Retrato de Irina Cháshchina

La gimnasia artística es un deporte en el que Rusia tradicionalmente ha ocupado los primeros puestos. Sin embargo, es difícil imaginarse el tipo de trabajo que hay que desarrollar para conseguir estas victorias. Las chicas viven años enteros en el cerrado mundo de las salas de gimnasia esperando salir un día a la pista y conquistar su parte de fama. Después, a los 25 años abandonan el deporte profesional para volver a empezar a vivir.

Tras finalizar su carrera deportiva ha participado en diversos proyectos. Es como si diera la impresión de no haberse encontrado a sí misma todavía, de que desconoce lo que realmente le interesa.

Voy aclarándome poco a poco. Ahora sé que quiero hacer una carrera en la administración, aunque me falta experiencia. Por eso he entrado en la Academia de Administración de Rusia. El verano pasado fui nombrada viceprefecta del Distrito Administrativo del Norte de Moscú para organizar proyectos relacionados con el deporte y la educación física. Tengo la intención de prestar una atención especial al deporte infantil y de hacer algo por el bien de la sociedad.

Sin embargo, se negó a entrar en el partido Rusia Unida. ¿Por qué?

Sí, lo de Rusia Unida no cuajó. Me propusieron presentarme a las elecciones por la ciudad de Omsk, de donde soy originaria. Pero me negué diciendo que en Rusia Unida ya había muchos deportistas conocidos y estrellas del mundo del espectáculo. Yo creo que para estar en política, hay que estar preparado para ello. Puede que haya gente que se sienta atraída por ese mundo, pero yo, en general, soy una persona apolítica. Claro que podía haber sido simplemente una cuestión de imagen, ser miembro del partido sin hacer nada más. Pero me parece difícil que pudiera llegar a defender allí mi posición respecto a cualquier tema.

La carrera profesional de las gimnastas se acaba pronto. ¿Qué planes tiene para después?

Empezamos a vivir desde cero y eso muy duro. Una sufre una especie de trauma psicológico. En general, muchos deportistas se pierden al abandonar el mundo del deporte profesional. Es como si dejaran de existir. Algunos encuentran una nueva vocación en formar a nuevos campeones. Sin embargo, ser entrenador es infernal, además, no siempre tiene recompensas porque el alumno, al crecer, puede incluso abandonar el deporte y dedicarse a otras cosas. Sé mucho sobre deporte, lo conozco desde dentro. Por eso me resulta más fácil estimular a los niños para que consigan buenos resultados. Pero la vida de una gimnasta es corta. Muchas niñas obtienen el título de “maestras de deporte” y dejan de participar en las competiciones a los quince años. Además, muchas sufren traumas y no se quedan ni hasta los quince años. Es también por esto por lo que se está desarrollando en Rusia el deporte infantil en masa, mientras que el deporte profesional se está muriendo. Es una desgracia.

Una vida así o rompe a una persona, o bien la acaba curtiendo…


En general, el deporte disciplina mucho y ayuda a curtir el carácter, lo sé por propia experiencia. Por ejemplo, ahora tengo una vida bastante libre, pero el horario sigue siendo inflexible: a la una, una entrevista, a las tres, otra reunión. Todo está bien organizado y el deporte me ha ayudado mucho en este sentido. Obviamente, durante los dieciocho años que dediqué a la gimnasia artística mi carácter se hizo bastante fuerte. En este sentido, ayudan tanto las victorias como los fracasos. A veces una está preparada al cien por cien, pero al final no entra en el grupito de tres que sube al podio. Es una seria prueba moral. Una empieza a indagar, ¿cómo ha pasado? La gimnasia es un deporte subjetivo, muchas veces nos encontramos con arbitrajes que no son para nada objetivos, pero hay que aguantar y seguir adelante.

Mientras se dedicaba al deporte, ¿tenía tiempo para alguna otra cosa?

Voy a decir la verdad: no. Y me he dado cuenta de que se genera una especie de degradación intelectual. No hay tiempo ni para estudiar. Yo tuve la suerte de terminar la escuela secundaria antes de entrar en el centro de gimnasia de Irina Viner. Tenía entonces dieciocho años, así que al menos había conseguido alguna formación. Mientras que las niñas que están allí desde los ocho años, muy pocas veces pueden compaginar el deporte con otras cosas. Una entra en la sala a las ocho de la mañana y se va a las siete, entonces sólo tiene ganas de arrastrarse hasta la cama y dormir. Ni siquiera hay tiempo para leer. Aunque la gente que tenga interés puede permitirse de vez en cuando, en algún fin de semana, visitar alguna exposición, o sea, desarrollarse intelectualmente de alguna manera.

Pero para formarse de esta manera uno tiene que sentir una necesidad interior. ¿De dónde puede surgir?

En general, de ninguna parte. Mire, es un deporte donde se empieza pronto. A nosotras siempre se nos ha dicho: vais a terminar a los veinte años y tendréis toda la vida por delante, tanto la privada como la social. Por eso teníamos metas muy claras. Era muy consciente de que a los veintitrés años tendría mi última competición, el Mundial. Y que después nadie me necesitaría para nada. Estuve deprimida medio año, y suele ser un estado habitual, en estos casos. Salí de la depresión gracias a la propuesta para participar en el programa televisivo “Bailando sobre hielo”. A partir de este momento empecé a tener una vida pública.

Foto de Kommersant

Irina, da la impresión de ser una persona muy íntegra. ¿Ha habido en su vida algún acontecimiento que haya jugado un papel decisivo en este sentido?

El momento crucial fue cuando abandoné el deporte. Tenía ganas de irme a Omsk. Pero luego pensé, ¿qué pinto yo en Omsk? Es mejor empezar la carrera desde cero aquí(en Moscú) porque hay más posibilidades. Es más severo, aquí sobrevive el más fuerte, como en la jungla. Otro momento fue el período de descalificación, cuando a Alina Kabáeva y a mí nos alejaron dos años del deporte. Fueron tiempos muy difíciles porque no tenía nada aparte del deporte. Surgió la posibilidad de elegir: o bien lo dejo todo, o de alguna manera me supero a mí misma y descubro lo que voy a hacer después. Creo que cada uno paga su fama a su manera. Kabáeva y yo tuvimos suficiente cabeza como para aguantar. Volvimos y pudimos participar en las Olimpiadas.

¿Cómo le ha tratado Irina Viner? ¿Tenía sus favoritas?

Bueno, ella siempre decía que todas éramos iguales, pero en realidad tenía dos números uno, Kabáeva y Chashchina. Pero me daba cuenta que era la número dos. Siempre trabajé con mi entrenador personal bajo la dirección general de Viner, mientras que a Alina, la propia Irina Alexándrovna la entrenaba personalmente. Como es natural, la quería más que a mí. Incluso ahora mantienen un vínculo muy estrecho, mientras que mi actitud hacia Viner está basada en el respeto.

¿Es la gimnasia una fuente de ingresos?¿Proporciona suficiente dinero?

No. En este deporte hay muy poco dinero. Nunca me gustó esta desigualdad: algunos deportistas ganan millones y otros, nada de nada. El importe más grande de mi vida lo recibí cuando gané la medalla de plata en los Juegos Olímpicos, fueron 25.000 dólares.

¿Y por parte del Estado?

Bueno, había premios de unos 50.000 rublos (unos 1.200 euros). Es que no soy moscovita y tampoco campeona olímpica. Ahora en nuestro deporte existe el llamado sueldo presidencial, y los honorarios han crecido bastante. Las chicas suelen cobrar ahora alrededor de 200.000 rublos (casi 5.000 euros) al mes, lo cual no está nada mal.

¿Quién gana esa cantidad, las ganadoras de los campeonatos?

Las que tengan el título de “maestro emérito de deporte” o participen en campeonatos del mundo y de Europa.

Casarse y convertirse en un ama de casa, ¿es una opción de vida para usted? Los medios de comunicación ya intentaron casarla en más de una ocasión...

Nueve veces y los conozco a todos. Pero no soy de esas mujeres capaces de casarse y quedarse en casa mantenidas por el marido sin hacer nada. Aunque quiero que quede claro que en absoluto censuro a la gente que haya elegido ese camino. Pero yo desde siempre me he ganado la vida por mi cuenta. Además, estoy ayudando a mi madre y a mi abuela, que están en Omsk. Tengo que moverme constantemente, tengo mucha energía que necesito emplear en algo. ¡Tengo 26 años y quiero trabajar!

¿Se puede imaginar como dueña de una gran casa, con un montón de niños?

Bueno, un montón no, al menos dos. Me veo más como una mujer de negocios. Me gusta el estilo sobrio: los pantalones negros, los vestidos austeros. Trabajar cinco días y descansar el fin de semana. Claro que esto no son más que planes. Bueno, la verdad es que hay que irse fuera de la ciudad los sábados y los domingos para descansar de todo este ajetreo. Es duro vivir todo el rato en Moscú. Me cansa.

¿Qué es lo que lee?

Puede que no todo el mundo me entienda. Me gusta la literatura esotérica, las obras filosóficas para el desarrollo espiritual. También leo sobre el amor. He leído también autores que todo el mundo lee: Richard Bach, Ángel de Coitier, Paulo Coelho, incluso puedo afirmar que de ahí saqué algo importante para mí. A veces voy al cine o al teatro.

¿Va mucho al teatro?


La verdad es que soy una cinéfila: me gustan las películas, siempre intento ver los estrenos. Cuando tengo oportunidad, voy al Bolshoi. El ballet es un arte que me es muy cercano. Me gusta ver como la gente expresa las emociones. Me gusta comparar las interpretaciones, las obras y analizarlas.

Por lo visto, usted es una persona bastante equilibrada. Pero aún así, ¿cuál fue la mayor locura que ha cometido en su vida?


No ha habido nada de eso. No soy una persona de extremos. Eso de ir a romper una pared con la cabeza no es para mí. ¿Mi mayor locura? No sé. Bueno, en el deporte ha habido algún que otro momento. Cuando una se enfurece, a veces tira la maza de tal manera que ésta se rompe en pedazos, y así se alivia toda la tensión. Luego una piensa, “Dios mío, ¿qué he hecho?, si la maza es mi elemento favorito…” Pero en general no ha habido nada loco: en la vida cotidiana primero pienso y luego actúo.

Es decir, ¿tiene una especie de centro interior, a modo de varilla metálica, que le ayuda a elegir el camino correcto?

Ahora parece que esa varilla se ha enderezado, porque después de abandonar el deporte estaba completamente rota. Escayolada, en una cama del hospital después de la operación de turno, una piensa: “He dedicado tantas fuerzas a este deporte, ¿y qué es lo que he obtenido a cambio?” Me doy cuenta de que el deporte me lo ha dado todo. Por eso no me arrepiento de nada. De niña pude haber elegido entre la música y la gimnasia. Elegí la gimnasia. Creo realmente que era mi camino. Ahora también tengo que tomar decisiones correctas y no tirarme de cabeza. Por ejemplo, me interesó el periodismo como profesión. Entré en la facultad de periodismo y pasados dos meses me di cuenta de que no era lo mío, no me atraía. Me fui. Había sido una decisión emocional.

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