. Foto B/N y 1 negativo. - Donación del Centro de España en Moscú
. Fundación F. Largo Caballero

El destino de una cruenta guerra, como la que vivió España en el año 1936 llevó a 3.291 niños españoles a embarcarse rumbo a la antigua Unión Soviética en busca de refugio, y sin billete de vuelta. No sabían cuál sería su destino ni cuánto tiempo duraría aquel exilio forzoso. 171 supervivientes sobreviven aún en la frontera entre Rusia y España para contar su historia. Y pocos se consideran apátridas, sólo víctimas de una guerra que les marcó el resto de sus vidas.

La experiencia vivida en la cima de dos contiendas marcó para siempre la infancia de más de 3.000 niños españoles. Una mezcla de recuerdos que se entrelaza entre la guerra civil española y la invasión nazi a la URSS en el año 1941. María Guerra partió desde Gijón en la última expedición. Ahora a sus 80 años recuerda que “aquel tiempo de crudezas no se lo desea a nadie” aunque sonríe cuando habla del “trato maravilloso que recibió en la casa de niños”, situada a las afueras de Moscú y “el cariño de aquellas cuidadoras”.

La gran masa de niños evacuados a la URSS tenía entre los dos y catorce años de edad. A su llegada los distribuyeron por distintos lugares. Leningrado, Moscú, Kiev y Odessa fueron los principales destinos. María recuerda, 74 años después de su partida, con una lucidez asombrosa las vivencias en aquel barco que los trasladaba a la libertad. “Cuando partimos del puerto asturiano del Musel, los alemanes de la Legión Cóndor nos lanzaron bombas desde los aviones pero ninguna nos alcanzó” recuerda. El 26 de abril de ese mismo año, la aviación alemana bombardeó la población civil de Guernica. Los incontables destrozos y las pérdidas humanas llevaron al pintor exiliado Picasso a plasmar un episodio imborrable de la historia.

Cuatro expediciones con un sólo destino

Aquellas partidas de niños fueron organizadas por el Ministerio de Instrucción Pública del Gobierno de la Segunda República. Su ministra, Federica Montseny, autorizó la primera expedición con tan sólo 21 niños desde el puerto de Cartagena el 17 de marzo de 1.937. Todos ellos procedían de Madrid, Málaga, Almería y Valencia, ciudades que se encontraban asediadas aún por el ejército de Franco y entre los evacuados estaban hijos de pilotos republicanos y oficiales del Partido Comunista. El traslado se realizaba en barcos mercantes y los niños viajaron hacinados en bodegas. En la madrugada del 13 de junio, seis días antes de la caída de Bilbao a manos franquistas, partió el buque Habana desde el puerto de Santurce, esta vez con un número de jóvenes muy superior, 1.530 junto a 75 personas acompañantes, entre los que había médicos y profesores. La próxima travesía saldría desde Asturias, el 24 de septiembre de 1.937 desde el puerto de El Musel (Gijón). Un carguero francés con 1.100 niños a bordo, asturianos, santanderinos y vascos. En el puerto francés de Saint Nazaire fueron recogidos por el buque soviético Kooperatsiia, dirección a la URSS. La última expedición se organizó a finales de 1938, cuando ya se preveía la derrota de la guerra. La integraron unos 300 niños de Cataluña, Aragón y la costa mediterránea. María era una de aquellas niñas que partió rumbo a ninguna parte junto a sus tres hermanos, desde el Musel “A mí me llevaron de la mano sin saber que tardaría más de 60 años en volver a pisar esta tierra”, recuerda.

Jóvenes españolas del Instituto de Idiomas extranjeros durante la 
manifestación del 1º de Mayo en Moscú en 1949. - Moscú , 1949
 Donación del Centro de España en Moscú. 
Fundación F. Largo Caballero


“Cuando llegamos a aquel puerto muertos de frío y de hambre y con el corazón encogido, el pueblo ruso nos tendió su mano”, destaca María. Aquel barco llegó a Leningrado y su recibimiento se transformó en una auténtica fiesta de bailes y vítores. Como correspondía a una manifestación propagandística, el apoyo soviético era más fuerte que nunca en su lucha por erradicar el fascismo de Europa.

María José Devillard, autora del libro “Los niños españoles en la URSS” destaca la necesidad que tenía el gobierno de la República de alejar a los más jóvenes de los bombardeos provocados por la aviación nazi. A su llegada, “los niños españoles fueron destinados a Casas de Niños, acondicionadas para que este colectivo pudiera desarrollarse en los distintos espacios para la escuela, el descanso, la comida y el recreo”, destaca la escritora. Y el relato parece no discrepar con la realidad ya que el testimonio de María Guerra indica las buenas atenciones de las educadoras rusas y españolas. “Nos daban de comer, nos quitaron al ropa vieja y nos vistieron de marineritos. Fue una etapa feliz aunque hubo mucho llanto por el recuerdo de nuestros padres” relata. Uno de los episodios que esta octogenaria niña de guerra recuerda con más cariño fue la primera vez que vio a las cuidadoras dar de comer a los animales que había en la casa. Con un hilo de nostalgia María cuenta que “todos los niños españoles comenzamos a gritar cuando vimos que a los caballos les daban de comer lentejas. Todas nos pusimos a gritar (ríe). No sabían que pasaba y uno de nosotros le explicó que en España las lentejas las comían también las personas”. Desde aquel momento, a aquellos niños, no les faltó un plato de lentejas en la mesa ni un alimento que llevarse a la boca después de varios años de escasez.

María partió junto a sus tres hermanos, a los que sólo ha vuelto a ver en contadas ocasiones. “Únicamente mantengo el contacto con mi hermana América, que estaba en una Casa de Niños que lindaba con la mía”. Nunca volvió a España y se quedó para siempre en Moscú. Su padre era maestro de escuela y se exilió a Lyon poco después de la guerra. “Hasta el año 1961, no volví a abrazar a mis padres, durante el tiempo de guerra perdimos el contacto y sólo años después nos dejaron enviar correspondencia”, destaca.

Una guerra que no esperaban

La invasión alemana a la URSS en junio de 1941 dio una vuelta de tuerca a la vida apacible de aquellos niños de la guerra que poco a poco se hacían adolescentes.

La línea de fuego que se extendía por el centro de Rusia, llevo a evacuación de estos jóvenes a miles de kilómetros. “Cuando estalló la guerra con los alemanes nos llevaron a todos los niños hasta la otra orilla de Río Volga”, comenta. Delincuencia, hambre y muchas penurias marcaron el siguiente lustro hasta que el país fue tomado por los aliados en 1945. “Hacía tanto frío que había días que llegábamos a menos 40 grados”. Muchos de ellos murieron por enfermedades como tuberculosis o por falta de alimento. “El hambre era tan grande que los niños robaban comida para nosotras. Las pocas cabras que habían en esa zona no podíamos ordeñarlas por miedo a que estuvieran envenenadas por los alemanes”.

Casa de Niños Nº 5. La hora de la comida, 1939 . - Moscú, 1939
1 foto B/N y 1 negativo. - Donación del Centro de España en Moscú
. Fundación F. Largo Caballero

Poco tiempo después de su vuelta a la capital, María aprendió el oficio de tejedora de hilo en una empresa cercana a la casa de niños. “La Unión Soviética me permitió comenzar a trabajar como aprendiz de una fábrica textil a los 14 años”.

Terminada ambas guerras, los niños de Rusia no fueron repatriados a España. Nunca se planteó tal idea. Tras pasar varios años en las escuelas, los niños tenían dos patrias y dos lenguas, con las que se enfrentaron al mercado laboral de aquel país tan lejano. “Todos los lugares de mi vida tienen un significado especial para mí. Por eso puedo decir que tengo tres patrias, la española, la rusa y la ucraniana”, declara. A este último país emigró en los años cincuenta. Allí conoció a Víctor, el hombre con el que está casada desde hace 56 años, y tuvo a su primera hija, Amalia. “No sabía muy bien qué nombre ponerle y decidí que se llamaría como mi madre”.

Con la llegada de la democracia aquel grupo de exiliados que respondían al colectivo de Niños de la Guerra tuvieron una pequeña paga del Estado Español. El gobierno de Jose Luis Rodríguez Zapatero ayuda a los 171 supervivientes con una retribución que asciende a los 100 euros mensuales y ha incorporado un seguro sanitario que garantiza su bienestar.

En el año 1991, María Guerra, regresó a su tierra asturiana en busca de preguntas y decidió pasar aquí sus últimos años. En Gijón, rodeada de sus dos nietos y de su marido Víctor no se queja por el reparto de piezas y acepta el exilio que a todos aquellos niños les hizo cambiar su existencia. Miles de historias que fueron modificadas al antojo de un destino de entreguerras.

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