Tres valerosas mujeres y un museo

Marina Tsvetáieva. Foto de Itar-Tass

Marina Tsvetáieva. Foto de Itar-Tass

Una anciana de rostro avellanado nos abre la puerta. Lleva una bata de algodón descolorida y sobre los hombros un remendado pañuelo de lana. Unos ojos amables nos dan la bienvenida y pronuncia en perfecto alemán un afectuoso “Buenos días”.

En la habitación hay un gran piano de cola, algunos muebles y en un rincón, separados por una cortina, la cama y multitud de iconos. Dispersos por todas partes se encuentran papeles, revistas y libros. Pero, sobre todo, dominan los retratos: los poetas Pasternak y Jessenin, el hijo Andréi, los nietos. Entre todo ello, fotos y más fotos: las hermanas en Italia, en Suiza, en la Selva Negra. En esta última se ve a la menor con once años, un mandil blanco y un gran perro negro, soriente ante la posada alemana “Gasthaus zum Engel”. La anciana nos habla encantada de esa época y recita, en alemán, “Lorelei” de Heinrich Heine. Recuerda todas las estrofas. A continuación brotan, en ruso, poemas de su hermana.

Tengo que pellizcarme para convencerme de que no estoy soñando: he sido invitada a casa de la nonagenaria Anastasia, escritora y hermana menor de la poeta Marina Tsvietáieva. Corre el año 1990. Me regala una novela suya de reciente publicación que, según cuenta con aire pícaro, estuvo durante años sacando de estraperlo del campo de castigo escrita en papel de liar. Y es que, en la época de Stalin y tras su muerte, pasó 22 años detenida y desterrada. ¿Por qué? Porque formaba parte de la intelligentsia prerrevolucionaria; porque era hermana de la famosa Marina, que “sólo” escribía poemas, prosa y cartas, y siempre empleaba su conciencia como medida de las cosas; porque ella misma escribía. En los estados totalitarios, la voz de los artistas resulta peligrosa, podría hablar de espíritus libres. Durante su estancia en el campo, Anastasia se convirtió en una cristiana de arraigadas creencias: irradia una alegría con la que bendice a todas sus visitas.

Uno podría imaginarse que una poeta de renombre mundial que se quitó la vida en 1941 cuando su marido e hijos estaban desaparecidos o habían sido fusilados sería silenciada en su patria y se convertiría en persona non grata. Durante décadas sólo circulaban rumores y, en secreto, algunos poemas. Así durante los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo. Precisamente por aquella época, a una joven cirujana le fue asignada una habitación en una “komunalka” (domicilio compartido) en el centro de Moscú en la que 28 personas compartían una misma cocina. Una suerte, no obstante, ya que acababa de aterrizar en el antiguo domicilio de su querida poeta Marina Tsvietáieva, cuyo pequeño volumen de poemas la acompañaba clandestinamente y la fortalecía espiritualmente durante su agotador servicio en el frente.

Nadeshda Katayeva-Lytkina prometió combatir el silencio que envolvía a la figura de Tsvietáieva y superar cualquier resistencia proveniente de las altas instancias. Buscó apoyos y dedicó su vida a luchar por el reconocimiento de la poeta. Cuando su hermana Anastasia fue liberada del campo de castigo, la doctora y ella trabaron amistad. Al principio, la batalla por salvar la vieja vivienda, muy deteriorada y venida a menos, se vio eclipsada por la publicación, casi en secreto, de las primeras ediciones de sus obras. Pasaron décadas y peripecias dignas de una novela policiaca. El Comité Central del Partido Comunista amenazó a la cirujana: “¡Si habla públicamente de lo sucedido, la casa será demolida!” Entonces llegó la perestroika. Finalmente, gracias a su obstinación, la desobediencia civil y la ayuda de algunas personas, Katayeva-Lytkina logró que la casa se convirtiera en el Museo de Marina Tsvietáieva. En el otoño de 1992, coincidiendo con el 100º aniversario del nacimiento de la poeta, tuvo lugar la inauguración. Incluso se celebró un acto oficial. Fueron días de alegría largamente ansiados para Katayeva-Lytkina y Anastasia Tsvietáieva, que falleció tres años más después a punto de cumplir los cien años.

La casa moscovita de Marina Tsvetáieva

Hoy todo esto parece inconcebible. El centro cultural “Museo de Marina Tsvietáieva ”, situado en la Calle de Borís y Gleb nº 6, es en la actualidad un lugar de reunión para personas interesadas en esa “Edad de Plata” de la literatura rusa, en el apogeo de aquella cultura prerrevolucionaria. La casa-museo y las exposiciones están dedicadas a ese periodo. Una de las habitaciones está dedicada a la difunta Katayeva-Lytkina, que hace tiempo me invitó a visitar a Anastasia. El Museo nos transporta al pasado vivo de Moscú, algo que resulta claramente perceptible para cualquier visitante. Se encuentra en una bocacalle de la Powarskaja, en una calle no muy lejana al Kremlin, repleta de hermosos palacios nobiliarios que ya mencionara, entre otros, Tolstói en su novela Guerra y paz.

Marina Tsvietáieva vivió allí, en el corazón del viejo Moscú desde 1914 hasta 1922, año en que emigró a Praga pasando por Berlín. Encontró “una casa que era un mundo”. Esa villa de tres plantas, con su agitada arquitectura interior, se convierte en su “boîte à surprise” y su barco en alta mar. A una primera época de felicidad con Serguéi Efrón le siguieron años de aislamiento durante la revolucióny la Guerra Civil. Soportó sola el caos, el frío, el hambre y la muerte de un hijo, y lo documentó en sus Anotaciones del desván. Lo que la mantiene con vida, tanto a ella como a otros, es una producción artística sin parangón: además de poemas y prosa, escribe también piezas teatrales para la vanguardia del Estudio Vajtangov. Todos ellos eran jóvenes, hablaban de teatro y amor, de poesía y amor, del amor a la poesía, del amor al teatro, del amor fuera del teatro y fuera de la poesía. Si bien para Tsvietáieva no existía amor fuera de la poesía.

Hace ya tiempo que las tres mujeres abandonaron este mundo, pero su inquebrantable espíritu sigue vivo en esta casa.

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