Ernesto Sabato: “lo mejor de”

Foto de Sipa Press/Fotodom

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El 24 de junio de 2011 uno de los grandes de la literatura hispanoamericana del siglo XX, premio Cervantes, Ernesto Sabato hubiera cumplido cien años. Sabato falleció el pasado 30 de abril y nos dejó tres novelas, varios ciclos de ensayos, un libro de viajes, una apreciable colección pictórica y mucho material enjundioso artístico y “personal” para reflexionar. “Juez, juzgado, testigo, fiscal, procesado y víctima”, según característica dada al escritor por la poeta venezolana Corina Michelena, Sabato tiene entre sus indudables númenes literarios rusos a Fiódor Dostoievski y Dmitri Merezhkovski y tiene todavía más nietos. El Instituto Cervantes de Moscú organizó una mesa redonda en su homenaje para hablar de la conexión del eterno habitante de Santos Lugares con la literatura y cultura rusa.

40 años de omisión

Alexander Livergant, editor jefe de la editorial rusa “Inostránnaia literatura” (Literatura extranjera):

En Rusia Ernesto Sabato es conocido no sólo y quizá no tanto como novelista, sino más bien como ensayista, crítico y también como pintor. Lamentosamente contamos con muy pocas publicaciones en ruso de este indudable clásico. En esencia nuestra revista lo descubrió para los lectores rusos en el memorable año 1988. Memorable porque ese fue el año cuando se dió luz verde a publicaciones que no se podían editar debido a la represión del poder. Ya nos estamos olvidando que la perestroika, comenzada en el año 1985, en realidad dió sus frutos mucho más tarde. Así, en 1988 sacamos a la luz la novela “El túnel” (escrita en 1948) que por entonces no produjo tanto impacto en el público ruso. Exactamente en esa época “Inostránnaia literatura” publicó varios libros prohibidos por el régimen soviético que los lectores habían ansiado conocer. Claro está, intentamos editar las obras de Sabato en los 70 cuando, por cierto, sus libros hubieran causado una revuelta mucho más fuerte. Había menos competencia por esos años e incluso se publicaban autores bastante ineptos, reconocidos sólo por su afinidad a las ideas comunistas. Sabato no tenía nada que ver con ellos, por lo cual nuestra intención no se pudo llevar a cabo.

En 1990, tras la edición de “El Túnel”, salieron a la luz sólo dos libros más de Sabato: “Sobre héroes y tumbas” (1961) y “Abaddón el exterminador” (1974). Hace unos tres años la revista “Inostránnaia literatura” dedicó una de sus ediciones al tema, formulado como El escritor viajante. Sin embargo, ahí tampoco fue presentado Sabato porque su estilo no resultó tan “fácil” para que lo combináramos con los demás ensayos. Aún así, estamos muy dispuestos a publicar el libro “España en los diarios de mi vejez” que me parece muy atractivo. 

“Acceso limitado”

María Nadiárnyj, investigadora del Instituto de Literatura Mundial A.M.Gorki:

Las reacciones nacionales son muy impredecibles. Es verdaderamente triste admitir que en la patria de escritores como Dostoievski, Turguénev o Chéjov, la muerte de Ernesto Sabato se recibiera con menos dolor que en otras culturas más ajenas al literato. Y que no surgiera aquí ningún diálogo público acerca de su fallecimiento. Sí, las obras de Sabato tardaron demasiado en llegar a Rusia, basta con mencionar “El Túnel” que fue editado 40 años después de su publicación en Argentina. Así pues, este período de tiempo alejó su significado de las realidades rusas del año 88. Además, las otras dos novelas acabaron incluídas en las expectativas apocalípticas y sectarias de la frontera de los siglos XX y XXI. No todo lo que escribía Sabato, inclusive lo que decía sobre Rusia y para Rusia, fue accesible en nuestro país. Hay que recordar que en la época soviética todos los ensayos de Sabato se guardaban en lo que se conocía como “spetsjrán”,  sección de almacenamiento especial de las bibliotecas nacionales, que abarcaba archivos y colecciones de acceso limitado. Hoy en día sigo encontrando en las bibliotecas ejemplares de los libros de Sabato sellados con un siniestro color violeta que decían “inostr.” (abreviado de “inostranny”, extranjero) – es decir, muy extranjero, absolutamente ajeno,  como símbolo de la disidencia total de Sabato en el espacio soviético.

Sabato afirmaba de sí mismo: sólo digo lo que me complace de verdad. “Un diálogo libre y franco” es una de las frases favoritas del escritor. La lucha de Sabato por la libertad se desenvolvía con un tono de angustia, como cuenta en su libro “La resistencia”. Según notó Sabato en “Heterodoxia”, la verdad se cristaliza de deformaciones, pasando por vías violentas de opiniones contradictorias. Aquellas palabras engendradas de este diálogo franco tan martirizante obligan al lector a que vuelva a sufrir la angustia del autor. Así, tienen una fuerza particular. No es casual que el estilo de Sabato-escritor se caracterize por  repeticiones que no sólo imponen un ritmo a la narración. Además, estas palabras repetidas, digamos, laboriosamente se convierten en unos nudos de sentido muy concentrado. Esta manera de escribir hace que el lector “sienta pensar”, que salga del vacío comunicativo y redescubra la verdad de la comprensión.

Memorias del subsuelo

Valeri Zemskov, jefe de la sección de literaturas de Europa y América del Instituto de Literatura Mundial A.M. Gorki:

Así como no existe San Petersburgo sin Dostoievsky, o París sin Balzac, tampoco podemos imaginarnos Buenos Aires sin el autor de “Sobre héroes y tumbas”. Visité Buenos Aires por primera vez en el año 1986. Ansiaba conocer a Ernesto Sabato y tenía la idea de editar sus obras. Por entonces Sabato vivía en Santos Lugares, por cierto, un siglo y medio atrás cuartel de uno de los dictadores más siniestros de Argentina, del que Sabato cuenta en su novela “Sobre héroes y tumbas”. Con curiosidad observé su despacho en el que había una mesa muy amplia y pulcra, muy limpia, no tenía ni un sólo papel. Ya después supe que había dejado de leer y escribir porque se lo habían prohibido los médicos.  Sólo practicaba pintura. Me enseñó cinco cuadros suyos: dos autorretratos, un retrato de Van Gogh, uno de Dostoievski, uno de Nietzsche y otro de Kafka – todos realizados en tonos deseperadamente oscuros. Me llamó la atención el retrato de Fiódor Dostoievski, deformado como si hubiese mutado en alguno de sus personajes. Me asombré y le comenté: “Pero el mundo de Dostoievski no se caracteriza tan sólo por la oscuridad, entre tinieblas también hay luz y fe”. En ese entonces no me contestó nada, pero luego me envió una carta a Moscú. Aquí cito un párrafo de ella: “Sí, tenías toda la razón. Mis retratos de Dostoievski, de Nietzsche, de Kafka y los demás son terribles. Pero quizá me salgan así por aquellos horrorosos acontecimientos que pasaban en Argentina en los años de la dictadura, años del terrible martirio.  Sí, conozco el dualismo de Dostoievski, siempre pensé y escribí sobre su ambigüedad. En la obra de Dostoievski Dios lucha con el diablo y el campo de batalla es el corazón del hombre. En mi cuadro pinté sólo una de sus caras. Pero esa batalla entre la luz y la oscuridad se despliega en todas mis novelas, especialmente en las dos últimas. Ahí la misericordia, el amor y la esperanza muchas veces resultan ser rasgos de los personajes más humildes, los más pequeños... No me suicidé y nunca dejé la lucha porque detrás de mi pesimismo vive una fe testaruda en el hombre. Si no tuviese esta fe no hubiese pasado toda mi vida luchando por la justicia, por gente humilde, por naciones oprimidas, y luchando con tanta tenacidad que llegué a ser bautizado como un romántico ingenuo”.

Así, sin pensar en ello, provoqué a Sabato a que creara este espléndido autorretrato verbal. No fue enventual nuestra conversación sobre el escritor ruso. Según las mismas leyes de Dostoievski, de su maximalismo, su conciencia intensiva, está construido el mundo de Ernesto Sabato.

Los Hermanos Sabatov

Corina Michelena, poeta, crítica, literaria de Venezuela:

Hace poco participé en la edición de una inusual antología de Ernesto Sabato que bien merece ser destacada. Pertenece a un arriesgado proyecto llevado a cabo por la editorial Seix Barral, una singular colección que bajo el nombre “Lo mejor de” agrupa lo que el propio autor a quien se dedica el libro, considera imprescindible de su trabajo. Dura prueba para el escritor: hacer un ajuste de cuentas público con su ya canonizada obra;  demiurgo que de nuevo salva o sacrifica pues debe ser juez, jurado, testigo, fiscal, procesado y víctima. En el caso de “Lo mejor de Ernesto Sabato” esta rara antología  resulta dura y conmovedora tanto por lo que excluye como por lo que incluye. Sabato es forzado a ser más Sabato que nunca, a desdoblarse de nuevo, a seccionarse, a seleccionarse, a omitirse, darse de baja o de alta. Borrarse y reescribirse son oficios que domina a la perfección;  son “vicios”  distintivos de la mitología Sabatina como el acostumbrado ritual de quemar más de la mitad de su producción literaria, para empezar de nuevo con lo viejo.

No obstante, la propuesta de responder a un título como “lo mejor de”  encubre  esa retórica pregunta –doblemente inquietante y suicida- “¿qué te llevarías de ti mismo a una isla desierta?” la reflexión debió llevarlo a  repreguntarse si valía la pena ir mutilado a cualquier lugar, o, para decirlo eufemísticamente “si la suma de las partes podían ofrecer un todo” y para decirlo a rajatabla “si los restos de un conjunto de amputaciones forman un corpus inteligible”.  En todo caso, pensara lo que pensara, aceptó el reto de disminuirse a lo grande.

Sabato reconoce a sus deudos, paga con gratitud sus carnales filiaciones y lo dice y hace abiertamente, no tiene reparos en admitir las fuentes de las que se nutre. Un crítico como Harold Bloom, y su célebre libro “La angustia de las influencias” parecería haber estado de más en la biblioteca de nuestro autor. Ante esa espléndida generosidad de Sabato, necesito hacer una pausa. Debo detenerme en su abierta gratitud hacia Rusia y reconocer que en esto me va mucho o va mucho, demasiado de mí. Una de las Rusias que nos incumbe es aquella emparentada con Dostoievski; baste una  declaración de amor  para anclar lo dicho, dice Ernesto Sabato: “¿Cuál es la Rusia verdadera, la del piadoso, sufriente y comprensivo Aliosha Karamázov? ¿O la del canalla Svidrigáilov? Ni la una ni la otra. O, mejor dicho la una y la otra.”

Y en otra fuente nos sirve el autor este manjar: “¿Quién puede ser el mismo luego de haber leído Dostoievski? Después de Los hermanos Karamázov no somos las mismas personas que antes, como seguramente tampoco lo fue Dostoievski”. En cuanto a esta última cita, hago un inciso y me apresuro a aclarar: tampoco yo he conocido a nadie que salga ileso del “Informe sobre ciegos” por ejemplo. Nadie que pueda jactarse de ser el mismo, antes y después de su lectura. Seremos siempre seres que todavía se hallan en trance, en ese estado que Sabato diseñó para nosotros.

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