La nueva mezquita de Ajmat Kadirov: símbolo de la reconstrucción y del fortalecimiento de la confianza del país. Foto de Ilya Varlámov
“Ramzán, gracias por Grozni”, se lee en letras de neón en la plaza central de Grozni, en cuyo centro resplandece la espléndida mezquita de Ajmat Kadirov, así bautizada en memoria del padre de Ramzán, asesinado por los islamistas en 2004. Tiene cabida para 10.000 fieles y es la más grande de Rusia y quizá también símbolo de la resucitada Chechenia. “Quiero que mi país sea el más hermoso; y mi pueblo, el más valiente y fuerte”, predica Ramzán Kadirov ante los periodistas.
Junto a la mezquita se alzan varios rascacielos de treinta pisos. ¿Los necesita realmente una ciudad de 250.000 habitantes? “Se trata de inversiones privadas”, minimiza el responsable de prensa de Kadirov. ¿Cómo han labrado los chechenos semejante fama en todo el mundo? ¿Por qué no los vecinos de Daguestán o Ingushetia? ¿Qué tendrá esta pequeña mancha de tierra situada a 1.500 kilómetros al sur de Moscú que cuando alguien oye Rusia piensa también en ella?
La Chechenia rebelde
En los años 90, la república rebelde era símbolo de la desintegración de un estado compuesto por muchos pueblos y el trauma de muchos rusos que perdieron a sus hijos y hermanos en una guerra incomprensible y mal dirigida. Después se convirtió en un lugar sin ley del que los terroristas islamistas se dispersaron hacia otras repúblicas. Incluso después de la segunda guerra chechena, en la que Moscú reconquistó la república en el año 2000, aún quedaban muchos problemas por resolver. Las violaciones de los derechos humanos perpetradas y permitidas tanto por el ejército como por los servicios secretos en su lucha contra los separatistas han sido causa para la constante crítica al gobierno ruso. En el Tribunal de Justicia Europeo siguen abiertos docenas de procesos legales que el país pierde uno tras otro. Tras más de una década de guerra y luchas de poder, Chechenia quedó en ruinas y con la economía por los suelos. En estos momentos, en primavera de 2011, Chechenia es una república cuya reconstrucción se financia en tales cantidades desde Moscú que los habitantes de otras ciudades rusas miran con envidia al Cáucaso Norte.
El presidente Ramzán Kadirov, habla mucho de estabilidad, paz y de un modo de vida sano. Aunque no olvida en poner el acento en la irrevocable pertenencia de Chechenia a Rusia. El respaldo político y financiero de Moscú es innegable: más del 90% del presupuesto checheno (en 2010, aproximadamente 1.400 millones de euros) proviene del Kremlin. Kadirov ha alcanzado la estabilidad. La situación se ha distendido en los últimos años y son escasos los ataques por parte de los islamistas, que se mantienen ocultos en las montañas. Sin embargo, tanto las calles de Grozni como algunos puntos estratégicamente importantes siguen estando patrullados por policías fuertemente armados: el pasado octubre un grupo de islamistas atacó el Parlamento a plena luz del día. Los activistas defensores de los derechos humanos critican que, en la lucha contra el terrorismo, se producen secuestros y represalias contra los clanes por la comisión de delitos por algunos de sus miembros.
Kadirov tiene su posición bien asegurada
La posición política de Kadirov está asegurada: hace pocas semanas el parlamento confirmó su segundo mandato, lo cual no ha resultado extraño, ya que el partido del gobierno, Rusia Unida, ha obtenido en las últimas elecciones el 88,4% de los votos. Además, la eliminación del adversario potencialmente más peligroso para su poder supuso un alivio en esta región marcada por la estructura de clanes. El país está empapelado con retratos de Kadirov. ¿No ha llegado el culto a la personalidad demasiado lejos? “Si la gente cuelga mis fotos, es obvio que me quieren”, explica lapidariamente el venerado. Es difícil encontrar hoy en Chechenia enemigos de Kadirov. “En los primeros años del nuevo siglo todavía había diferentes centros de poder: clanes enemigos entre sí, islamistas, el líder separatista Aslán Masjádov”, explica Timur Alíev, entonces redactor jefe de un diario independiente y ahora consejero del presidente. Alíev justifica su cambio “Ya no tenía ningún sentido trabajar como periodista comprendí que uno puede cambiar más cosas por sí mismo”. La carrera de Alíev es sintomática de la Chechenia actual.
Ramzan Kadyrov. Foto de Ria Novosti
En la República no hay cabida para la tolerancia. Hace algunas semanas, la organización “Human Rights Watch” publicó un informe en el que lamentaba una campaña en contra de las chechenas que no llevan pel velo islámico cuando están en público. El pasado verano varias musulmanas que no lo llevaban fueron agredidas con pelotas de pintura en el centro de Grozni. Son pocas las que se atreven a salir a la calle con la cabeza descubierta. “Yo estoy en contra de la violencia, pero como musulmán apelo a su deber de cubrir todas las partes del cuerpo que, según el Corán, representan una tentación”, dice Vacha Chaschchanov, imán y director del Centro para la Educación Moral y Espiritual. El equilibrio entre los derechos constitucionales y el código de indumentaria islámico es dudoso. El gran problema es el alto índice de desempleo, que en 2010 ascendía al 35%. Apenas hay industria y muchos chechenos dependen de la construcción. El presidente Kadirov confía en que haya más inversores ahora que hay tranquilidad. De todos modos, en 2013 el consorcio estatal Rosneft tiene previsto inaugurar una refinería de petróleo.
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