La portada de "El segundo círculo"
De los seis autores que aparecen en “El segundo círculo” hubo tres que me gustaron bastante y otros tres que no me tocaron. Aun así el libro es bastante recomendable, ya que todos ellos cuentan su historia, y que ese cuento nos acerca al a veces absurdo a veces complejo día a día de la Rusia actual, en toda su extensión. Y en esto está el mayor acierto del editor: la pericia de incluir también a jóvenes de los Urales y el Cáucaso.
De hecho son de “provincias” los tres sobresalientes, pero no por ello menos rusos: “Porque, al fin y al cabo, en el autostop sólo el nombre es norteamericano, y, en realidad, su esencia se encuentra en los caminos de Rusia y en la profunda tristeza de su pueblo” (Ígor Savéliev). “Ciudad pálida. Retrato de un autostopista” es como una road movie, pero con mucha carga de relato generacional. El tema puede no parecer novedoso: unos jóvenes toman la geografía como huída, pero el texto tiene mucha frescura y capacidad de mostrar el zeitgeist pre-post-Putin, donde los jóvenes hacen cosas que son iguales y diferentes al resto de jóvenes del mundo.
Los dos relatos de Gula Jiráchev me recuerdan a Chinguiz Aitmatov, no sólo por introducirnos en un mundo lejano sino por su colección de sabores dulces y amargos en una misma pieza.
Y también Aleksei Lukianov, quien con cierta originalidad en el lenguaje recupera los temas tradicionales de la cuentística rusa: la inmensa pequeñez del hombre, perdido en un entorno invencible (naturaleza, instituciones…); “Alta Presión” es un relato que casi puede ser digno de Andrei Platonov.
Todos los escritores del libro fueron seleccionados de entre los participantes del Premio Debut, un evento literario ruso para menores de 25 años. Su aparición en castellano (ed. La Otra Orilla) es uno de los caminos más directos a la nueva Rusia.
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