Kazajistán. Foto de PhotoXpress
El parque Panfilov es un lugar popular para pasar una tarde de verano en Almatí. Bajo la sombra de la Catedral de Zenkov, la segunda estructura de madera más alta del mundo, hordas de adolescentes y jóvenes familias kazajas cantan karaoke, sorben helados y prueban suerte en las máquinas del parque de atracciones. La mayoría de las personas que entra a la catedral son mujeres. Se ajustan sus pañuelos alrededor de la cabezas y son, en gran parte, miembros de la envejecida población rusa.
El entramado étnico de Kazajistán ha cambiado de manera sustancial desde la independencia, cuando los kazajos eran una minoría en el nuevo país. Si bien el éxodo masivo de los años noventa es mínimo hoy en día, los rusos continúan abandonando Kazajistán año tras año.
Kazajistán era un caso especial dentro de la antigua Unión Soviética. Antes de que se se estableciera la frontera, apenas había distinción entre ambos países. Además, Kazajistán fue un lugar de exilio para personas de muchas nacionalidades —entre ellos, coreanos, chechenos y alemanes del Volga— que fueron expulsados de sus hogares bajo el mandato de Stalin. Actualmente, el país alberga a más de 100 grupos étnicos diferentes.
Tal como sucedió en las otras repúblicas de Asia Central, en el Kazajistán independiente se dio una reacción en contra de los antiguos amos. Sin embargo, esta tendencia cambió rápidamente cuando quedó en evidencia el peligro que suponían los reclamos territoriales por parte de Moscú, sobre todo en relación a las regiones del norte del páis mayoritariamente rusas. No sólo se mudó la capital hacia el norte, a la ciudad de Astaná con el fin de poner el sello kazajo a esta zona, sino que el gobierno realizó también ajustes en los distritos administrativos y electorales regionales, para asegurar una mayoría kazaja en casi todas las regiones. De forma paralela, el presidente Nursultan Nazarbáyev tomó una postura más pro-rusa al construir una estrecha relación con Moscú y conceder al ruso estatus oficial.
Las libertades políticas podrán estar limitadas en Kazajistán, pero la necesidad de mantener la paz social ha tenido como resultado una política étnica que, si bien no complace a todos, es ampliamente considerada como sensible y positiva. “En lo que respecta a las relaciones interétnicas, el Gobierno kazajo es bastante tolerante y progresista, comparándolo tanto con Asia Central como con Europa. La construcción de una nación se ha basado en dos elementos: la pluralidad y la idea de una ‘kazajidad’”, según palabras de Zharmujamed Zardyjan, profesor adjunto del Instituto de Administración, Economía e Investigación Estratégica de Kazajistán (KIMEP, por sus siglas en inglés).
Nadezhda, maestra rusa de Almatí, dice que rusos y kazajos conviven pacíficamente. “Pero la política ha cambiado”, agrega. “Antes, los rusos eran como el hermano mayor que ayudaba a sus hermanos menores. Ahora todo se ha revertido. Los rusos que se han quedado son minoría nacional. Los kazajos son la nación titular.”
No obstante, existen pocos rusos que ocupen puestos gubernamentales importantes, y cualquier candidato a la presidencia debe enfrentarse a un duro examen de kazajo.
El ruso se utiliza ampliamente, y algunos kazajos que crecieron en la era soviética aún lo utilizan como primera lengua. Los medios en ruso también tienen gran difusión, a pesar de que Astaná planea aumentar por lo menos en un 50% el contenido en kazajo de los programas televisivos para 2015. En contraposición a ello, si bien la cultura rusa ha calado en Kazajistán durante los últimos trescientos años, los rusos de Asia Central también han absorbido las costumbres locales, como la tradición de la hospitalidad prodigiosa y la de tomar té en “pilushki” (pequeñas vasijas). “Ya no somos rusos, aunque aún no somos kazajos”, dijo Nadezhda.
La situación es diferente para el resto de las cuatro repúblicas centroasiáticas ya que recibieron menor influencia de Rusia. En dichos países, la población rusa se ha disipado, y el idioma se escucha en contadas ocasiones fuera de las ciudades grandes.
A principios de los años noventa los habitantes rusos no se sentían seguros en las calles de las ciudades del sur de Kazajistán, y los enfrentamientos también eran comunes en el norte, donde la población rusa era mayoritaria. Aún hoy, cuenta Nadezhda, muchos rusos todavía duermen, hablando metafóricamente, “con la maleta debajo de la cama”, sabiendo que, si bien los tiempos han mejorado, puede que no siempre sea así. Les preocupa que en el futuro Kazajistán pueda tener un líder más nacionalista. “En la actualidad, menos rusos se van a otros países gracias a las políticas proclives a la paz del presidente”, afirma.
No obstante, la demografía de Kazajistán está cambiando y es muy probable que, dentro de una generación, la minoría rusa deje de ser un problema para los futuros gobiernos. La reducción natural de la población rusa y el creciente predominio del idioma kazajo implican que la cuestión rusa se diluya sin necesidad de tomar medidas radicales. Se espera que aquellos rusos que permanezcan en Kazajistán se adapten a la cultura local.
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