La antigua finca de Lev Tolstói es un lugar lleno de vida más de un siglo después de la muerte del genial escritor. Foto de Ria Novosti
Todas las habitaciones conservan los muebles que había durante el último año de vida de Tolstói. Incluso los armarios y los baúles están llenos de objetos auténticos. Durante la Segunda Guerra Mundial, los trabajadores del museo estuvieron a punto de sacar casi todo debido a la inminente llegada de los nazis. Éstos, sepultaron a algunos de sus soldados muy cerca de la tumba de Tolstói, aunque posteriormente los cuerpos fueron trasladados. Al marcharse, las tropas hitlerianas prendieron fuego a la casa y declararon que la zona estaba minada. No era cierto pero la gente que se precipitó a apagar el fuego no lo sabía. Finalmente, se quemaron dos estanterías vacías que no fueron puedieron ser sacadas a tiempo y empezaron a arder las paredes. Los empleados del museo siguen convencidos de que fue un auténtico milagro haber encontrado agua en un pozo cercano a la casa, que nadie utilizaba desde hacía mucho; y es que sólo gracias a aquel hoyo se pudieron aplacar las llamas a tiempo.
Hoy en día todo permanece como en la época de Tolstói; incluso se conservan las caballerizas, ya que al escritor le encantaban los caballos. Miles de visitantes llegan a este lugar. Incluso los días laborables pasean por los senderos del parque familias con niños y se organizan visitas guiadas. Todos los años, a finales de agosto, fecha tanto del cumpleaños del escritor como del de su esposa, Sofía Andréievna Tolstaia, se celebra en Yásnaia Poliana el congreso de traductores de literatura rusa.
“Mis padres eran comunistas, y por eso empecé a estudiar ruso”, dice Eva Van Santen, traductora holandesa que vertió al neerlandés la novela de Sofía Andréievna Tolstaia “¿De quién es la culpa?”. La traductora británica Catherine Porter, sentada en el otro extremo de la mesa, exclama sorprendida: “¡No me digas! A mí me pasó exactamente lo mismo. Me puse a estudiar ruso porque mis padres eran comunistas”. Un poco más tarde el traductor turco Sabri Gürses diría lo mismo. Puede que ése haya sido el principal logro del Partido Comunista de la Unión Soviética.
La novela “¿De quién es la culpa?” es un caso único en la historia de la literatura universal. Se trata de la réplica literaria de Sofía Andréievna Tolstaia a la “Sonata de Kreutzer”, escrita por su célebre marido. Por eso en Francia ambas obras fueron publicadas en un solo volumen, mientras que en Alemania “¿De quién es la culpa?” se publicó en un mismo libro junto con la autobiografía de Sofía Andréievna, titulada “Mi vida”; los paralelismos entre la autobiografía y la novela de ficción son más que evidentes.
Catherine Porter empleó 27 años en traducir los Diarios de Sofía Andréievna Tolstaia. Toda una vida. La traductora preparó dos versiones, intentando transmitir de la manera más fiel posible la voz de aquella mujer que dio a luz a trece hijos y educó a ocho (los otros cinco murieron a una edad muy temprana). Una mujer que copió siete veces, correcciones incluidas, la novela “Guerra y paz”, que hacía con sus propias manos la ropa para su marido y sus hijos, y administraba la complicada economía de la casa. “La imagen de la familia Tolstói creada en la literatura popular occidental y en las películas de Hollywood no se corresponde con la realidad”, declara apenada Catherine Porter. Incluso los Diarios traducidos por ella fueron publicados en inglés con un prefacio descaradamente subjetivo de Doris Lessing.
Por su parte, la traductora francesa Hélène Henry lleva a cabo un análisis exhaustivo de las traducciones de “Anna Karénina” al francés. Tan sólo existen dos. Una de ellas, la más tardía y fiel al original, aunque no exenta de defectos, es la de Sylvie Luneau. Se utiliza en las ediciones destinadas a los círculos académicos. Mientras tanto, la editorial Gallimard sigue utilizando para el público general la traducción de Henri Mongault, realizada a principios de los años cincuenta. “En aquella época, los franceses estaban seguros de que Tolstói escribía frases muy largas. Por eso Mongault hizo todo lo posible para que las frases de Tolstói fuesen larguísimas”, ironiza Hélène Henry. “Se me ponen los pelos de punta cuando pienso que la mayoría de los franceses siguen conociendo “Anna Karénina” a través de este texto, donde hay un montón de cosas inventadas por el traductor, y suprimidas algunas frases del autor”.
Escuchando a los traductores extranjeros analizar con tanta pasión y exhaustividad los textos de Tolstói, yo, como lectora rusa, me sorprendo de haber pasado por alto tantas cosas en estos libros que tan bien conozco, y que incluso me apasionan. Las metáforas, la composición circular o el significado de las repeticiones léxicas, puede que sean cosas de las que un “lector ruso de a pie” no necesite ser consciente, ya que cuenta con la percepción directa de los textos; pero los traductores se enfrentan a un delicado trabajo de reconstrucción en otro idioma y tienen que tomar decisiones correctas y bien pensadas para determinar de qué detalles se puede prescindir y cuáles hay que conservar a toda costa. Es vital que estudien el libro profunda y detenidamente.
Los congresos de Yásnaia Poliana son excepcionales. Se reúnen personas cultísimas procedentes de todas partes del mundo, desde China hasta Argentina, y utilizan la lengua rusa, antes que el inglés, para comunicarse. Un lugar donde la gente se reúne no por propaganda oficial o por ser asalariados “especialistas en Rusia”, sino porque son personas sinceramente apasionadas por este país. Se pronuncian en contra de los tópicos y por una mejor comprensión de la cultura rusa. Es un milagro y a la vez es algo que debemos a Lev Nikoláievich Tolstói y a Sofía Andréievna Tolstaia, así como a las personas que llevan muchísimos años trabajando en la conservación de este museo único.
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