Diversos desacuerdos y malentendidos entre EE UU y Rusia alejan la posibilidad de una colaboración más cercana en materia de seguridad
Hace poco , el Secretario General de la OTAN, Anders Fogh Rasmussen, condenó la dura reacción de Rusia ante a los planes de instalación de un sistema de defensa antimisiles en Europa. El Kremlin, por su parte, amenazó con desarrollar nuevos misiles balísticos intercontinentales que podrían desatar una nueva carrera armamentística. Con evidente desagrado, Rasmussen reprochó la postura arcaica de Moscú. “No somos una amenaza para Rusia, no atacaremos Rusia, no perjudicaremos la seguridad de Rusia", manifestó.
Sin embargo, el Kremlin sostiene que los planes de defensa antimisiles de la OTAN podrían debilitar la seguridad del país para el año 2020, cuando se despliegue la cuarta fase del sistema. Moscú muestra desconfianza ante el hecho de que las inquietudes que manifiesta sólo reciben desaires y respuestas vagas y vacías de compromiso. Sin embargo, el Kremlin está muy interesado en mejorar los lazos relativos a la seguridad con Occidente. Sus iniciativas —desde la fusión de ambos sistemas de defensa antimisiles hasta la negociación de un nuevo tratado de seguridad paneuropeo— evidencian el deseo de desarrollar una confianza mutua, propia de verdaderos aliados. Pero en lo concerniente a las relaciones entre ambos países, Rusia y EE UU nunca han sido capaces de superar el carácter de “socios” ocasionales.
Rusia culpa a Occidente por su reticencia a pasar a un nuevo nivel de relaciones, mientras que Occidente nunca ha ocultado lo que espera de la relación. Esto es, más favores de Moscú, que implican desde autorizar rutas de tránsito hacia Afganistán hasta presionar a Irán para que cumpla con los acuerdos sobre la reducción de armas nucleares. Pero Moscú, con razón, quiere algo a cambio, y cuando el Kremlin recibe en forma reiterada actitudes indiferentes en respuesta a sus iniciativas, el restablecimiento de las relaciones se ve obstaculizado.
Además de la defensa antimisiles, existen otros asuntos que dividen a las dos partes. A finales de 2010, Moscú abandonó su iniciativa de negociar un nuevo tratado de seguridad con las naciones europeas, después de no haber contado con el apoyo de los funcionarios de la OTAN ni de los EE UU. Posteriormente, el Kremlin criticó la forma en que Occidente manejó la crisis de Oriente Próximo.
La razón que subyace en la política de los Estados Unidos, que tiende a reconfigurar sus relaciones con Rusia, está más relacionada con el declive económico estadounidense y el temor a competidores estratégicos como China, Irán y el Islam radical que con Rusia en sí. El Kremlin, que está al tanto de esto, pretende de la relación algo más que serun simple medio para los fines de EE UU.
EE UU debe pasar del miedo a la confianza, pero esto requeriría una nueva visión que transformase la naturaleza de los lazos de seguridad con Rusia. Ante la ausencia de esta nueva perspectiva, es probable que surja otro ciclo de hostilidades caracterizado por percepciones enfrentadas de sus intenciones respectivas.
Para evitar esta situación, ambas partes deberían determinar cuáles son sus objetivos a largo plazo, que podrían ser evaluados por un consejo asesor ruso-occidental conformado ad hoc por especialistas en política exterior. Esto podría ayudar a reducir los temores, estereotipos y malentendidos que existen en ambos lados.
En una perspectiva ideal, este proceso conduciría a un acuerdo respecto a las amenazas comunes a las que se enfrentan ambas partes. Entre ellas el peligro que representa la propagación del extremismo islámico en Asia Central y quizá en Rusia cuando las fuerzas estadounidenses abandonen Afganistán. Esto podría allanar el camino para una nueva cooperación en seguridad colectiva para Eurasia y Europa.
Andréi Tsygankov es profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Estatal de San Francisco
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