También el cine

Imagen de la película "También la lluvia". kinopoisk.ru

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La 33ª edición del Festival de Cine de Moscú este año ha coincidido con la celebración del Año Dual España-Rusia, a lo que se debe su enfoque sin precedentes en el cine español contemporáneo. En algunos casos la intención de ofrecer una variada perspectiva del mapa de la cinematografía actual española ha sido entendida literalmente, por lo que se ha enfatizado la misión diplomática o “educativa”. Aunque en otros casos, dada la gran cantidad de películas ha habido notables descubrimientos.

El film “Las olas” de Alberto Morais , la única película española incluida en el concurso principal, se llevó el máximo galardón. Una coproducción hispano-francesa titulada “Escalade”, dirigida por Charlotte Silvera y protagonizada por Carmen Maura también ha formado parte del concurso. En otras secciones del festival también ha habido representación española, como es el caso de “Hora menos”, una coproducción con Venezuela, dirigida por Frank Spano que ha participado en la sección “Perspectivas”. Dentro del programa titulado “Made in Spain -Hecho en España-” han sido proyectadas ocho películas rodadas por cineastas de la península ibérica, entre ellas varias películas en catalán y una en gallego: “Mil cretins” de Ventura Pons, “Passi el que passi” de Robert Bellsolá, “Pa negre” de Agustí Villaronga, “También la lluvia” de Iciar Bollaín; “Pájaros de papel” de Emilio Aragón, “Tres metros sobre el cielo” de Fernando González Molina, “Doentes” de Gustavo Balsa y “Bruc. El desafío” de Daniel Benmayor.

Dos películas españolas, “Ispansi” (Españoles) de Carlos Iglesias y “Vidas pequeñas” de Enrique Gabriel, han sido incluidas en la sección “La Huella Rusa”. Este programa se define por su intención de mantener el diálogo intercultural, encontrar y percibir los dobles reflejos y los boomerangs históricos, lo que, sin duda, es apreciable. Sin embargo, estas producciones no lleguen quizá a replantear ningún desafío temático o estilístico, representando al cine con sabor a golosina. Este año no ha sido excepcional en este aspecto, y el panorama “La Huella Rusa” se ha caracterizado por un lirismo y un romanticismo desbordados.

Muchas de las películas presentadas en el festival exploran temas de guerra, de la conciencia histórica, de la así llamada “cara humana” de la gran historia. Desde “Las olas”, que sólo insinúa al tema de forma subliminal y sutil, hasta “Bruc. El desafío”, un film bélico estándar, que nos dispara “a quemarropa”. La película “Ispansi”de Carlos Iglesias cuenta una historia interesante, que nos acerca a una realidad desconocida para muchos en Rusia y merece la pena ser recordada. Huyendo de la Guerra Civil española, muchos niños se refugiaron en el extranjero, junto con profesores y cuidadores. Algunos de ellos fueron trasladados a la URSS. Esta historia es un buen punto de partida para el film. Y si bien el argumento es el punto fuerte de esta producción, la fotografía es adecuada a la envergadura del guión, por desgracia “Ispansi”, produce la impresión de ser una película un tanto afectada. La ambientación que se refiere a las localizaciones y al vestuario, resulta algo ceremoniosa. La tristeza aparece demasiado dramatizada, los llantos abundantes parece que complacen a los intérpretes, y toda la actitud “solemne” frente a la vida no llegan a convencer al espectador.

Otra película que puede ser catalogada como un “drama histórico”, “Pájaros de papel” de Emilio Aragón, es entretenida y cuenta con una factura técnica impecable, pero su historia y los personajes se hacen un poco predecibles y carentes de matices. “Pájaros de papel” es la historia de un grupo de artistas de vodevil en los tiempos de posguerra. El músico, el ventrílocuo homosexual y el huérfano forman, junto a otras almas perdidas, una curiosa familia que intenta vivir y pelear con el régimen totalitario. La interpretación tiene carácter algo hollywoodense, la banda sonora en general cumple una función explicativa, aunque la escena final de la película, donde vemos a Miguel, ese niño huérfano, que ya se hizo anciano, actuando en el escenario de un teatro, enmarca la trama y abre nuevas dimensiones de su significado. La película ya es una especie de Bildungsroman, con un final muy elegante en el que el sabio que ha podido sobresalir de todas las penurias y complejidades de la vida resulta ser un actor. Una persona cuyo pasado esconde tragedias terribles llega a ser un intérprete, un “yo plural”. Y en los últimos minutos de la película interpreta una canción, o incluso un panfleto social, pero muy íntimo para él, que resume toda la verdad emocional de su adolescencia: “No se puede vivir con un Franco”.

La sencillez del guión, que nos permite sumergirnos en el cinismo o pesadumbre de la vida cotidiana y enfrentarlos con despreocupación alegre, define el trabajo del catalán Robert Bellsolá “Passi el que passi”. Un proyecto 100% independiente, “un film indie català rodat sense subvencions”, según proclama el eslogan de la producción. El desafío de “ser independiente” en este caso proporciona al autor un rompecabezas sobre cómo hay que disponer de este estatus suyo. Al final, lo de menos resulta ser el qué (el argumento) y lo de más el cómo (el estilo). La cinta, que gira en torno a un punto de arranque bastante original, es una comedia divertida al estilo de Woody Allen: “Disfruta el día hasta que un imbécil te lo arruine”. El protagonista es un guionista de mediana edad, que comparte la vida con su mujer y su pequeña hija. Un fin de semana decide plantearse un reto: hacer el amor cuatro veces con su mujer, pero no resulta una tarea realizable debido a todos los impedimentos que tiene alrededor: la niña, los vecinos, sus amigos, etc. Asuntos serios como el hiperconsumo, la falta de integridad individual, la crisis de familia, la soledad, la falta de cariño, lo desconocido que ocultan nuestros hijos (la niña que de repente se pone a hablar y a cantar en alemán)– se integran de modo muy cómico en el film. Aceptémoslo, el argumento también se escribe para vender, además que el autor no quiere crear un sermón ni un panfleto.

La película “También la lluvia”, dirigida por Iciar Bollaín, cuenta con un guión muy exigente del reconocido Paul Laverty. Esta película transcurre en el año 2000, en Bolivia, durante la revuelta popular que impidió que el abastecimiento del agua pasara a las manos privadas, y narra el movido rodaje de otra, sobre Bartolomé de las Casas y su defensa humanitaria de los indios de América en el siglo XVI. Una película dentro de otra, que cuenta con muchas dimensiones y capas. Según la cineasta, “no es historia de blancos y negros, sino de grises”, lo que parece muy pertinente. Es una obra en la que vibra mucho ímpetu vital y que está hecha en excelentes tradiciones publicistas, documentalistas y neorrealistas (pero nada rancia). Es una historia sobre el compromiso con la conciencia, sobre las falsas apariencias, sobre la inmoralidad de permanecer testigos mudos ante la desgracia “ajena”, sobre la ambigüedad de nuestro papel como espectadores. De este modo el mensaje del film no suena como vanas palabras condenadas a convertirse en ruido. Lo que resulta muy relevante, dado que la época en la que estamos viviendo es un tiempo colmado de ruido, donde nadie escucha a nadie, ni siquiera a sí mismo.

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