Foto de Reuters/Vostock Photo
Merecería la pena dedicar un artículo entero a recordar cómo ambas partes llegaron a preparar este documento; cuánta voluntad política y cuánto arte diplomático tuvieron que desplegar tanto los jefes de estado como sus expertos militares para acordar las condiciones y el procedimiento para el cumplimiento del tratado START III. Posteriormente, había que conseguir que fuera ratificado por el Senado y el Parlamento rusos. Señalemos el aspecto más importante: EE UU reconoció la igualdad de Rusia en el aspecto de la seguridad, de modo que las partes intercambiaron datos sobre la composición, la estructura y la localización de sus fuerzas nucleares estratégicas y empezaron a llevar a cabo inspecciones mutuas para fomentar la confianza y la estabilidad de las relaciones. El tratado START III posibilitó que los dos países empezaran a colaborar en la resolución de problemas tan acuciantes como la seguridad, la creación de un sistema de defensa antimisiles (en particular, el escudo antimisiles en Europa) y pasaran a negociar el problema de la reducción de las armas nucleares estratégicas, además de volver a revisar desde un nuevo punto de vista el Tratado de las Fuerzas Armadas Convencionales en Europa (FACE).
Por cierto, Madeleine Albright, ex Secretaria de Estado de EE UU e Ígor Ivanov, su homólogo ruso, hablaron de todo ello en un artículo dedicado al aniversario del Tratado de Praga publicado en “The New York Times”. Propusieron una serie de medidas para el control y la reducción de las armas nucleares, así como para la ampliación del proceso a otros países del club nuclear. También reivindicaban el fortalecimiento de las medidas de confianza y transparencia, no sólo entre las dos potencias nucleares más importantes del mundo, sino también entre Moscú y Bruselas, sede de la Alianza Atlántica. Se publicó asimismo un artículo en “International Herald Tribune” firmado por los mismos autores a los que se unieron Alexánder Dynkin, director del Instituto de Economía Mundial y Relaciones Internacionales de la Academia de las Ciencias de Rusia, y Strobe Talbott, director de Brookings Institution (Washington) y ex subsecretario de Estado de EE UU.
Los veteranos de la política mundial proponen el siguiente plan de acción. En primer lugar, EE UU y Rusia tienen que iniciar negociaciones para seguir reduciendo sus armas hasta las mil ojivas operativas de combate, así como para la correspondiente reducción de lanzaderas. Mientras tanto, las partes podrían cumplir los objetivos del START III sobre la reducción del arsenal antes de lo previsto por el tratado, es decir, hacia los años 2014-2015, en vez de en el año 2018.
En segundo lugar, tanto Moscú como Washington deben mejorar su comprensión mutua en temas de defensa antimisiles. Estados Unidos, la OTAN y Rusia deberían intentar colaborar en este ámbito. Por ejemplo, en la etapa inicial se podría crear un centro conjunto Rusia-OTAN para coordinar y analizar la información procedente de los radares de aviso temprano y los medios espaciales de observación.
“Otro paso importante consiste en reanudar y ampliar las pruebas y los ejercicios conjuntos de Rusia y la OTAN en el ámbito de la defensa antimisiles”, escriben los expertos norteamericanos y rusos. Según los autores del artículo todas estas medidas fomentarían la transparencia y la confianza recíprocas. Dentro del plan de acción a largo plazo habría que pensar en un acercamiento más profundo de los sistemas de defensa antimisiles de ambas partes. Por ejemplo, mediante la creación de un protocolo unificado que sirva de base para tomar decisiones sobre el lanzamiento de los misiles interceptores.
En tercer lugar, habría que empezar a hablar de armas nucleares no estratégicas en las negociaciones entre Washington y Moscú. Previamente sería necesario que los altos cargos rusos y estadounidenses se pusieran de acuerdo en la definición de armas “no estratégicas” e intercambiaran información respecto al número, el tipo y la localización de los armamentos y sus formas de almacenamiento.
“En la reducción de las armas nucleares pueden influir algunas cuestiones colaterales. Por ejemplo, un progreso en el ámbito de la reducción de armas convencionales en Europa seguramente favorecería las negociaciones respecto a las armas nucleares no estratégicas", escriben los autores.
Por último, el control de las armas nucleares no puede seguir dependiendo exclusivamente Rusia y Estados Unidos. Ésta es la opinión de Albright, Ivanov, Talbott y Dynkin que recomiendan a Moscú y Washington consultar con los altos cargos del Reino Unido, Francia y China para convertir la reducción de armas nucleares en un proceso multilateral. Sobre todo porque en junio de este año está prevista una reunión de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU para discutir los problemas nucleares. “Habría que involucrar a otras potencias nucleares en el futuro”, afirman los veteranos de la política. Es difícil no estar de acuerdo con su opinión.
Aunque también podríamos plantear estos problemas desde una perspectiva más amplia. Es decir, es imposible conseguir una reanudación completa de las relaciones entre Moscú y Washington si sólo centramos en los sistemas de seguridad. No hay nada que fortalezca más las relaciones de buena vecindad y la colaboración estratégica que una cooperación económica interdependiente y ventajosa para ambos. Un ejemplo es la que existe entre Estados Unidos y China, cuyo intercambio comercial alcanzó el año pasado los 60.000 millones de dólares, mientras que el comercio con Rusia apenas alcanza los 20.000 millones. Mientras los obstáculos para la admisión de Rusia en la OMC se sigan exagerando, y mientras el Congreso estadounidense no anule las limitaciones para el comercio con artículos de alta tecnología rusa introducidas por la enmienda Jackson-Vanik, no podemos esperar un acercamiento más profundo ni un avance en la cooperación entre los dos países.
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