Tintes vegetales para teñir ropa tejida en telares antiguos, armas forjadas por herreros, una vajilla modelada en un torno de alfarero y cocina “histórica” hecha sin patatas ni tomates. Así es la vida cotidiana entre los siglos IX y XI que ha sido minuciosamente reconstruida por historiadores aficionados. ¿Qué es lo que motiva a esta gente a reunirse varias veces al año en los bosques para organizar combates con estilizadas espadas y a preparar con esmero sus armaduras?
"¡Eh, periodista! ¿Dónde está la fuente para las gafas?” grita al corresponsal un “vikingo” que, o bien se ha pasado “personificando” a un variago ebrio, o bien de verdad ha perdido los estribos por el calor, la cerveza y la hidromiel. “No tienes fuente, así que me debes una cerveza".
"La fuente" es una monografía histórica en la que se puede comprobar cualquier detalle de la vestimenta o de las costumbres. En el festival llamado Rusborg la gente es muy estricta con estas cosas y la veracidad de las fuentes es estudiada por una “comisión de pasaporte” especial. De modo que obtener un visado para el siglo IX es más complicado que conseguirlo para algunos países civilizados.
El campamento está organizado según las normas de una ciudad medieval: las calles formadas por tiendas de campaña conducen a una plaza central. El alfarero fabrica vajillas de cerámica, el vidriero hace abalorios en el fuego. Junto a él se venden objetos de cuero y joyas, cuchillos y armaduras, todo hecho según las técnicas antiguas.
En total, los reconstructores destacan siete períodos históricos. Aparte de los siglos IX-XI, hay personas interesadas en la antigüedad clásica; griegos y romanos, caballeros, “lo tardío” según la jerga de por aquí es la baja Edad Media, la Segunda Guerra Mundial y las Guerras Napoleónicas. Esta subcultura cuenta en Rusia con varias decenas de miles de seguidores.
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