El triunfo de la película de Andréi Zviáguintsev “El regreso” en el Festival de Cine de Venecia de 2003 hizo que los críticos recordaran de inmediato el extraordinario éxito de Andréi Tarkovski en los países occidentales. Mientras que la primera obra de Tarkovski “La infancia de Iván” significó el primer León de Oro de un director ruso (1962), la primera obra de Zviáguintsev supone en realidad un doble logro para el cine ruso independiente (“El regreso” ganó dos premios del festival de Venecia, a la mejor película y a la mejor ópera prima). Los críticos occidentales vieron en Zviáguintsev una prolongación de la tradición del cine “existencial” de Tarkovski.
Efectivamente, las obras de estos dos directores de cine confluyen en numerosos paralelos semánticos y primorosas “rimas visuales”, además de exponer interesantes analogías históricas o biográficas en sus destinos sociales. Y aunque es posible que Zviáguintsev no haya creado una obra maestra como “Solaris” o “Stalker”, sin embargo, ha podido explotar a su manera la realidad desprovista de héroes, horizontal y tal vez demasiado refinada de la década del 2000, despertando una nueva oleada de interés de los cineastas hacia temas morales y espirituales.
La historia contada en “El regreso” parece simple y lacónica, podría haber ocurrido en cualquier época y no necesariamente en Rusia. En el centro de la narración están dos adolescentes, uno de los cuales se llama Iván, igual que el protagonista de la primera obra de Tarkovski, y el otro, Andréi, tocayo de ambos directores. La trama se basa en conflictos psicológicos, una oposición de caracteres, ofensas y ambiciones y constituye una deliberación sobre el eterno tema de los padres y los hijos. El espectador atento prestará atención a los detalles, que confieren a la obra una gran carga metafórica, y advertirá que detrás del conflicto exterior hay algo que va más allá. En toda la extensión de su road movie existencial, Zviáguintsev distribuye con esmero detalles simbólicos que llevan al espectador a una percepción “vertical” de la trama, dejando entrever la fuerza y la profundidad mitológica de las relaciones humanas. El movimiento de los personajes en el espacio no se reduce a meros desplazamientos horizontales dentro del paisaje: es un viaje de otra categoría, una especia de iniciación. Incluso desde el punto de vista visual, la obra está estructurada en torno a una vertical concreta y se mueve en distintas direcciones alrededor de ella. La película empieza con una serie de imágenes debajo del agua (recordemos que en la escena inicial de la película de Tarkovski, “La infancia de Iván”, el protagonista se asoma a un pozo y cae en él), y la tensión crece cuando Iván se sube a una torre. Al final de la película aparece una torre más, pero su significado quedará claro cuando la vean.
En la película hay imágenes, que les propongo descubrir por su cuenta, en las que Zviáguintsev cita casi literalmente las obras de Mantegna. Otro ejemplo de reminiscencias simbólicas: al principio de la película los hermanos encuentran una foto de su padre “salida no se sabe de dónde” y escondida por la madre no en un libro cualquiera, sino entre las páginas del Evangelio. Los chicos hojean el libro igual que el protagonista del “Espejo” de Tarkovski, reconstruyendo un pasado inabarcable con la razón y por lo tanto imposible de reflejar con exactitud en los documentos. La figura del padre resulta igual de mística al final de la película que en sus primeros minutos. ¿Qué puede decir una sola fotografía del padre sobre su persona y su papel en la vida de estos dos adolescentes? ¿Qué pueden decir las maravillosas fotografías en blanco y negro del final de la película, que parecen documentar el viaje de los chicos a la isla con su padre? En ellas, el punto de vista cambia totalmente y es significativo que el padre desaparezca de la imagen, convirtiéndose en una especie de espíritu omnipresente, como los espíritus de la naturaleza, donde no hay, ni puede haber respuesta sobre si este espíritu es benigno o maligno.
Hoy en día la vida es más simple, más clara, y los significados sacros van desapareciendo. Las “verticales” con sus metáforas parecen abandonarla por propia iniciativa y los fenómenos de la vida ya no se definen como “buenos” o “malos” sino que se constatan, se reconocen como meros hechos. Con la desaparición del sistema de conceptos de lo “elevado” y lo “bajo” y el mayor interés por el espacio horizontal, la espiritualidad que a veces se adivina incluso en las obras de la cultura de masas empieza a parecer falsa. El cine de Zviáguintsev, sin duda alguna, habla de este mundo vertical pero sin imponer una moral unívoca. Más bien intenta abrir una brecha en nuestras ideas sobre el mundo y sobre las relaciones interpersonales, preparándonos para una experiencia personal de compasión. Según el cineasta, “una obra de arte no es una verdad, ni una forma de expresión perfecta, ni una enunciación ideal. No es más que una llamada al reblandecimiento de los corazones en los que tiene que entrar la verdad. Es un servicio a la verdad, comparable al sacerdocio… como un rayo que ilumina en un breve instante todo lo que hay alrededor de uno. Después todo vuelve a quedar sumido en la tiniebla de inmediato, pero a uno le ha dado tiempo a ver algo”. No puedo dejar de recordar la frase de Andréi Tarkovski sobre el sentido del arte, “a diferencia de lo que muchas veces se piensa, no consiste en inspirar pensamientos, contagiar ideas o servir de ejemplo. El objetivo del arte está en preparar a la persona para la muerte, en arar y ahuecar su alma”, indica el cineasta en su libro “Esculpir en el tiempo”.
En cualquier tema fugaz de hoy en día existe una dimensión profunda, cualquier historia viene “de allí”, del mito, de esta “médula espinal de la civilización”. Al mismo tiempo, “El regreso” refleja como una gota de agua las constantes universales de la cultura rusa, lo específico de la etapa histórica actual, los problemas y padecimientos de la adolescencia tanto en el caso concreto de los personajes adolescentes como en un sentido más amplio del “período de adolescencia” como una nueva etapa de la vida del país en su conjunto. Por ejemplo, la película recuerda algunos de los motivos del rock ruso de la década de 1980 (el inicio de la perestroika), con sus metáforas bíblicas y místicas. En algún sitio “entre las imágenes” parece estar metida la canción “La música de las olas”, de Nautilus Pompilius:
Al lado del agua verde, al lado del olor a fango,
Observando, admirado, el vuelo de la telaraña,
Un muchacho alocado golpea una lata vacía,
Un muchacho alocado golpea una lata vieja.
La música sobre arena, música sobre arena…
Asimismo, llama la atención la activa y omnipresente presencia de la naturaleza en la obra. Desde el punto de vista visual, la película está literalmente llena de agua, los momentos de máxima tensión emocional ocurren bajo la lluvia, en el agua o en una torre sobre el lago. Y la música llena de aire (del compositor Andréi Dergachiov), con obras interpretadas en el duduk, instrumento musical de viento de origen armenio, con gran carga espiritual, apela a la participación emocional del espectador. Incluso el menor ruido ajeno parecería una profanación de la relación de confianza entre el público y la película y su música. De hecho, en la película no hay un solo sonido fortuito: precisamente son los oídos los que nos abren los ojos. Además, el minimalismo plástico y musical crea una impresión de bosquejo, una sensación parecida a la provocada por una música nueva escrita para una película que ya conocemos (porque “El regreso” es, a fin de cuentas, el retorno a todo el patrimonio cultural, la revisión de obras dedicadas al tema bíblico fundamental de las relaciones entre el padre y el hijo) que también le confiere un aspecto nuevo. Es ahí donde el sentido de todo lo visto y, al fin y al cabo, de la vida humana nos viene como una lágrima que brota en un momento inesperado.
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http://www.subdivx.com/X6XMjI1MTcwX-vozvrashenie--the-return-2003.html
Ver la película con subtítulos en inglés en YouTube:
https://www.youtube.com/watch?v=_B4itd4XKko&feature=related
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