Tetris, juego realmente inventado por el Profesor Kornilov
Por historia, por carácter o por clima nosotros solemos ridiculizar la pomposidad, los grandes propósitos y a los que van de listos. Eso nos ha dado obras de arte excepcionales, como esos cuadros en los que comparten escena cristos y vírgenes con cocidos, pucheros, carnes de caza, intestinos e higadillos. También tenemos a Don Quijote, el anti-héroe español, que posiblemente sea una sátira de la misma sátira, un escepticismo respecto al escéptico.
Como casi todo, esta característica no es buena ni mala en sí, sino que sus consecuencias pueden variar según lo en serio que te tomes a ti mismo. Prueba de ello pueden ser las hogueras -la inquisición-, al igual que una cierta vulgaridad que a veces podemos demostrar. Por eso me resulta más creíble Curro Jiménez, Super López, Torrente o Mortadelo y Filemón que el Capitán Trueno, a pesar de que éste también es español.
Pero Lolito Cohete no es sólo creíble –y divertido, muy divertido- sino que además está en el lugar y el momento propicio –Moscú 1990. En este mes se publican muchos artículos por el 20º aniversario del golpe de estado “Gekachepista”, se habla de Gorbachov, de Yeltsin, de la perestroika etc, se vuelve a recurrir a las grandes palabras, se reinterpreta la historia según las necesidades del gobierno presente y se escriben análisis huecos propios de la era Brezhnev.
Yo reclamo sin embargo la vigencia de Lolito Cohete, el superhéroe español en la perestroika:
“Como las tiendas están medio vacías y nunca sabes cuándo vas a poder encontrar papeo en condiciones, los rusos llevan siempre una bolsa en el bolsillo, por si acaso. Se dice que el ruso está compuesto de tronco, cabeza, extremidades y bolsa”.
“Lo que más me flipa de las máquinas de refrescos de la calle son las colas que se forman en algunas. Eso es señal de que tienen Pepsi. Hasta la llegada de Gorbachov, Pepsi tenía el monopolio de las bebidas de cola en la URSS, conseguido tras la visita de Nixon a Moscú en 1972. Es la hostia, los soviéticos tienen unas bebidas naturales muy guapas y se matan por agua con burbujas y colorante. No quiero ni pensar qué va a pasar cuando esas máquinas empiecen a dispensar Coca Cola. Seguro que habrá tumultos. Aunque para colas las que hay en el McDonalds que abrieron hace un mes en la Plaza Pushkin. Es el único que hay en todo el país…”
Los “Diarios de Lolito Cohete” fueron publicados hace 3 o 4 años en la revista La Dinamo y tienen libre acceso en internet.
http://www.ladinamo.org/lolito/
Pero los “Diarios” no sólo son crónicas de un imperio que se desmorona, sino que además el autor introduce “postales” de cómo es la vida en una residencia de estudiantes rusa o de cómo un extranjero puede asimilar los acontecimientos irracionales que ocurren a su alrededor y de los que no te puedes escapar.
Llevo tres días deprimido. Casi no he salido. Me dedico a deambular cabizbajo por la residencia y a atracarme de ensalada de remolacha y pepino, único alimento ofertado en el comedor desde hace unos días. Dicen que pronto volverán las salchichas, el queso insípido y los huevos fritos de las primeras jornadas. Eso espero. Comienzo a echar de menos el potaje de mi madre. Tomo conciencia de que la alimentación va a ser un problema. Nunca he sido de mucho comer, pero la cosa pinta muy mal por varias razones: 1) Estos tíos no han visto una aceituna en su vida y aquí sólo usan aceite para engrasar las máquinas: cocinan con mantequilla. Casi ná. Pienso en los olivos de mi abuelo y me entran ganas de llorar. ¿Cómo se hará un gazpacho con mantequilla? 2) No sé con qué cojones hacen el pan, pero es negro como el carbón (sin coñas). Y sabe muy pero que muy raro. 3) En las tiendas no hay mucho papeo. Me aseguran que no siempre es así y que ha habido épocas de abundancia pero lo que es ahora los escaparates están más tiesos que la mojama.
Máquina de refrescos soviética, 1990. Foto publicada en La Dinamo
Provisto del albornoz de paño que mi abuela se empeñó en meterme en el equipaje (junto a cuatro pastillas de jabón Lagarto de medio kilo cada una y dos estropajos de esparto) me encaminé hacia las duchas hace tres días. En el hall del edificio, la impertérrita vigilante de brazalete rojo, que parece residir allí y tener unos 140 años, me indicó que las duchas estaban en el sótano. Bajé la primera escalera y la luz comenzó a ser tenue. Bajé la segunda y todo se hizo negro como un abismo. Al llegar al sótano busqué un interruptor y me topé con la oreja de un estudiante portugués que subía a la carrera y a medio enjabonar. ¿Huía despavorido? Logré entenderle algo parecido a un “o averno, o averno… bestias pretas e peludas” antes de que saliera a la superficie perdiendo la toalla y las chancletas por el camino. No obstante, me armé de valor y encaré el corredor oscuro. Al fondo una tímida luz y una densa capa de vapor parecían indicar que las duchas andaban por allí. Bien. En ese momento, una rata de medio metro se atravesó en mi camino y me enseñó sus colmillos amenanzantes. Dios, “o averno”. Entonces aprendí que las ratas pueden ponerse a dos patas para defender su territorio con la agilidad de un luchador de Kung Fú… Salí de allí cagando leches. No he vuelto. En realidad ninguno de mis compañeros de habitación ha osado jugarse la vida accediendo a las duchas, ejem… desde hace días. El ambiente está más que cargadito en el cuarto. El aire comienza a hacerse irrespirable. Temo dormirme y no volver a despertarme.
Hace unas semanas un amigo argentino-alemán me habló de “Lolito”. Empecé a leerlo en el avión de vuelta desde Berlín y no pude parar de reír en todo el trayecto –a pesar de las miradas de reprobación de los otros pasajeros.
”La ausencia de información sobre nuestro destino hace que algunos de los estudiantes empiecen a poner cara de estar sufriendo un secuestro express. Otros parecen menos preocupados: “Nos llevan a casa de Solyenitsin”, me dice entre risas una bilbaína”.
“Bolos es como llamamos a los rusos entre la peña española y latinoamericana. Al parecer, es un mote que inventaron los cubanos. Cuando los soviéticos mandaron a Cuba a los primeros funcionarios encargados de desarrollar la cooperación con las autoridades revolucionarias de la isla, los caribeños los pusieron ante una durísima prueba: bailar salsa. El sentido del ritmo y la gracia de los movimientos de los esteparios eran tan escasos, que lo único que lograban hacer era reproducir un leve y monótono movimiento oscilatorio sobre su tronco, muy semejante al tambaleo de un bolo. De ahí el epíteto”.
Sobre la autoría de los diarios hay varias versiones: Lolo Romero, nacido en Torreperogil fue a Moscú en 1990 a estudiar ingeniería nuclear con una beca de la asociación para la amistad hispano-soviética, pero en 1992 fue deportado por tenencia de material radioactivo y a partir de ahí desapareció del mapa, quedando sólo sus diarios y la ropa que vestía en el momento de su desaparición –encontrada en una playa de Cádiz.
También hay quien dice que Lolo es ahora locutor de carreras de coches, y que cansado de los rallyes espera su oportunidad en la Fórmula 1. Otros aseguran, sin embargo, que de Rusia se trasladó a China e incluso lo han reconocido recientemente en un reportaje sobre Fukushima de Informe Semanal.
Fans de Kino en la calle Arbat. Foto publicada en La Dinamo
La última trola que he escuchado al respecto es que de Rusia volvió a Madrid, creó entonces un grupo de hip-hop con el que casí fue a Eurovisión, escapó pues a Mexico para unirse al Sub-comandante Marcos, tras la marcha zapatista se incorporó como investigador a la Universidad Complutense y cansado del mundillo académico español decidió crear una banda de folk que actúa en diferentes kermesses. No obstante, qué más da quién sea el autor, ¡Lolito Cohete es de todos! Lolito ya se ha convertido en un Lazarillo de Tormes post-moderno que sobrevive al fin de la historia.
De hecho, muchos fueron los “Lolos Romeros” españoles que pisaron residencias rusas y los que hemos pasado por allí hemos oído –y visto- historias que resultarían mil veces más inverosímiles que las aventuras de Lolito: contrabando de chatarra, rocambolescas academias de castellano, consulados españoles que tardan misteriosamente en abrir, directores de instituciones quijotescas obsesionados con mujereres rusas (a lo Strauss-Kahn!), e incluso, incluso, una espía canaria que es descubierta en Baikonur y deportada a La Laguna.
Entrevista con el compañero de Lolo Romero que encontró sus diarios:
- ¿Por qué acaban de repente los diarios?
Eso es algo que desvelaremos en las próximas semanas. Desde que comenzamos a publicar los diarios de Lolito Cohete digamos que nuestra vida no ha sido fácil. Recordemos que en 1992 Lolo fue deportado de Rusia acusado de estar en posesión de material radiactivo y que lo último que se sabe de él es que desapareció en una playa gaditana sin dejar rastro. Lolo figura en unas mil listas de la Interpol y los servicios secretos de medio planeta lo buscan. Lo importante es que tenemos nuevas noticias de Lolito y que, aún a riesgo de poner en serio peligro nuestra propia integridad, retomaremos la publicación de sus diarios en unas pocas semanas.
- ¿Pero entonces Lolito sigue vivo?
Como he dicho, en próximas semanas volverán a salir a la luz los diarios prohibidos de Lolito Cohete. Al mismo tiempo, el equipo de transcriptores desvelará nuevas noticias sobre su paradero y su suerte. Permanezcan atentos a Internet.
- ¿Qué es lo que más te impresionó en tus primeros meses en Moscú?
Era la primera vez que salía de mi casa. Tenía dieciocho años y apenas sabía cuatro cosas de la Unión Soviética. Tampoco hablaba ni una sola palabra de ruso. En agosto de 1990 aterricé por primera vez en mi vida en el aeropuerto Domodiedovo de Moscú. Lo primero que me impresionó fue el olor, una fragancia particular y desconocida, fuerte y tremendamente penetrante que lo envolvía todo. Luego comprobé que todo en aquel inmenso país tenía ese olor. Más tarde supe que tras esa fragancia poderosa se encontraba una razón antropológica: la forma de vida soviética estaba profundamente ligada a la cultura del uso. Las cosas usadas huelen, maravillosamente diría yo. El papel de estraza, las bolsas de la compra, las estaciones de metro, los pasos subterráneos en las grandes avenidas, los bancos de madera, los abrigos de piel gastada, el humo de las papirozkas, los cubiertos en las stalóvayas, los arenques ahumados y el pan negro. Quizá ese olor que impregnaba la URSS entera constituía un hecho diferencial del socialismo: el valor de uso huele. A mí ese olor me gustaba, llegué a sentirlo mi casa por unos años.
Al igual que ese olor omnipresente, enseguida me llamó la atención el carácter monocolor de la vida soviética. La gama de colores que adornaba las vestimentas de los soviéticos o teñía los objetos que se vendían en las tiendas y grandes almacenes de la URSS iba del gris al negro, pasando por diferentes tonalidades del marrón. Punto. Poco más. El país era gris, premeditadamente gris, diría yo. Eso me llamó poderosamente la atención y me generó un malestar notable. Yo lo llamaba la tristeza de los colores. Una tristeza provocada, producida políticamente como tecnología de gobierno, inducida seguramente por el carácter todopoderoso de la racionalidad burocrática en la sociedad soviética: el color de la burocracia es definitivamente el gris. No obstante, últimamente tiendo a pensar que el pánico a los colores quizá tenga más que ver con la idiosincrasia rusa que con el carácter de las pretéritas autoridades soviéticas. Viendo cómo los actuales gobernantes de Rusia reprimen al movimiento gay de su país no hago más que pensar en la tirria de los mandamases eslavos a los colores. Hace poco me topé con una foto de Moscú particularmente elocuente al respecto: un gigantesco policía ataviado con un uniforme gris propinaba una descomunal paliza a un joven que trataba de protegerse con una bandera con los colores del arcoíris. La fotografía ilustraba un artículo sobre la accidentada celebración del día del orgullo gay este año en la capital rusa.
- ¿También fuíste a la URSS para estudiar una carrera universitaria?
Tras haber intentado cursar Filología Hispánica en la Universidad de la Amistad de los Pueblos Patricio Lumumba de Moscú, fuí enviado al Instituto Estatal de Electrificación y Mecanización de La Agricultura de la ciudad de Jarcov. Allí me especialicé en "Lógica del tubérculo estepario" y me doctoré “Cum Laude” con una investigación sobre la relación entre el almidón de la patata y la política de bloques, prestando especial atención a la etapa comprendida entre el XXIII Congreso del PCUS y la obtención del título de "Héroe del Trabajo Socialista" por parte de Borís Ponomariov.
Lenin y electrificación
- Vivir en una residencia rusa puede parecerse a vivir en una burbuja: ¿Erais conscientes de los cambios políticos que se producían en el país y de su rapidez?
Los cambios los vivíamos de manera intensa. La universidad era un espacio interesante en ese sentido. Hay un pasaje significativo en los diarios de Lolito al respecto, un pasaje todavía no publicado, por lo que te estoy dando una primicia. En uno de los diarios que Lolito redactó en septiembre de 1992 cuenta que la Universidad Lomonosov de Moscú servía por si sola para entender el carácter de los cambios que afectaban al país en su conjunto: la catedrática de "Materialismo Histórico y Dialéctico" que había torturado al bueno de Lolito con clases soporíferas durante el último semestre del curso anterior, se convirtió de la noche a la mañana en la catedrática de "Teoría liberal y Economía de Mercado". Esta anécdota no sólo es absolutamente verídica, sino que ilustra hasta qué punto los estudiantes españoles éramos conscientes de lo violento y disparatado de los cambios que se sucedían a la velocidad de la luz. El hecho de que a los pocos meses las nuevas autoridades académicas rusas comenzaran a exigirnos dinero a cambio de nuestra instrucción en las universidades de su país y que se sucedieran las privatizaciones, también nos conectó sobre manera con las transformaciones en curso durante aquel período.
- ¿Has vuelto después a Rusia?
Hace muchos años que no voy a Rusia. La última vez fue en 1995. Entonces estuve trabajando como intérprete para la Unión Europea en programas de reconversión del tejido agropecuario en la república siberiana de Gorno-Altai. No he vuelto desde entonces. Mis amigos soviéticos, porque ellos viven en Rusia pero su forma de vida sigue siendo profundamente soviética, me han aconsejado sistemáticamente que no regrese. Hay un país exactamente en la misma ubicación geográfica en la que se encontraba el país en el que yo viví hace más de veinte años y en el que Lolito Cohete me cambió la vida ya para siempre, pero ese país ya no es el mismo.
Tampoco me han animado a volver los relatos en primera persona de las profundas y violentas transformaciones que ha experimentado el país en las últimas dos décadas. No digo, ni por asomo, que lo que había en Rusia y alrededores en aquel entonces casara con mis inquietudes vitales, mi concepción de las relaciones sociales y mis inclinaciones éticas, aunque de alguna manera casaba mucho más que los parámetros de la sociedad rusa actual. Lo que yo necesitaría sería un viaje en el tiempo. Llámalo nostalgia. A veces tan fácil como escuchar a Vysotski, comerme unos buenos pilmienis y darme al vodka sin freno ni medida. Sólo volvería a Moscú si Lolito me lo pidiera.
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