La lección de Steve Jobs

Steve Jobs, hoy el día exdirector general de Apple. Foto de Reuters / Vostock photo

Steve Jobs, hoy el día exdirector general de Apple. Foto de Reuters / Vostock photo

La noticia de la renuncia de Steve Jobs al frente de Apple por motivos de salud fue recibida con pesadumbre por los especialistas del sector. Éstos inmediatamente elogiaron a Jobs por el fuerte impulso que ha dado a una empresa que este verano se ha convertido en una de las mejor valoradas del mundo. Pero también lo reconocieron como un visionario del sector e incluso como el empresario más importante de los últimos veinte años.

¿Están justificadas dichas alabanzas o son algo exageradas? Es cierto que Apple destaca sobre empresas como Microsoft y Google, que también son muy exitosas pero nunca se han ganado el corazón de la gente ni han ingresado en sus mentes. De hecho, fuera del mundo empresarial, sus productos nunca han estado cerca de convertirse en objetos de culto. Los usuarios pueden respetarlos, incluso temerlos, pero nunca los amarán. Esa es la mejor lección que las empresas de países como Rusia pueden aprender de Steve Jobs y Apple, si pretenden subirse al tren de la innovación y la tecnología punta.

Dejando de lado el bagaje técnico, muchos dentro del sector ignoran por completo la historia y son demasiado jóvenes como para haber vivido algo distinto de primera mano. Es más, muchos productos modernos no son tan revolucionarios ni tan buenos como aparentan a primera vista.

Tomemos el iPod a modo de ejemplo. El mayor adelanto que se logró dentro de la música personalizada en movimiento lo representó el Walkman de Sony. Antes había que elegir entre enormes radiocassettes portátiles o aparatosos grabadores. El título del clásico álbum de Deep Purple “Made in Japan” hacía alusión a la mala calidad de la electrónica proveniente de Oriente. ¡Cómo han cambiado las cosas!

El walkman constituyó un espectacular avance debido a su sorprendente calidad sonora. Personalmente prefiero el peso del viejo y desvencijado Walkman al el reluciente y minimalista diseño de mis dos iPods. Evidentemente, el iPod lo tiene todo, y los últimos modelos de 160 GB pueden almacenar unas 40.000 canciones. Sin embargo, para los verdaderos amantes de la música, la gama más alta de Walkman aventajaba en dos aspectos al iPod: venía con unos excelentes auriculares y poseía una mejor respuesta a la frecuencia, lo cual incluye ciertos matices vitales para el absoluto disfrute de la música. El ‘Walkman Professional’ de principios de los ochenta llegó incluso más lejos y fue el preferido de los amantes de la alta fidelidad y los periodistas por su sorprendente calidad de reproducción y grabado, además de su resistencia, a mí se me cayó dos veces sobre superficies rígidas y no le pasó nada. En el año 2002 Sony dejó de producirlos.

Otra cosa que los iPod no pueden hacer, así como la mayoría de los ordenadores, es volver a reproducir instantáneamente una parte de la banda sonora, como sí hacían la mayoría de los viejos reproductores al apretar el botón de rebobinado mientras la cinta estaba reproduciéndose. Esto no tiene precio para los músicos y periodistas que graban entrevistas; si lo intentas con una grabación digital en el ordenador, escucharás el trabajo que hace el disco duro al intentar lidiar con la situación.

Pero el verdadero producto revolucionario de Apple no ha sido el iPod, sino iTunes, una innovación que salvó a la industria discográfica de la extinción y colocó en tierra más firme la Gestión de Derechos Digitales (DRM, por su siglas en inglés).

Por su parte, en un clásico ejemplo de conquista por parte de las agencias, los legisladores de todo el mundo occidental compartieron el débil argumento de que Internet debe ser de libre acceso para todos, en lugar de hacer su trabajo como es debido y proteger el medio de subsistencia de aquellos que producen música, películas y libros. La idea de que copiar y distribuir música y películas digitalmente difiere de algún modo de fotocopiar libros y grabar música en cintas fue una falacia desde el primer momento. Incluso ha conducido a una situación con pésimos resultados que se tornan más evidentes que nunca: la gran cantidad de educación chatarra y noticias basura que contaminan la web. Resulta irónico que los gobiernos occidentales apoyen a las empresas en relación a la creciente piratería en China y, sin embargo, no sean capaces de proteger los derechos de propiedad intelectual en sus propios países.

Aún así, es muy difícil explicar el fenomenal éxito de Apple, que fabrica productos atractivos con grandes márgenes de ganancia y cuenta con millones de seguidores en el mundo que fielmente compran sus productos.

Emular tal método dista mucho de ser sencillo aún para las empresas más importantes del mundo y el liderazgo puede trasladarse con mucha facilidad de una empresa (o nación) a otra.

Actualmente, Rusia está modernizándose y promociona el proyecto Skólkovo en las afueras de Moscú en el plano nacional e internacional como el Silicon Valley nacional, aunque existe un gran escepticismo tanto dentro como fuera. El país cuenta con unas pocas empresas valiosas fuera del petróleo, el gas, los metales y la minería, es decir, de los recursos naturales. El sector bancario y las empresas de alta tecnología brillan por su ausencia.

En lugar de remediar la situación mediante las reformas correspondientes, como suele hacerse, el enfoque de Skolkovo es “soviético”: un proyecto dirigido por el Gobierno que otorga grandes recursos financieros.

Víktor Vekselberg, oligarca ruso y accionista de la petrolera TNK-BP, declaró que Skólkovo había recibido una promesa de 3.000 millones de dólares de fondos gubernamentales para los próximos tres años. El objetivo es recaudar la misma suma de dinero de fuentes privadas, incluidas importantes multinacionales. Siemens, General Electric y Nokia han declarado que construirían centros de investigación y desarrollo e invertirían hasta 50 millones de dólares cada una.

Pero las mentes más brillantes están abandonando el país a marchas forzadas. Sólo en Silicon Valley trabajan unos 40.000 rusos y las cifras indican que cada año emigran unos cien mil. Fuera del sector tecnológico, también cabe recordar que para el desarrollo de un medicamenteo se necesitan 500 millones de dólares, por lo que 3.000 millones o incluso 6.000 millones no ayudarán demasiado.

Por su parte, los líderes rusos tampoco saben de ciencia y tecnología. Tanto Medvédev como Putin han manifestado, por ejemplo, que el dinero invertido en I+D debería generar resultados y no desperdiciarse, pero el juego consiste precisamente en arriesgar. Nunca habrá garantías de éxito. Los avances científicos y tecnológicos generalmente se alcanzan de manera fortuita, no pueden planearse.

Rusia ha desperdiciado años desde el desmoronamiento de la Unión Soviética en su búsqueda, aún infructuosa, por alcanzar una visión nacional. Por el momento está aprendiendo a “decir lo que hace”, aunque “hacer lo que dice” será mucho más difícil. Guerman Gref, exministro de Economía y actual titular del Sberbank (el banco de ahorros oficial y la entidad financiera más grande de Rusia) declaró en una reciente entrevista que se tardarán al menos quince años en crear una industria automovilística local.

Hacia finales de agosto, AvtoVaz, uno de los mayores fabricantes de automoviles de Rusia, dio un pequeño paso adelante al contratar a Steve Mattin como director de diseño. Mattin ocupará el puesto a partir octubre,y anteriormente trabajó en Mercedes Benz y Volvo. Será fascinante ver si puede hacer un trabajo “a lo Steve Jobs” y transformar AvtoVaz en una empresa atractiva y de tecnología punta.

Ian Pryde es fundador y director general de Eurasia Strategy & Communications, con base en Moscú

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