La ciudad de Taganrog. Foto de Ricardo Marquina Montaña
Fin de semana en el Golfo de Finlandia
A 40 minutos en coche de San Petersburgo,
dirección Helsinki, encontramos un lugar llamado Solnechnoe, uno de los lugares
favoritos de los peteburgueses para bañarse en el mar cuando el tiempo, o el
presupuesto, no les permite unirse a las hordas
de turistas que viajan a Turquía.
Estamos a principios de julio y
el sol de este domingo pica ya a las 10 de la mañana. Un parking improvisado en
los márgenes de una pequeña carretera nos indica que la gente ha
estado de fiesta aquí la noche anterior, las montañas de latas de cerveza
vacías junto a las escasas papeleras lo confirma.
La playa de Solnechnoe fue en su día un
lugar de veraneo organizado por el estado soviético. Hoy, las
instalaciones hoteleras abandonadas
desde los años 80- comparten espacio con los nuevos rusos,
dispuestos a pasar un día de playa.
La infraestructura es escasa. Varios
bares, de estilo playero-fashion-clubing (si se me permite el mix)
se distribuyen a lo largo de una playa de arena no demasiado limpia. Desde
primera hora la gente, jóvenes en su abrumadora mayoría, preparan shasliki
(barbacoas) . En unos de los garitos playeros, “Orange
Bar”, varias decenas de infatigables continúan bailando a ritmo techno.
La playa en el rio Don
Lida, una joven de 24 años se lava los
dientes fuera de su tienda de campaña, plantada bajo un ábol.
Tiene mala cara, y no precisamente porque
se le fuese la mano la noche anterior con el alcohol. “Aquellos
chicos” dice señalando a un grupo de adolescentes que tienen dos tiendas de
campaña plantadas a una veintena de metros, “no han parado de cantar canciones
de películas soviéticas durante toda la noche”.
Sorprende la presencia de perros, casi
todos de escaso tamaño, que se bañan en un mar calmado y templado. El agua está
sospechosamente turbia, el color es ferroso, no en vano, junto a un pequeño
edificio que alberga a la administración de esta playa, un cartel lo dice bien
claro : “Prohibido
bañarse” . A nadie le importa, son las 12, hace un calor sofocante y son
cientos los que ya nadan, juegan con una pelota o practican
windsurf.
La playa Sólnechnoe
Otro de los garitos de moda de esta
playa, el “Ibiza” está cerrado al público, hoy se celebra una
boda. Decenas de curiosos nos agolpamos para ver el momento del enlace sobre la arena. La novia, emocionada tras dar el “sí,
quiero”, saluda con la mano frente a una
pantalla de ordenador, al otro lado, gracias a las nuevas tecnologías, su
madre, en Asia Central, sigue el desarrollo de la boda.
En el centro de esta larga playa,y
sin delimitación ninguna, atravesamos la zona nudista. La inmensa mayoría de
estos tostados cuerpos desnudos son de hombre, muchos ancianos, y muchos
jóvenes de músculos trabajados en el gimnasio. Al fondo, tras una duna, donde
comienza el bosque, ondea la bandera arco iris del movimiento gay, que nos
indica que tras unos arbustos hay una zona acotada para dicho colectivo.
El centro de la fiesta playera lo
encontramos en el garito “Barfly”.
Donde los guapos y las guapas de esta playa lucen bronceado al ritmo del
“house” ibicenco de moda, que un DJ, rodeado de hermosas camareras, pincha para
la clientela. Aquí observamos como este año se lleva la sandalia…con tacón de 8
centímetros, parece poco práctico, pero ellas sonríen, bailan y beben.
El festival de la música cosaca
Frente al Barfly, a unos doscientos
metros mar a dentro, un helicóptero se
posa sobre un lujoso yate. Pavel
se dedica a dar clases de surf a 500 rublos la media hora (unos 12 euros),
me asegura que es propiedad del dueño del puerto, y que se le conoce por sus
fiestas desaforadas.
El Festival de la música cosaca
La tarde cae, y , mientras en el “Orange”
una decena de parejas practican bailes de salón sobre un entarimado algo
precario, la mayoría nos preparamos para
regresar. La basura de todo el fin de semana se amontona frente a los
contenedores y a los laterales de la carretera. Los bares de esta playa
cerrarán hasta el próximo viernes, y nosotros comenzamos el regreso con la
promesa de un atasco de al menos dos horas.
Taganrog, turismo para rusos y fiesta cosaca.
A una hora en marshrutka (el
intraducible concepto de mini bus ruso) de Rostov del Don se encuentra la
ciudad costera de Taganrog, a las orillas del Mar de Azov,
un agradable centro turístico explotado masivamente durante la época soviética y venido
a menos.
La ciudad de Taganrog
El turismo aquí es auténticamente ruso, en los bares que recorren el puerto y el malecón, muy animados en los fines de semana de verano, no encontramos ni un solo cartel o menú en inglés, ni ningún camarero que hable otro idioma que no sea el ruso.
Los escolares, de
vacaciones, nadan mientras sus padres pescan en el muelle. Las madres toman el
sol en una playa de piedras, mientras a lo lejos las chimeneas de las
industrias de la zona expulsan humo sin cesar.
Continuamos viaje hasta Starocherskask. A orillas del Don se celebra cada verano un festival de música
cosaca. Este es un festival familiar. Los músicos van ataviados con viejos
uniformes cosacos, y las cantantes y acordeonistas , casi todos por encima de
la cincuentena, lucen dientes de oro en una soleada tarde de julio. Los
bailarines, que pegan saltos de vértigo sobre el escenario, son jóvenes. Abajo
familias enteras, abuelos padres y niños bailan estas viejas canciones que
desconozco por completo.
El río acoge a los bañistas, y, en las
riberas, grupos de jóvenes en bañador beben champán, vino, cerveza,
y el vendedor de helados no tiene un solo segundo de descanso. En las grandes
explanadas colindantes al río pequeños quioscos improvisados venden shaslik,
banderas de Rusia y…¡cometas! Decenas de cometas
sobrevuelan el cielo. La tarde cae y los mosquitos comienzan a hacer algo
incómoda la estancia. Hora de volver.
La marshrutka
de regreso es un espectáculo. Un anciano llamado Oleg nos ameniza el trayecto
con la historia de su primer amor. Ella se llamaba Nadia, y no hay mejor manera
de explicarlo que cantando una canción. Para mi sorpresa todo el pasaje se va
animando poco a poco, dos ancianas, dos adolescentes, tres jóvenes quemados por
el sol…incluso el conductor terminan cantando emocionadamente esta canción. Me
lamento por no conocer el folklore rusoy no poder
sumarme al polifónico y algo ebrio canto
coral.
Cheboksari, remanso de paz a orillas del Volga
La capital de la República de Chubás,
situada a medio camino entre Kazán y Nizhni Nóvgorod,
es una hermosa ciudad de medio millón de habitantes. En verano, cuando sus
estudiantes regresan de las universidades de Moscú y San Petersburgo, las
riberas del río Volga están muy animadas. La llamada “playa de Cheboksari”
esta llena hasta la bandera si coinciden fin de semana y buen tiempo.
Entre los grupos que salpican el
malecón vemos mezclados a rusos y chubasios, allí escuchamos su hermoso idioma. Los chubasios,
a diferencia de los tártaros, son
cristianos y su idioma, es mucho más melodioso.
Malecon de Cheboksari
Bajo el sol veraniego, el negocio más
floreciente parece ser el alquiler de lanchas a
pedales. La enorme escultura a la mujer chubasia, domina la “playa”, en rededor
se hacen fotos varias parejas de recién casados, mientras pasan a su lado, con cara de estar pasando un
infernal calor, un grupo de reclutas haciendo deporte.
La noche aquí es especialmente hermosa,
las familias traen a sus niños a las diferentes atracciones de feria que se
concentran frente al puerto. La música, en este caso Joe Cocker,
llena toda la atmósfera, y los garitos de comida, completamente llenos,
se preparan para una noche larga. Y mientras los padres se quedan dando buena
cuenta del shaslik, los más jóvenes se marchan a pasar la
noche al club de moda de la ciudad, el club
“Reinessans”, de hecho el único club con aforo suficiente para recibir
tal nombre, la fiesta allí será hasta el amanecer.
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