Divina autosuficiencia

Artículo de opinión acerca de la situación social actual de Rusia, analizada a través de un prisma histórico. Foto de Ilia Varlamov

Artículo de opinión acerca de la situación social actual de Rusia, analizada a través de un prisma histórico. Foto de Ilia Varlamov

En la época de Brézhnev circulaba un chiste que decía que la Presidencia del Soviet Supremo había condecorado post mortem al emperador Nicolás II con el título de héroe de la Unión Soviética, por haber creado una situación revolucionaria en el antiguo Imperio Ruso. Esta broma reflejaba a su manera las conversaciones políticas llevadas a cabo en las cocinas, práctica tan común en aquella época, respecto a lo que podía haber ocurrido si el monarca ruso hubiera demostrado más flexibilidad y hubiera sido más decidido a la hora de llevar a cabo reformas socio-económicas y políticas, y al mismo tiempo se hubiera mostrado más severo con los bolcheviques. Sea como fuere, en estas conversaciones se ponía en duda uno de los conceptos básicos de la ideología oficial de la época: la inevitable victoria de la revolución bolchevique. Es cierto que la historia no conoce el condicional, pero siendo sinceros, es difícil no admitir que si el último zar no se hubiera agarrado con tanta obstinación a su autocracia y no hubiera destituido a tantos funcionarios capaces de administrar bien el país, en vez de rodearse de mediocres, y finalmente, si no se hubiera metido en guerras nada necesarias para el país, entonces el destino de Rusia en el siglo XX podría haber sido muy diferente.

La élite gobernante de la Rusia actual parece conocer poco la historia patria, o bien haberla estudiado a través de los libros soviéticos basados en la idea de la predestinación. Y no sólo se trata de que esta gente no quiera cambiar nada en el país, aunque los cambios se hayan hecho inminentes. Al final, las élites siempre pueden replicar: “¿en qué consiste esta demanda de cambios y quién es el que la expresa? ¿La oposición marginal o los grupos de intelectuales que organizan sus pequeños asuntos?” Porque el pueblo en sí no dice nada o, como mucho, refunfuña en las cocinas como en la época de Brézhnev. Pero nadie presenta ninguna idea social alternativa y mucho menos, exigencias a la administración. Aunque las reformas a las que me refiero tratan de otra cosa.

Cuando la vida diaria de millones de rusos de a pie se hace cada vez más dura y casi no existen posibilidades de que mejore en los próximos años, parece que lo más razonable sería disminuir la presión del estado sobre la sociedad, dejándole más autonomía. Si el gobierno no tiene medios para ocuparse con eficacia de los ciudadanos, que les deje a ellos mismos hacerlo. En esta situación no hay que imponer a la gente modelos de comportamiento correctos desde arriba. Ya se las apañarán por su cuenta. Precisamente gracias a este enfoque en los “revueltos” años 90, la administración fue capaz de evitar una catástrofe social y una guerra civil, en una situación económica y social de extrema tensión. Sin embargo, hay que admitir que los tiempos han cambiado.

La administración se da cuenta perfectamente de que es incapaz de seguir garantizando el mismo volumen de bienes sociales a la población, aunque al mismo tiempo no deja de apretar las tuercas. Se inventa nuevos impuestos, indudablemente “para el bien del pueblo” y perfecciona los ya existentes (por ejemplo, la nueva versión de ITV). Para colmo, ha decidido imponer al pueblo el modo de vida sano, y va a limitar de manera drástica la venta de alcohol.

Tal y como hace siempre la administración alude a la experiencia de los países avanzados. Pero no se da cuenta de que en los llamados países civilizados la gente no se emborracha de forma masiva porque tiene maneras más atractivas en las que emplear su tiempo. Entre otras, construir su carrera en base a conocimientos y profesionalismo, en vez de relaciones de parentesco y enchufes; disfrutar haciendo deporte o dedicarse a la creatividad sin tener miedo a morirse de hambre o viajar. Mientras que nuestros trabajadores beben cerveza sin apartarse del kiosco porque tomársela en el bar de al lado es demasiado caro para su limitado presupuesto. Me parece evidente que el modo de vida sano no prevalecerá, igual que no habrá reducción del consumo de alcohol. Más bien al revés, el consumo de peligrosos sucedáneos se hará más frecuente, y además aumentará el descontento con las autoridades: “¡Ya lo estamos pasando mal y nos quitan la única válvula de escape!” A esto hay que añadir el rechazo que provocan los excesos en la carretera de los coches de los altos cargos, el impune descaro y el robo masivo de los funcionarios. Todo ello pinta un panorama bastante alarmante.

En cambio la élite no admite que la sociedad pueda tener derecho a un comportamiento autónomo. Mediante una lógica militar bruta, se parte de la anticuada premisa según la cual el ciudadano (para ellos, equivalente a consumidor) “es un mecanismo previsto por los estatutos” (frase de Pablo I, - nota del traductor). Entonces, se limitará a hacerlo que le ordenen desde arriba.

Se trata de un ingenuo error. En gran medida, estas mismas ilusiones fueron las que desmoronaron el gobierno soviético, a pesar de la fuerza de su aparato propagandístico y de sus estructuras represivas. Los adalides del Partido también estaban convencidos de saber mejor que nadie los artículos que necesitaba el pueblo y en qué cantidad, así como cuándo y cuánto había que consumir alcohol. Los ancianos miembros del Buró Político del Comité Central del Partido Comunista, se tomaban demasiado literalmente el lema de “¡Plasmemos en la vida las decisiones del Partido”, sinceramente pensaban que si decidían algo en un congreso, los trabajadores se precipitarían corriendo y con gran entusiasmo a cumplirlo a rajatabla. Mientras que en la vida real pasaba justo lo contrario y la gente no hacía más que acumular rencor hacia el Partido por sus “sabias” decisiones.

Los políticos de hoy parecen estar profundamente convencidos de que la experiencia histórica de su propio país no les concierne en absoluto. En general, ¿qué comprensión se puede esperar, si se ponen a deliberar en serio acerca de la procedencia divina del poder actual?

Ciertamente, les parece que no hace falta perder tiempo pensando en la opinión que pueda tener la gente normal.

En cualquier caso, conviene recordar que los altos funcionarios del Imperio Ruso de la época de Nicolás II, también eran muy aficionados a deliberar sobre la procedencia divina del poder del Estado.

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