Una escuela para la vocación por la música

Vladímir Yachtchouk. Foto de Maria Serrano Velazquez

Vladímir Yachtchouk. Foto de Maria Serrano Velazquez

La llamada Escuela Rusa de música ha llegado hasta nuestros días vigorosa y con el respaldo de una tradición inquebrantable en lo que se refiere a los principios de enseñanza de la música clásica. Sus intérpretes actuales se formaron en los conservatorios superiores de la antigua Unión Soviética, y muchos se dedican a repartir su amor por la música por todo el mundo, años después de terminar su formación. “No se trata de una mentalidad musical sino más bien de una filosofía artística y de una forma de vida”, relata Vladímir Yachtchouk, violonchelista ruso afincado en Córdoba, que llegó en 1994 con un objetivo claro: “fomentar la música clásica entre los jóvenes intérpretes”. Un valor que considera imprescindible para formar buena escuela en España. Este intercambio cultural le permitió fundar en el año 2007 la primera escuela de música de la ciudad. “Nuestra mentalidad está progresando y muchos alumnos están muy interesados”.

Violonchelista de profesión, Vladímir se gana la vida, no sólo como concertista, sino también como docente y director de la Escuela de Música de Córdoba, en la que trabaja desde hace cuatro años junto a su mujer Tatiana Kárzhina, pianista rusa. A sus cincuenta años, Vladimir proviene de una tradición donde la música clásica era un objeto cultural excelentemente valorado y que no se concebía como un privilegio reservado a las clases altas sino como un elemento habitual en la vida cotidiana de la población. Por ello, según las cifras, a finales de los años cincuenta en Rusia había más de tres millones de músicos aficionados, entre obreros y empleados, agrupados en torno a clubes y conjuntos. Este florecimiento creó muchas oportunidades a generaciones de solistas. En aquel contexto, Vladímir comenzó su andadura musical a los seis años. “Primero empecé en una ciudad del norte del país, Murmansk, donde la mitad del año no veías nada de lo oscuro que estaba. Luego ingresé en el Conservatorio Nacional Superior de San Petersburgo, ganando años después mi primera plaza mil kilómetros al sur, en la orquesta de Volgogrado (antigua Stalingrado)”. En este último destino, comenzó a realizar giras internacionales que lo llevaron finalmente a un lugar impredecible: España.

Tomó rápido la decisión y en menos de seis meses ya estaba viviendo en el país. “Decidí arriesgarme y probar suerte”, afirma. Primero se dio a conocer como músico callejero con el resto de su quinteto para mostrar el alto nivel musical que poseían. “Al no tener familia residente tienes que buscarte alguna forma para darte a conocer”. Pronto formó una nueva agrupación, la Orquesta de Cámara Rusia. Su violonchelo sonaba por las calles de Córdoba y junto a su instrumento, había siempre un número de teléfono y una página web dispuestos para todo aquel que quisiera disponer de su arte y el de sus compañeros de orquesta en bodas, bautizos y comuniones. Una tradición que, por su religión ortodoxa, no llegaba a entender del todo.

Diferente prisma y tradición


La educación musical en España tiene aún muchas lagunas, como destaca el catedrático de Historia de la Música Víctor Pliego, al hablar de “enajenación en la enseñanza”. Los centros superiores de música se sustituyen por escuelas. Una alternativa que no satisface los principios de la educación musical, al carecer de requisitos académicos y profesionales. Sin embargo, en Rusia, la metodología es más férrea y se ha ido desarrollando a lo largo de los dos últimos siglos. La educación musical empieza a una edad muy temprana, a los cinco años, y se prolonga hasta la mayoría de edad, teniendo una dedicación exclusiva gracias a la figura del profesor. El periodo profesional continúa en los conservatorios superiores, y en las Universidades Pedagógicas, cuyos graduados son además de intérpretes, profesores. Además, la escuela rusa prepara a los jóvenes psicológicamente para ser músicos. Todo ello en clases que nunca superan los 15 alumnos. “Cuando tienes cinco años y estás tocando tu instrumento, no te preguntan si te gusta, es parte de la educación obligatoria”. En España aún queda mucho camino por recorrer, ya que en la mayoría de los casos al interpretación musical se limita a ser una actividad de ocio extraescolar.

“La diferencia educacional es aplastante”. Tras diez años como docente, Vladímir evidencia el contraste entre ambos países. “En España falta tradición y competitividad”, añade. En su país, los padres son los encargados de mantener una educación musical muy estricta. “Tras cuatro años de escuela inicial, los niños pasan al conservatorio y mantienen el mismo profesor durante toda su formación, algo que en este país no ocurre”.

Con el objetivo de avanzar en una educación musical conjunta, en 2002 se fundó en Santiago de Compostela el Conservatorio Superior de Música Konservatoriya, la única escuela superior en España que imparte una titulación oficial rusa. Marina Shamajian, doctora en interpretación pianística en el Conservatorio Superior Estatal de Moscú, fue la pionera en este proyecto. Un puesto de trabajo en el Conservatorio Superior de Santiago de Compostela la trajo hasta el sur de Europa. “Desde que llegué tenía la intención de crear una institución donde los alumnos pudieran conocer de cerca la tradición musical rusa. Era una escuela idéntica a la de mi país para alumnos que quisieran ser músicos profesionales”. Marina logró firmar hasta el curso pasado un convenio con la Universidad Estatal Humanitaria de Moscú para convalidar oficialmente como licenciatura su título en Rusia, sin necesidad de que los jóvenes músicos españoles supieran ruso. “En cambio, este curso el rector ha impuesto unos precios muy elevados”, relata Marina. La matrícula anual ha pasado de 3.800 a 7.000 euros por alumno.

Marina tiene 57 años y ha sido vicedecana de la Facultad de Cultura y Arte Musical de la Universidad Estatal Humanitaria de Moscú. En su larga trayectoria afirma que “la escuela rusa es muy distinguida en todo el mundo por su metodología y por los amplios conocimientos del profesorado”. En España, el camino es reciente; “la educación musical profesional acaba de empezar. Hay dos siglos de diferencia entre una enseñanza y otra”. Sólo por hablar de cifras, en el Conservatorio Tchaikovski de Moscú se pueden estudiar 160 postgrados frente a las dos que se imparten en el Real Conservatorio de Música de Madrid.

Desde su escuela de música, Vladímir recuerda la distancia que lo separa de su Rusia natal. A miles de kilómetros surgen recuerdos y nostalgia por un país que le permitió formarse como solista de orquesta sinfónica, una profesión que considera “la más maravillosa del mundo”. A su vez, Marina destaca la importancia que la música tiene en la vida cotidiana de los rusos. “No se ha perdido nada desde la caída de la URSS. En cada república hay un conservatorio estatal donde aprender la tradición musical”. Además, “no existe casa sin piano”.

Su tradición los ha llevado al otro lado de Europa en la búsqueda de grandes talentos. En la sala de ensayos de la escuela de Córdoba, Vladímir prepara, entre partituras polvorientas, su próximo concierto en el pueblo jienense de Martos. Junto a otros ocho compañeros, como Alexánder Choi, violinista y también de nacionalidad rusa, repasa los temas que componen su amplio repertorio. Marina espera que la Konsevatoriya tenga de nuevo su titulación oficial para seguir formando solistas. “No hay satisfacción mayor que ver a tus alumnos enseñar música con la misma pasión con la que tú tuviste con ellos”. Será que en ambas historias existe una gran pasión, la de crear una escuela para la vocación por la música.

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