Valentina Matvienko, próxima presidenta de la Cámara alta. Foto de Ria Novosti
En Rusia, la política no tiene cara de mujer. La famosa frase de Lenin “Cada cocinera debe aprender a gobernar el Estado”, y la elevada presencia de las mujeres en los órganos de poder de la URSS, garantizada por cuotas durante todo el período soviético, pertenece definitivamente al pasado.
En la Rusia del siglo XXI, la lucha por la paridad en política –y no sólo en esta área- debe avanzar. En el campo político, las grandes damas se cuentan con los dedos de una mano. En este momento la única dirigente política de envergadura nacional es Valentina Matvienko, ex gobernadora de San Petersburgo y próxima presidenta de la Cámara Alta del Parlamento ruso. “Es la única con verdadera estatura política, con una visión, es una administradora eficaz y sumamente experimentada”, asegura Olga Kryshtanóvskaia, especialista en élites del Instituto de Sociología de la Academia de Ciencias.
Matvienko detesta que le pregunten sobre cuestiones de género. En su conferencia de prensa de despedida en San Petersburgo, la gobernadora saliente reconoció que nunca le gustó responder a las preguntas sobre las mujeres y la política, pues le parecen carentes de sentido.
Cuando las elecciones comenzaron a ser libres y se anularon las cuotas soviéticas, a comienzos de los años noventa, las mujeres desaparecieron de la escena política. “Dejaron de presentar candidaturas y los ciudadanos tampoco encontraban motivos para votar por el sexo femenino, señala Kryshtanóvskaia.
Emancipada del voluntarismo comunista, la mentalidad patriarcal recobró su lugar.
Hoy, todo el sistema social y político se funda en una concepción tradicional de las relaciones hombre-mujer, agravada por la obsesión creciente, a nivel estatal, de poner remedio a una demografía desastrosa y aumentar la natalidad.
Cada vez es más difícil conciliar la vida profesional y la maternidad. Las guarderías disminuyen y las que quedan pasan a ser privadas. Las nuevas leyes relativas a la familia en general orientan a la mujer más hacia el hogar que hacia el trabajo.
A todo esto se suma el espíritu machista reinante. “Una mujer, más allá de sus cualidades, sea quien sea, suscitará siempre desconfianza”, afirma Irina Jakamada.
Figura emblemática de la mujer política en la nueva Rusia post soviética y candidata en las elecciones presidenciales de 2004, Jakamada se ha retirado. “Durante 13 años, dediqué el 70% de mi tiempo y de mi energía a probar que era una mujer dedicada a la política con los mismos derechos que los hombres. El otro 30% era lo que me quedaba para dedicarme a las leyes”, dijo en una ocasión.
En un sistema más clientelista que democrático, el carisma y el talento de un hombre son lo menos importante. Prevalece su lealtad al poder y la seguridad que el poder ofrece a cambio. En este clima a las mujeres les cuesta más imponerse.
“Los hombres políticos en Rusia suelen ser grises e insignificantes porque el sistema trabaja para ellos. Pueden no tener ningún interés y ser, no obstante, líderes”, prosigue Jakamada. “Mientras, la mujer va contra corriente, tiene que destacar y ser una fuera de serie”.
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