Natalia Ósipova e Iván Vasíliev son la pareja de bailarines con más éxito. Foto de Ria Novosti
El pasado abril participaron en el estreno mundial de las “Ilusiones Perdidas” en el teatro Bolshói; en mayo estuvieron de gira con el mismo teatro en el Palais Garnier de París y en el festival internacional Benois de la Danse. Además, tras volver a Moscú, interpretaron Giselle juntos por primera vez. En junio comenzaron la temporada con el American Ballet Theatre de Nueva York, en julio representan Romeo y Julieta en Londres, y el estreno del ballet Chroma en el Bolshói. Así es, en líneas generales, el plan de trabajo de Natalia Ósipova e Iván Vasíliev. Según sus colegas, es imposible vivir a este ritmo, lo único que alguien puede hacer es sobrevivir a duras penas. En cambio, Ósipova y Vasíliev no hacen más que intensificarlo cada temporada. Su carrera se desarrolla a una velocidad inaudita en el ballet clásico de hoy en día.
La calma y la tranquilidad no son categorías aplicables al modo de ser de esta pareja. Quedó claro el mismo día que bailaron juntos por primera vez. La obra elegida fue Don Quijote, el ballet clásico más alegre y atrevido. Sus electrizantes piruetas, impresionantes saltos e inverosímiles sostenimientos, cuando la bailarina se tiraba a los brazos de su pareja desde el extremo opuesto del escenario, provocaron tal éxtasis en los espectadores, que amenazaban con derrumbar el patio de butacas del Bolshói. A pesar del furor, los palcos aguantaron, pero los aficionados moscovitas se han dividido en dos bloques irreconciliables desde entonces: unos están dispuestos a ir a ver Ósipova y Vasíliev, bailen lo que bailen; otros declaran que esta pareja está destruyendo el ballet clásico, aunque también intentan no perderse ninguna de sus actuaciones. La agitación que provocan cuando visitan otras capitales del ballet mundial no es menor, la prensa afirma que esta pareja ha sido creada en el cielo.
Sin embargo, no es frecuente verlos bailar juntos. A pesar de que la pareja declaró su noviazgo hace mucho, sus carreras están lejos de desarrollarse en paralelo.
Natalia Ósipova acaba de cumplir 25 años y parecía destinada a ser la princesa del Bolshói. Tras haber estudiado en la Academia de Ballet de Moscú tan sólo cuatro años, recibió de sus compañeras el apodo de “nuestra Guillem”, pues ya en aquel entonces era patente su andar excepcional y su impresionante salto. Al terminar la escuela ganó el gran premio en el Concurso Internacional de Ballet de Luxemburgo. Las puertas del Bolshói se abrían de par en par ante un joven talento de tal envergadura, en cambio ella dudaba si no sería mejor marcharse a trabajar al extranjero. Finalmente, se quedó en Moscú y tuvo que superar un período difícil, aunque muy rápido, de adaptación a las tradiciones y al estilo del Bolshói. Prácticamente nunca tuvo que bailar en el cuerpo del ballet, solía interpretar solos de importancia menor, hasta que se hizo con los papeles principales.
En aquel momento Iván Vasíliev, hijo de un oficial soviético, nacido en la región del extremo oriental de Rusia y criado en Ucrania, estaba terminando el Colegio de Coreografía de Bielorrusia; es tres años más joven que su pareja. Minsk, que había sido una de las capitales del ballet soviético, hoy en día se ha convertido en una provincia. Este joven poseedor de un salto único tuvo que viajar por numerosos concursos recogiendo medallas de oro para hacerse ver. Un año antes de graduarse, participó en un prestigioso concurso internacional en Moscú, donde le vio el director artístico del ballet del Bolshói, Alexéi Ratmanski. En aquella época Vasíliev barajaba marcharse a Nueva York o al teatro Mariínski de San Petersburgo, entonces le propusieron un contrato de solista, algo impensable en la historia del teatro.
Cuando Vasíliev estaba a punto de instalarse en Moscú, Ratmanski escogió a Ósipova, también de manera inaudita y sensacional, para el papel principal en Don Quijote durante la gira que el Bolshói iba a realizar en Londres, en el teatro Covent Garden. El propio Clement Crisp, el crítico de ballet más influyente de Inglaterra, que en su tiempo había escrito sobre Plisétskaya, comparó a Ósipova con esta bailarina, mientras que Deborah Crane, de The Times, la calificó como una bailarina destinada, más que cualquier otra, a dejar su huella personal en la historia del ballet.
Poco después, Vasíliev volvió a bailar en Londres interpretando el papel de Espartaco. Ósipova estaba conquistando el teatro Mariínski y la Ópera Nacional de Paris, y mientras él enamoraba con su humor y carisma en el ballet bucólico “La fille mal gardée”, ella obtenía reconocimiento en los papeles trágicos de Giselle y la sílfide, y participaba en “Les saisons russes” y “Hermann Schmermann”, con su impresionante fuerza. Vasíliev participó en el prestigioso proyecto ruso-americano Kings of the Dance, y ella en el refinado proyecto internacional Reflexions. En cambio, el verdadero milagro ocurre cuando Ósipova y Vasíliev bailan juntos. La época en la que todo el mundo admiraba su incomparable técnica ha quedado atrás. Cuando salen juntos al escenario es como una hoguera centelleante que nadie más puede encender.
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