La homosexualidad tiene dificultades para aparecer públicamente en Rusia. Foto de Itar-Tass
Cuando se habla con los funcionarios rusos acerca de los derechos de los homosexuales y de la homofobia el nivel de la conversación se asemeja a una de un patio de colegio, proliferan las bromas vulgares y los guiños tontos.
Muy pocos hablan en serio sobre la homosexualidad y estos pocos, no ocupan alcaldía alguna. Los que sí lo hacen tendrían que asumir una responsabilidad histórica y deberían permitir que los homosexuales de ambos sexos, los bisexuales y los transexuales se reunieran pacífica y públicamente. Además deberían defenderlos de los “activistas ortodoxos”. Sin embargo, de momento la administración local no quiere cargar con tanta responsabilidad.
Reaccionamos de una manera emocional y visceral ante los gritos racistas provenientes de las tribunas de los estadios en contra de un futbolista de piel negra. En cambio, no somos capaces de establecer una afinidad tipológica entre la discriminación de los afroamericanos en EE UU durante los años 50-60 del siglo pasado y la discriminación que padecen los homosexuales en la Rusia actual. Si interpretamos el racismo de una forma amplia, es decir, como discriminación en función del color de la piel, sexo, lengua u orientación sexual, entonces la homofobia debería calificarse como tal.
Una de las expresiones de la homofobia consiste en oponerse, activa o pasivamente, a la propia idea de una manifestación o desfile de las minorías sexuales. Esta oposición se puede argumentar de diferentes maneras y todos nosotros las conocemos muy bien.
Abundan dos argumentos “mortales”. En particular, los dogmáticos afirman que la homosexualidad no conlleva reproducción y por lo tanto, está en contra de la naturaleza. Este argumento tergiversa un hecho evidente, ya que los heterosexuales tampoco hacen el amor sólo para tener hijos.
El otro argumento “mortal” consiste en que las relaciones homosexuales no corresponden al modelo tradicional, es decir, “correcto”, de familia. Aunque las parejas heterosexuales sin hijos y los divorciados tampoco corresponden a este modelo.
Un desfile del orgullo gay muchas veces se percibe como “propaganda”, ya que sus adversarios parten de la premisa de que la homosexualidad se puede elegir como estilo de vida. Sin embargo, esta elección está condicionada por limitaciones fisiológicas naturales. Es decir, de la capacidad de sentir atracción sexual por una persona del mismo sexo. El número de hombres y mujeres así es relativamente reducido.
El mensaje de los desfiles gay está pensado para los que se ven obligados a reprimir su homosexualidad por el miedo a la discriminación social. Esta gente se siente infeliz y el desfile sería una manera de permitirles ser ellos mismos.
Mucha gente no se da cuenta de los derechos ciudadanos que faltan a las personas que salen a manifestarse en un desfile homosexual. Uno de estos ellos está garantizado por el artículo 31 de la Constitución rusa que reconoce “el derecho de reunirse pacíficamente, sin armas, llevar a cabo reuniones, mítines y manifestaciones, desfiles y acciones de protesta” y se infringe brutalmente año tras año.
Los gais y las lesbianas están luchando por el derecho a legalizar sus relaciones. Aunque los conservadores no están dispuestos a aceptar, ni siquiera la idea, de igualar las relaciones entre hombres y mujeres y las uniones entre homosexuales. En este sentido, es interesante la opinión expresada por el periodista Daniel Finkelstein en la columna del periódico conservador “The Times”. Finkelstein considera que un matrimonio homosexual es una idea conservadora porque los gais y lesbianas no imponen a la sociedad nuevas formas de relaciones sino que intentan adoptar las tradicionales. De esta manera, la valoración de este fenómeno depende de la flexibilidad del conservadurismo y sólo un conservadurismo flexible es capaz de perdurar.
Por otro lado, gaisestá la cuestión de la adopción de niños. Este deseo es el que más discusiones provoca. Sin embargo, los adversarios de esta idea no aducen argumentos racionales a favor de su punto de vista. Afirman que en una familia homosexual los niños van a sufrir inevitablemente un trauma psicológico, pero no aportan datos de ningún tipo. Sin embargo, las investigaciones que se han llevado a cabo en Estados Unidos y Australia, han demostrado que en las familias homosexuales, los niños se desarrollan de la misma manera que en las heterosexuales. Además, no se convierten en gais y lesbianas, algo a lo que tanto miedo tiene la mayoría conservadora. Sólo es posible contrarrestar los resultados de unas investigaciones con otras, pero ¿con qué material llevarlas a cabo, por ejemplo, en Rusia?
“No entiendo qué es lo que les falta, que se queden en casa”, este argumento suena absurdo, pero es muy común y se escucha por todos lados. La protesta depende de la sensación de cada uno y no del hecho de que la mayoría la comparta o no. Los gais y las lesbianas tienen derecho a protestar y ese es un derecho que no se puede cuestionar.
“Ellos quieren imponernos su modo de vida como norma”, es otra típica expresión de la fobia. No está basada en hechos reales, ya que es muy difícil poner el ejemplo de un país en el que los heterosexuales fuesen discriminados sistemáticamente. El fundamento de esta fobia no se verbaliza, porque suena indecente: “Nos van a tratar igual que nosotros les tratamos a ellos”.
Muchos no se sienten avergonzados de su homofobia y un buen número de personas incluso están orgullosas. La homofobia forma parte de la atmósfera en la que vivimos, en la que nos educamos y educamos a nuestros hijos. Muchos años de silencio respecto a asuntos sexuales ha creado una situación en la que no sabemos cómo hablar de “eso”, sobre todo si hay que hablar de formas “no tradicionales” de “eso”. Así que el argumento “no quiero que lo vean mis hijos, por eso quiero que los homosexuales se queden en casa” no tiene nada que ver con preocuparse por la psicología infantil, sino que se trata de admitir la propia incapacidad lingüística y pedagógica para explicar el fenómeno.
Un individuo que se da cuenta de la afinidad entre la homofobia y racismo, empieza a exprimir gota a gota al homófobo que lleva dentro. La argumentación racional juega ahí un papel importante.
La sociedad rusa no está mentalmente preparada para los desfiles gay y la legalización de los matrimonios homosexuales. No lo está mentalmente , pero está lo suficientemente desarrollada como para aceptar al otro formalmente.
Porque, pensándolo bien, todos somos los otros y cada uno tiene la posibilidad de sentirse en la vida como un gay o una lesbiana. No estoy hablando de la orientación sexual, hablo de la falta de comprensión y de la sensación de abandono.
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