También enamorado de Marina Ivanovna

“Todo el mundo tiene acontecimientos que se repiten en su vida –esto es lo que llaman destino”, M.I. Tsvetaeva

Me presentaron a Marina Ivanovna Tsvetaeva en la biblioteca de lenguas extranjeras de Moscú, un edificio que parece sacado del Solaris de Tarkovsky.

“Marina es a Moscú lo que Ajmátova a Piter”,“su poesía es un volcán”, me aseguró N., una moscovita que días antes había conocido en el Instituto Cervantes y a la que le comenté lo bien que le quedaba la falda.

Sin embargo, la historia se complicó, ya que tras un leve roce de mi mano la cremallera se bajó de golpe y con ella la prenda, quedando N. de pie en medio de la biblioteca y con todos los ojos puestos -en su no falda.

Era una premonición. Esa tarde descubrí a un autora decisiva en posteriores meandros vitales y me dejé abducir por ese agujero negro que puede ser la mujer rusa.

El siguiente paso fue menos traumático, aunque igual de excitante y sobrecogedor –devoré “El canto y la ceniza”, la estupenda edición de poemas de Tsvetaeva y Ajmátova publicada por Galaxia Guthenberg.

Desde entonces, cada vez que me hacía con un libro de Marina lo ponía encima de los demás, lo observaba, lo tocaba y lo reservaba para aquellos días en los que necesitas una buena compañía –como el mejor vino de tu bodega.

Tsvetaeva de niña

“El diablo”, publicado por Anagrama, “Indicios terrestres”, de Versal/Cátedra, “Mi Pushkin” de Acantilado, “Confesiones” de Galaxia Gutenberg/Círculo de lectores… las joyas, o consuelos, fueron abundantes y rotundos. Aun así fue en el teatro donde me acabé de enamorar de ella.

Corría el 2007, y de casualidad fui a ver una representación de la correspondencia a tres entre Marina-Rilke-Pasternak en un teatro de Lisboa (la hermana de María de Medeiros hacía de Tsvetaeva). El shock fue tal que al salir compré una entrada para el día siguiente y marché a buscar el libro con las cartas que se cruzaron los tres poetas (editado en España por Grijalbo Mondadori, en Portugal por Assírio e Alvim).

Ensayos, diarios, poesía e incluso cartas, toda su obra es intensa y turbadora. Cada texto de Marina Tsvetaeva es un tobogán melódico que crepita como el fuego.

Ahora, con motivo del 70 aniversario de su muerte y el ansia de buen vino, he buscado nuevos textos de Tsvetaeva en castellano, con la grata sorpresa de descubrir varios diamantes literarios que permanecía escondidos entre el barro.

- Cartas a Wilno, 1934-1935. Editorial Maldoror

Esa fuerza -de música sobrenatural- también vive en las 12 cartas que componen este libro. Además, en él salen a flote las manifestaciones de cansancio, desilusión y soledad de la escritora, quien incluso pide dinero para comprar un horno. Las cartas tenían como destinataria a Natalia Hajdukiewicz, una mujer cuasi desconocida para Tsvetaeva antes de iniciar la relación epistolar y con la que nunca se llegó a encontrar.

Capricho del azar, en 2001 el dramaturgo Wladyslaw Zawistowski -nieto de Hajdukiewicz- descubrió el paquete de cartas en el desván de su casa de Vilnius, y el valor literario y documental de las mismas ha llevado a su reciente traducción.

Tsvetaeva en Francia. Foto de Creative Commons

Las cartas reflejan cómo Marina afrontó su último periodo en Francia, su miedo a un posible regreso a la URSS, su hastío, indolencia y el tedio por la rutina y las tareas domésticas.

No obstante, Marina también despliega su extraña capacidad de empatizar más allá de lo físico, una intimidad sin cuerpo -su magnetismo lunar.

“A veces me parece que la vida es demasiado larga y cuando pienso que toda esa infinitud está compuesta de minutos… Por qué todo el mundo piensa que soy fuerte y plena, cuando sólo estoy plena de inspiración, igual que el pecho –de respiración. La inspiración (la respiración -¿será un contenido? En mí, siento el vacío y el fuego”.

“Y además -hace mucho tiempo que no amo a nadie, que no me alegro de nadie, ¡que no espero –nada- de nadie! Oh, poco me importa: hombre, mujer, niño, anciano –lo esencial es amar. Amar, amarse”.

“A usted se lo escribo porque no me conoce –y me conoce, porque con usted tengo la completa libertad –DEL SUEÑO”. “Yo no tengo futuro… un nuevo país, EXTRAÑO para mí, en el que moriré en el acto: sola –contra ciento sesenta millones. Ahí, perderé a Mur, definitivamente y para siempre”.

“Toda mi vida yo he tratado inconscientemente de hacerme tanto exterior como interiormente peor de lo que era”. “Yo no soy un literato, soy un ser vivo que sabe escribir”.

- “Natalia Goncharova. Retrato de una pintora” y “Viva voz de vida”. Editorial Minúscula

Otra evidencia de que existe una “Galaxia Tsvetaeva” –pública y privada / planetas y satélites- es su trabajo ensayístico. Además del cultivo autobiográfico y de la práctica epistolar, Marina Ivanovna escribió generosos ensayos sobre figuras que presentó como propias y universales. El ejemplo más conocido es “Mi Pushkin” (Ed. Acantilado), aunque en esta ocasión hablaremos de sus textos sobre el poeta Maximilian Voloshin y la pintora Natalia Goncharova.

Ambos ensayos son abundantes en descripciones e impresiones. De hecho, así es como surge el big Bang Tsvetaeva –con experiencias vitales y continuas referencias a diálogos. Por lo tanto, no se trata de estudio teórico o rigurosamente académico del trabajo de dicho poeta o dicha pintora, sino un paseo con ellos y una merienda –Marina nos sienta en Crimea y acariciamos el pelo enmarañado de Voloshin, subimos hasta una buhardilla de París y olemos la pintura del estudio de Goncharova.

Efron y Marina en su boda

Marina hace suyos estos personajes, lo que al mismo tiempo es hacerlos nuestros. El magnetismo de Tsvetaeva es tan grande que se apropia por la fuerza al mismo tiempo que entrega –sin pedir nada a cambio.

Era una idea de la posesión –y de intimidad- que no tenía cabida ni en el París de los exiliados rusos ni en la Unión de Repúblicas Socialistas de Stalin. Y de ahí viene otro de los valores excepcionales de los libros seleccionados -su distancia temporal y geográfica. Así, el recorrido vital de la autora está en parte reflejado por las continuas referencias contextuales y personales: sus primeras publicaciones, el encuentro con Voloshin, el viaje a Crimea, su boda con Sergey Efron –Moscú 1914; la nostalgia, su idealización de una Rusia perdida, ganas de publicar y escribir a pesar de identificación con otras figuras artísticas. –París 1928; su soledad, falta de medios, indolencia, desesperanza –Vanves 1935.

“Me gustaría que cada una de mis palabras a propósito de ella fueran tan acto como cada una de sus pinceladas. De ahí esta mezcla de instrucción judicial y horóscopo”.

“El amor por el mar de Goncharova y del pueblo ruso es la prolongación del amor por la tierra – por las tierras lejanas, por el mar – el ultramar. El amor por el mar del pueblo ruso es el amor por las tierras nuevas”.

“En España Goncharova descubre el color negro, el negro no como ausencia, sino como presencia. El negro como color y como luz”.

“¿Soy libre de recordar a una persona y a un ícono -no? Olvidar no es la palabra correcta, no se puede olvidar una cosa que ya está fuera de nosotros, sino dentro de nosotros, que ya no está en el pasado, sino en el presente. A menos que sea “olvidarse a sí mismo”.

“¿Y qué clase de tuyo es aquello que puedes perder? Si lo pierdes es que no era tuyo, sino ajeno, ¡y que te aproveche perderlo! Lo mío es aquello que no puedo perder, de ninguna manera, lo imprescriptible, aquello a lo que estoy condenada”.

“Max era un auténtico brote, procreado, procurado por la tierra. La tierra se abrió y lo procreó… (¿Sabes, Marina, que nuestra sangre es un antiquísimo mar…?), con todo lo que en el interior de la tierra ha hervido y se ha enfriado, lo que ha hervido y se ha enfriado, lo que ha hervido y aún no se ha enfriado. Las entrañas de Max, se sentía, eran las entrañas de la tierra”.

Este mes se cumplen 70 años de su desaparición. Sobre su trágica vida se han escrito muchas palabras, no todas exactas ni con buena fe. Muchos de los textos que ahora disfrutamos fueron recuperados por su hija Ariadna, tras su muerte el 30 de agosto de 1941 en Yelabuga. La barraca donde pasó sus últimos días es ahora un museo, aunque las encargadas del museo Tsvetaeva de Moscú aseguran: “¿Qué pueden tener allí? Todo lo importante está aquí”.

Casa de Tsvetaeva en Yelábuga. Foto de Creative Commons

El museo de Moscú abrió en 1992. Las paredes de la habitación de Tsvetaeva estaban recreadas como en tiempos de Marina, con poemas escritos a mano por todas partes.

Tras la renovación del espacio en el 2009 las paredes rayadas se sustituyeron por un pomposo decorado casi de cartón-piedra. Ante mi pregunta sobre dicho cambio una de las administradoras –hasta ahora impasible a mi presencia- levanta la vista con las gafas caídas y sentencia: “joven, porque eso no era serio”.

Poco después, ya a solas, otra de las administradoras me confiesa que recrear esa escritura llevaba mucho tiempo y dinero (un conocido pintor se encargó de la tarea en 1990 de forma altruista), además “Marina se quedó casi ciega de tanto leer por la noche, en sus últimos años veía muy mal, tenía nueve dioptrías, su caligrafía empeoró mucho, como se ve en las postales de la exposición en las que seguro que ni se ha fijado. No tenía sentido recrear una caligrafía y una práctica que sólo realizó en sus primeros años de vida”. Marina Ivanovna no es un museo ni un verso –Tsvetaeva es un espacio de redención.

Descanse en paz.

Para saber más:


http://www.ville-vanves.fr/article.php3?id_article=1518

http://www.elabuga-city.ru/en/articles-memorialniy-kompleks-marini-ivanovni-tsvetaevoy.htm

http://navigatorblog.com/museums-of-moscow/museum-marina-tsvetaeva/

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