Foto de María Fadéeva
Nueva Rusia es una de las orquestas con mayor reputación en el país. Según Cadena, lo más importante en esta designación es la relación con el director de esta orquesta, el violista Yuri Bashmet, “maestro de envergadura mundial”. Sin subestimar esta última confluencia, la vida de Freddy Cadena en Moscú estaba repleta de semejantes encuentros verdaderamente providenciales con personas que no sólo marcaron su visión de la cultura musical, sino que llegaron a cambiarle todo el rumbo de su vida.
Es obvia la curiosidad por saber de dónde salió este señor (risas). Mi objetivo era venir a estudiar y empaparme de la cultura rusa en general y la musical en particular. Vine acá al cumplir los 21 años. Antes de esto estudié en el Conservatorio de Quito. Mientras viví en Ecuador intenté cursar la carrera de ingeniería, incluso estudié en la Politécnica de Quito un par de años, pero vi que esto no era lo mío, la música era lo que me apasionaba. Bueno, desde niño alimenté la ilusión de ser director de orquesta. Y recuerdo que esa ilusión se agrandó cuando presencié el concierto al aire libre de un coro. Estaba en tercero o cuarto grado de la escuela. Entonces me sentí muy impresionado con la música y, en especial, con el director. También tuve la suerte de recibir clases de piano con una maestra rusa. En aquellos tiempos existía la oportunidad de solicitar becas y por fin, cuando surgió la oportunidad me postulé a una y vine a estudiar a Rusia. Desde el principio mi objetivo era Moscú, porque en todo el mundo se sabe, y yo siempre lo recalco, que Moscú, Rusia siempre fue como una meca de la música, del ballet, de las artes, de la ciencia: los rusos en el Cosmos, los avances tecnológicos, bueno por lo menos eso era lo que se sabía.
Llegué a mediados de los ochenta, poco antes de que falleciera Konstantín Chernenko. Alcancé a ver el estancamiento y los principios de la perestroika con Mijaíl Gorbachov. Éramos muchos los estudiantes extranjeros ya que existían acuerdos intergubernamentales entre la ex Unión Soviética y América Latina, Europa, África, Corea del Norte, etcétera. Para mí el impacto cultural fue muy fuerte. La forma de vida, el clima, la gente un poco áspera, rústica - se sentía cierta tensión y opresión. Obviamente, no teníamos que ser muy clarividentes para sentir eso. Al principio yo no lo esperaba, pensaba que iba a un país como Estados Unidos o Canadá, o Alemania. Es decir, iba a un país del que no sabía cómo era de verdad, sólo sabía que era una potencia militar, una potencia en el Cosmos, había escuchado mucho de sus campeones olímpicos, de las estrellas del ballet. Así que fue muy curioso llegar a asimilar que en un país superdesarrollado, con sus teatros, el Bolshoi, la ópera, los museos, etc, y al mismo tiempo, uno iba a un almacén y no podía comprar normalmente las cosas más corrientes. Ver las colas ¡pero tremendas! para comprar bananas por ejemplo, ¡se mataban por las bananas en esa época! Hasta ahora me cuesta entender esto. Después iba entendiendo cómo era el sistema, y también la situación empezó paulatinamente a cambiar. Pero aún así los cambios no llegaron en seguida, sólo en los noventas sentimos de forma precipitada las tranformaciones. Yo alcanzé a observar cómo era la vida en ese período de estancamiento, y después la perestroika y todo el relajo que hubo. Bueno, nosotros en todo caso estudiábamos, no nos metíamos en la política.
Antes de ingresar al Conservatorio yo estudié en el Colegio Musical asociado al Conservatorio. Para el examen de ingreso en el Colegio, en la especialización de dirección coral, tuve que dirigir dos piezas: una sobre el Mausoleo de Lenin y la otra sobre una cosa semejante. Además de dirigir los clásicos como Brahms, Mozart, Handel o Bach siempre te ponían una obra soviética medio rara y tenías que estudiarla. En mi primer semestre en el Conservatorio, en 1988-1989, mi generación fue la última que dio examen de historia del KPSS, del partido comunista ruso. ¡No tuve examen de mi especialidad, de dirección! Pero después cambió todo eso, se abrió la política un poco y empezó a pasar todo lo que pasó – las corrientes de liberación, libertad de expresión, una cosa tremenda. Independientemente de esto, lo que siempre me animó para venir a Moscú era su historia, el hecho de que Moscú siempre fue una metrópoli, una capital de alto nivel de cultura, y que todo esto pudo sobrevivir pese a la presión ideológica. Para nosotros, claro está, la vida era bien dura, opresiva, pero teníamos este oasis que era la cultura, la música, el arte, así que de alguna manera nos sentíamos interiormente más libres.
Fuimos casi los últimos que alcanzamos a estudiar con grandes maestros quienes después, cuando pasó lo que pasó, lamentablemente se fueron al extranjero a buscar mejor vida, en los años 90. Por ejemplo mi profesora de piano del Colegio Musical, la maestra Bráguina. Yo estudiaba piano sin saber que ella había sido alumna de Vladímir Sofronitsky, gran pianista y pedagogo, de lo que me enteré sólo después: cuando vino a Moscú el pianista Vladímir Horowitz y todo el mundo se volvió loco por su genio, mi maestra me dijo de repente “¡Bueno, sí, pero mi profesor era mejor!” Cuando le pregunté quién era, resultó ser Sofronitsky. Vladímir Sofronitsky tenía un gran sentido no sólo de la música, sino también del lenguaje y un increíble sentido del humor, por cierto inventaba palíndromos fabulosos. Otro gran maestro mío fue Vitali Katáev, en dirección de ópera, este a su vez fue alumno del director Kirill Kondrashin. Todo esto no tiene precio, estoy muy agradecido por todo lo que recibí, por todos los maestros magníficos que tuve. Otro maestro mío, compositor, quien por desgracia se marchó a Canadá y ahí murió, fue Nikolai Korndorf. Todo lo que me enseñaron quedó ya para siempre.
Terminé el Conservatorio en 1994, cuando Rusia se volvió un país distinto. No tenía pensado quedarme en Rusia pero me invitaron a dirigir. Después tuve la oportunidad de crear una pequeña orquesta de cámara llamada Amadeus, en el año 1995, ahí trabajé durante unos 10 años, y luego me invitaron a dar clases en el Estudio de Ópera del Conservatorio, lo que hice durante unos seis años. Mis ex estudiantes llegaron a ser estrellas de ópera, solistas que cantan en el Stanislavsky, el Bolshoi, el Guelicón Ópera, en la Scala de Milán...
A.GINASTERA (1916-1983), Variaciones de concierto para orquesta de cámara (1953), Var. XII
orquesta de cámara Amadeus, director F. Cadena
Grabado en vivo en el festival Moskovskaya osen, 2000
Fue el año pasado, en el festival de música contemporánea del otoño moscovita, me encargaron hacer un programa de obras sinfónicas, como director invitado. Elegí a Edisón Denísov y a Nikolai Korondorf entre otros. Ahora estoy trabajando en el festival Shchelkúnchik (Cascanueces) en el que participan niños músicos de todas las regiones de Rusia y de las repúblicas ex soviéticas. Nuestra orquesta cada año forma parte de este proyecto, ensayamos con los niños, grabamos un CD. Siempre me quedé muy impresionado de que niños tan pequeños pudieran interpretar composiciones tan complicadas. Es exactamente por lo que tiene su fama Rusia en el nivel cultural internacional: su escuela musical, su sistema de preparación de los músicos. No hay nada igual en todo el mundo. Es el patrimonio cultural nacional que hay que preservar. Los rusos tienen la costumbre de regañarse a sí mismos, le hacen muchos reproches al gobierno o al clima social, pero al mismo tiempo hay muchas cosas aparte de esto por las que tienen que estar verdaderamente orgullosos y hablar de la forma más abierta posible.
He hecho mucha música nueva, y muy contemporánea, de compositores latinoamericanos, uno de ellos es Jorge Campos, mi compatriota que también estudió aqui, una música muy vanguardista. De los clásicos he hecho Villa Lobos, aunque no tuve muchas oportunidades de interpretar música latina porque en Rusia normalmente es un poco complicado obtener las notas. Hay muchísima música que me gustaría hacer aquí, Moncayo, Chavez, Revueltas. El brasileño Villa Lobos tiene muchísimas sinfonías que no se han tocado. La música latinoamerica tanto clásica como contemporánea es un terreno que está por descubrirse. Son maravillosos compositores que tienen un modo de pensamiento totalmente distinto del europeo, del ruso, del norteamericano. Incluso nosotros mismos tenemos que descubrir nuestra música. Por ejemplo hay un gran compositor ecuatoriano, clásico, se llama Luis Humberto Salgado. En 2003 toqué aquí una sinfonía suya en un festival de cultura iberoamericana. En este ámbito yo interpreté por primera vez una sinfonía del compositor ecuatoriano en Rusia. Fue algo histórico, el concierto se grabó y se editó en Ecuador. Está en la biblioteca de archivos del Ecuador como una prueba de que un compositor importante de nuestro país puede ingresar en un ambiente distinto. La música latinoamericana es una confluencia de casi todas las culturas del mundo. España, cuando fue a descubrir America, ya era una simbiosis, una mezcla impresionante, ya tenía rastros de las culturas árabe, judía, germana, celta, griega, bereber, etc. Como se dice aqui en Rusia, una ensalada olivier, es decir ensalada rusa. Esto es una cosa que no existe en ninguna otra parte del mundo, esta riqueza. Tenemos a compositores como Salgado, como Campos, como Maiguashca, un compositor de origen indígena que emigró a Alemania donde trabajó junto con Karlheinz Stockhausen, el padre fundador de todo el concepto de la música moderna. Eran casi compañeros, y los dos iban buscando los nuevos horizontes sonoros, nuevos mundos musicales. A Maiguashca apenas lo están reconociendo en Ecuador.
Pero he interpretado compositores no sólo de América sino también de Japón, de Norteamérica, de Francia, ¡rusos todos, de todas las repúblicas! Merab Gagnidze, por ejemplo, compositor georgiano que tiene más de 50 sinfonías.
Estamos prácticamente en fin de la temporada. En verano tenemos planeado un viaje a España, gira por Madrid y Santander. En la próxima temporada tendré un concierto con la orquesta Nueva Rusia en la Sala Grande del Conservatorio que de momento está en obras. Aunque espero que esté renovada para entonces. Habrá también un concierto en el festival del otoño moscovita, en su apertura en noviembre. Una cosa con la que yo sueño, algo que ansío hacer con todo mi corazón mientras esté aqui, con esta orquesta, y te lo cuento en secreto, es la Bachiana número 5 de Villa Lobos con una orquesta de violonchelos y una cantante. Quisiera invitar a alguna soprano brasileña o portuguesa. En la medida de mis posibilidades y la política de repertorio de la orquesta, quisiera presentar varias obras contemporáneas latinoamericanas. José Pablo Moncayo por ejemplo, tiene una delicia llamada Huapango. Yo soy ahora medio ruso, medio ecuatoriano, soy como un puente y tengo que aprovechar eso para dar a conocer un poco nuestra cultura.
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