Los fotógrafos oficiales soviéticos tenían que elegir con mucho cuidado la porción de realidad que iban a fotografiar: todas las escenas debían encajar en un espectro que iba desde “su país está orgulloso de ellos” a “nos estorban”.
La exposición ofrece lo que entra entre esos dos extremos, todo lo que acabó resultando de algún modo diferente sin proponérselo. Es precisamente esta diferencia, que no tiene nada de inconformismo, lo que da tanto valor a estas imágenes. Nos muestran lo sutil que era línea divisoria entre el estilo soviético y el antisoviético, una división que si hoy en día resulta tenue, tampoco antes estaba muy definida. Ni siquiera para los censores de la agencia TASS, educados para detectar todo tipo de sabotaje encubierto que, admitámoslo, puede apreciarse en casi todas las fotografías.
Ígor Zotin, 1990. “La lección” fue rechazada porque supuestamente desacreditaba la política rural del Partido Comunista. La imagen muestra a unos niños en un colegio. Están vestidos con sus mejores ropas pero son muy pocos en clase. Lo cual resultaba vergonzoso y sugería la extinción de la población rural. El aula podía inducir a pensar que el presupuesto en educación secundaria de la URSS era muy bajo.
Valeri Jristoforov, 1979. “El cordón” es un acto de sabotaje ideológico. Resulta inadmisible mostrar que las multitudes enfervorizadas en un acto de celebración estén acordonadas por soldados: el pueblo soviético que desfila por la principal plaza del país no necesita la protección de nadie, como nadie necesita que lo protejan del pueblo que desfila en columnas. El ejército soviético es parte del pueblo. Nadie debe ver la retaguardia del ejército.
Ígor Zotin, 1988. Un gesto paternal es una frivolidad inadmisible. La Principal Administración Política del Ejército Soviético (GlavPUR) era el cuerpo censor más implacable. Por ejemplo, exigía que en todas las películas de guerra los soldados aparecieran con las guerreras bien abrochadas. En esta fotografía se aprecia una docena de desacatos menores. El oficial tiene las orejeras de su sombrero ruso subidas mientras que los soldados las llevan bajadas; en lugar de reprender severamente al soldado por llevar el gorro ladeado, es el propio comandante el que se lo ajusta. De ahí al quebrantamiento de la disciplina militar no hay más que un paso.
Borís Kavashkin, 1972. Enrollar una pancarta es profanar su lema, las palabras que tiene escritas: “El pueblo y el partido están unidos”. No es como para que esté metida en un tubo. Al finalizar la manifestación popular, todos los participantes, fueran veteranos o jóvenes pioneros, tenían que devolver la parafernalia festiva – banderas, pancartas – a la persona que estaba a cargo de su custodia.
Valeri Jristoforov, 1987. Fotografiar un internado de niños discapacitados es denigrar la realidad socialista. El aspecto de los alumnos de los internados tenía que reforzar la idea de que todos los niños del territorio soviético tenían una infancia feliz garantizada: el aspecto debía ser alegre, propio de niños bien alimentados, limpios y arreglados. La existencia de internados para niños discapacitados, incluso la de los propios niños, era inadmisible. El la URSS no tenía que haber niños discapacitados o con enfermedades incurables. Los rostros sonrientes de los niños no logran borrar el mensaje sombrío de la fotografía.
Borís Kavashkin, 1979. La fotografía tomada en el interior de un tren de cercanías es propaganda del modo de vida occidental. Una jovencita fumando un cigarrillo y vestida con ropa claramente occidental, pantalones rojos y jersey a rayas, y un joven con pantalones vaqueros no pueden ser figuras representativas de la juventud soviética. Huelga decir que ocupar el estante del equipaje y fumar dentro del vagón son violaciones graves de las normas en los trenes de cercanías.
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