El actor Franco Salatino en el papel del viejo Svetlovídov. Foto gentileza de Franco Salatino
Gerda von Reigert, la bailarina que en la realidad ama a Godunov y a Baríshnikov, la que anhela verse en el Mariinski peterburgués y se enternece pensando en su hija danzando en Nueva York, ahora, por imperio de la adaptación teatral, se transformará en una leyenda y danzará y será la conciencia de Franco Salatino, el intérprete transfigurado en la imagen del viejo Vasili Vasílievich Svetlovidov, haciendo equilibrio entre la vida y la muerte, sopesando su historia y buscando desesperadamente el sentido de su existencia.
El actor rememora su época de esplendor, en donde las mujeres lo pretendían y la libertad era el aire que respiraba. Como el cisne, delicado y libre, transcurrían sus días hasta que de pronto se encontró con los años encima y solitario. Pese a ello, el anciano intenta revivir ejerciendo lo que más ama en la vida: actuar.
Como fondo del drama, la voz aguardentosa de Vladímir Vysotski (no hay, creo yo, ninguna otra voz más “chejoviana” que la del bardo de Taganka) enmarca el diálogo límite entre Svetlovidov y Nikita Ivánich, el apuntador del teatro. El viejo que se acerca a su fin de actor y el viejo que se redujo a vivir dentro del teatro, ya sin nadie en el mundo.
Miguel Ángel Mazzeo se mete en el alma de este viejo “Nikítushka”, como lo apoda Vasili Vasílievich y se convierte en el último respaldo vital del derrotado juglar. Las estrofas del “Rey Lear” o la canción de Vysotski sólo abren el abismo del final.
“Es todo un compromiso –advierte Franco a “Rusia Hoy”-. Sé bien quién es Vysotski y quise reflejar toda la intensidad de la canción en una obra donde lo emocional y lo dramático están tan entrelazados”.
Este Chéjov relativamente temprano (la breve pieza teatral data de 1888) adelanta magníficamente a “La Gaviota”, “La sala número seis” o “El jardín de los cerezos” de un Chéjov maduro e implacable hasta consigo mismo.
La pequeña sala de “La Mueca”, un espacio cultural que alberga a varios espectáculos, presenta un lleno completo de espectadores que asisten emocionados a una compleja puesta en escena. Un escenario donde público y actores casi se confunden. “Cuando surge la voz de Vysotski, aunque la gente no entienda el idioma, la compenetración es total –dice Salatino-. Una vez tuvimos a tres rusos en la sala y yo escuchaba cómo ellos coreaban la canción”.
Gerda recuerda que la obra ha sido vista por mucho público extranjero. Recuerdan a una pareja francesa que, luego del espectáculo, se acercó a saludarlos. “Vimos esta obra en París, pero ahora nos ha llegado con mucha intensidad”, les confesaron.
Luces, sonido y escenografía, todo está previsto hasta el detalle por Walter Guzmán, director, coreógrafo y guionista. Con un elenco estable desde hace más de diez años, ganador de varios premios teatrales y, como corresponde, trashumante de sala en sala.
La calidad artística, se percibe en el aire creándose un clima tenue y delicado en todo el transcurso de la acción. La interpretación de todos los actores: Miguel Ángel Mazzeo, Federico Montero y Franco Salatino, así como la de las actrices: Maca Fernández y Gerda Von Reigert, es perfecta desde todo punto de vista: miradas, gestos, movimientos, etc. La banda de sonido medieval (Agustín Konsol) es altamente sensorial y el vestuario (Ester Gallo y Cristina Mónica Martino) transporta al espectador a un siglo de oro inolvidable.
“Walter quería hacer Chéjov –señala Franco Salatino-. Quería hacer un clásico, algo fuerte y trascendente. Buscamos una obra que no se hubiese representado con frecuencia. Casi nadie había hecho ‘Canto del cisne’. Walter hizo una adaptación en la que introdujo la danza y la canción. Tuvimos que pedirle permiso a quienes detentan los derechos de sus históricos traductores, Galina Tolmachova y Mario Kaplún”.
Galina Tolmachova, actriz y directora rusa que estudió con Konstantín Stanislavski, fue la esposa de Theodore Komisarievski. Emigró de Rusia a la Argentina luego de la revolución. Además de encabezar varios grandes elencos, fue una gran pedagoga teatral y la traductora de todo el teatro de Chéjov al español.
Ahora, en “La Mueca”, sólo podrán quedarse hasta mediados de julio. Luego, tendrán que encontrar una nueva sala que les brinde condiciones similares para la actuación. Piensan en ofrecerle Chéjov a la “Casa de Rusia”, en cuyas amplias instalaciones podrían montarlo.
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