Situación límite del alma

Entrevista con el director de cine Alexánder Mindadze que recibó el Grand Prix en el Festival de Bruselas con “El sábado”. Imagen de kinopoisk.ru

Entrevista con el director de cine Alexánder Mindadze que recibó el Grand Prix en el Festival de Bruselas con “El sábado”. Imagen de kinopoisk.ru

La película “El sábado” del director Alexánder Mindadze recibió el Grand Prix en el Festival de Bruselas, celebrado a finales de junio.La acción del largometraje se desarrolla en Prípiat el día de la explosión en la central nuclear de Chernóbil. El protagonista de la película es un funcionario de las Juventudes Comunistas llamado Valeri Kabish, que sabe que ha habido un accidente pero se ve obligado a guardar silencio por orden de sus superiores. Según los autores, la película está basada en la historia real de un habitante de Prípiat.

Se trata de una producción conjunta entre Rusia, Ucrania y Bielorrusia. La película se estrenó en Rusia el pasado en marzo, mientras que en Bielorrusia no ha conseguido licencia de distribución, sin mediar explicación alguna. El director ha concedido una entrevista en la que habla de las catástrofes y de la vida cotidiana.

En sus películas siempre aparecen situaciones extremas. Por ejemplo, “El sábado” habla de lo que pasó el día del accidente de Chernóbil. ¿Por qué tiene tanta predilección por las historias catastróficas?

Las situaciones extremas son nuestro estado habitual. No necesariamente tiene que ser externo, lo extremo puede ocurrir también dentro de nosotros. ¿Cómo vivir, cómo salvarse en el mundo que nos rodea? Son preguntas que siempre resultan actuales. En este caso me interesa sobre todo el Chernóbil humano. Ni se me ha pasado por la cabeza rodar un éxito de taquilla sobre Chernóbil o investigar quién y de qué tuvo la culpa. Desde luego que algún día alguien hará una película sobre ello, pero será algo muy diferente. Lo que siempre me ha interesado son las situaciones límite dentro del alma humana.

En una de las escenas al principio de la película la gente no llega a creerse que una desgracia así sea posible, porque “¡el reactor es incapaz de averiarse”! El espectador que va a ver una película sobre Chernóbil espera que se le cuente la catástrofe que ha trastornado al mundo. ¿No tiene miedo de defraudar las expectativas del público?

Sí, desde el principio la trama se desvía del reactor explosionado hacia la vida del protagonista, un joven del Partido. Y también a la vida de su novia. La película explora cómo es la vida en una catástrofe, bajo esas duras condiciones. Pero ahí todo depende de la sensibilidad del espectador, que elige entre seguir a los autores o bien esperar algo que los autores no tenían previsto decir. En la pantalla, todo está hecho para atraer la atención del espectador: después de la primera escena cotidiana, el estilo cambia totalmente.

Según tengo entendido, no se trata solamente de la época de Chernóbil sino de nuestro estado permanente, de nuestro día a día.

El estado al que me refiero se puede caracterizar así: la muerte ya ha llegado, pero la vida aún no lo sabe. Esta vida florece en sus últimos minutos de una forma especialmente deslumbrante, hipnotizando a los personajes y apoderándose de ellos. Detalles ridículos, tontos, como el tacón roto de la novia pueden cambiar drásticamente toda la vida. Así, ambos acabarán en un restaurante en vez de irse a la estación de ferrocarril. Como el protagonista es un antiguo tamborilero ayudará a su amigo, que toca en el restaurante a ganar un dinero que ya no les hará falta y luego pretenderán “desactivar” con vino tinto la dosis de radiación recibida. Estas circunstancias ridículas que se dan en la vida establecen vínculos muy fuertes, incluso, de alguna manera, salvadores. Es una especie de paráfrasis de nuestra vida, la reproducción de algo muy típico: uno pretende una cosa y obtiene otra. Puede que sea justo lo contrario, pero es posible que en ello radique su valor.

Formalmente muchas de sus películas podrían adscribirse a un género en el que predomina la catástrofe y la acción. En las películas estadounidenses de este tipo predominan los protagonistas fuertes que salvan a todo el mundo;en cambio, en sus películas la gente parece olvidarse del peligro, dedicándose a lo que les resulta más fácil y habitual. ¿Será un rasgo nacional?

Digámoslo más suavemente, es una tendencia nacional. La historia de nuestro país es así, hemos sufrido mucho. El siglo ХХ ha sido una época de vivencias trágicas, y nuestro genotipo se adapta inevitablemente a estas condiciones. Solemos buscar lo mejor dentro de lo malo. La fiesta en la despedida, la alegría de la vida allí donde parece que ni siquiera pueda crecer la hierba. Evidentemente, es algo que ha sido forjado por nuestra historia y está relacionado con nuestro carácter, más complicado, menos estandarizado y por ello más interesante desde un punto de vista creativo. Es menos triunfador que los caracteres típicos del cine americano y me parece que está muy bien que no sigamos los modelos de Hollywood. Aunque en Estados Unidos se hacen también otras películas que nos resultan más cercanas.

En cierto modo, el estilo de su película recuerda al Dogma: una cámara manual, ausencia de iluminación especial y de banda sonora para crear ambiente. ¿Es una decisión consciente?

Naturalmente, el estilo se eligió de manera deliberada, pero creo que todo está filmado de una manera bastante tradicional. Un conservadurismo razonable, que parte del propio concepto de la película. Cuando intenté imaginarme estas escenas filmadas con la ayuda de un trípode, me di cuenta de que se deshacía todo. Por eso todas las escenas están filmadas por el destacado cámara rumano, Oleg Mutu, y la cámara siempre va o corre al lado del personaje, sin adelantarle. Es decir, el espectador está constantemente en contacto con el protagonista.

¿Dónde se rodó la película?

Teníamos que mostrar Prípiat tal y como era antes de la explosión. Encontramos dos ciudades parecidas, una en la región de Donetsk y la otra, en Zaporozhye. Filmamos luchando contra la publicidad moderna situada en la ciudad para que aquello pareciera la Prípiat del año 1986: una ciudad limpita, civilizada, llena de gente joven.

¿Buscaba caras típicas de aquella época durante el casting de actores?

Uno de los objetivos principales de nuestra expedición a Ucrania consistía en buscar caras. Allí son más expresivas, menos “capitalinas” y más cercanas a los años 80. Desde entonces las caras han cambiado mucho, sobre todo en las ciudades: las personas de la sociedad del consumo tienen un aspecto diferente. Por ello buscamos actores de segundo plano en los pequeños teatros, a veces incluso entre los transeúntes.

¿Cómo fueron elegidos los actores para interpretar los papeles de protagonistas?

Antón Shaguin es una persona con mucho talento y me parece que le he entendido bien. Se trata de un chico de la región de Briansk que llega a la capital. Es decir, conocía la vida provinciana mucho más de lo que le dio tiempo a expresar en la pantalla, así que a mí sólo me quedaba pedirle, como él mismo decía, que "apretara los botones correctos". Le expliqué que su personaje no era uno de estos tíos emprendedores de hoy, que se han hecho famosos y aparecen en las portadas de las revistas, sino un chico provinciano, medio alcohólico y con el hígado destrozado al que le cuesta correr. Un hombre joven, pero ya envejecido. Quiere hacer carrera en el Partido y solamente por eso no quiere beber más. Respecto a la novia, es el primer papel de la peterburguesa Svetlana Smirnova-Martsinkévich. Me atrajo porque no tiene nada de “plástico”, tan común hoy en día, y carece de una expresión de depredadora. Es una de esas "delicadas niñas soviéticas", de una época en la que todavía eran femeninas.

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