Cómo aprendimos a temer a la radiación

Foto de Getty Images/Fotobank

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Tras Chernóbil Rusia invirtió miles de millones en seguridad nuclear. Hoy en día el país exporta centrales nucleares. A pesar de Fukushima Rusia sigue apostando por esta forma de energía.

El primero de mayo se celebraba en la Unión Soviética con fastuosos desfiles acompañados de orgullosos mensajes sobre los éxitos económicos. En 1986 la operadora de una central nuclear quería seguir esta tradición y pretendía probar un nuevo regulador de tensión en la central nuclear de Chernóbil. Esta prueba acabaría convirtiéndose en un desastre nuclear que la cúpula del estado encubrió durante días. Posteriormente se enviaron cientos de miles de operarios de limpieza a la zona restringida afectada por la radiación. Estos trabajadores descontaminaron la región y construyeron un sarcófago de cemento armado alrededor del averiado bloque del reactor 4 durante meses. Los periodistas se dedicaron a filmar el desastre y divulgaron imágenes impactantes sobre las víctimas. El ánimo de la población se desmoronó. Antaño estaban orgullosos de la investigación nuclear –alentada por la consigna oficial: “Energía nuclear pacífica en cada hogar”–, sin embargo los soviéticos deben de enfrentarse ahora a las consecuencias. El otrora reconocido sector comienza a tambalearse. “Eran pocos los que querían aventurarse. Por eso, en la actualidad, la industria nuclear rusa sufre un terrible déficit de personal cualificado”, dice Vladímir Slivjak, fundador de la organización rusa para la protección del medio ambiente “Ecodefense”.

Aunque el país aprende una lección de lo ocurrido en Chernóbil. Las normas de seguridad se endurecen drásticamente, todos los reactores se modernizan y la Autoridad Internacional de la Energía Atómica los examina nuevamente. “Para excluir el factor humano como fuente de errores hemos introducido sistemas inteligentes de seguridad pasiva”, dice Igor Konischev, de la corporación nuclear Rosátom.

Es tal la confianza que se respira en Rosátom que siguen desarrollando el programa nuclear, y se dedican a exportar desde Europa hasta China, pasando por Turquía: “Hoy en día la Federación Rusa posee una participación en el mercado mundial de las centrales nucleares del 20%”.

El lucrativo negocio de la energía nuclear


El país nada a contracorriente respecto a la política internacional, si bien es posible encontrar una lógica propia: “El petróleo y el gas natural son cada vez más caros y llegarán a agotarse. Rusia no quiere perder su posición de mercado como importante proveedor de energía”, explica Slivjak, “sino que quiere convertirse en líder de mercado en el sector energético”.

Sin duda alguna el negocio de la energía nuclear es muy lucrativo: un reactor cuesta alrededor de 3.500 millones de euros, a lo que se suman los beneficios en concepto de mantenimiento y modernización. Sólo en Rusia, el Rosátom producirá 32 nuevos reactores hasta 2020, además de los 33 ya existentes.

Hay que señalar que la agencia de energía nuclear apuesta por modernos reactores de neutrones rápidos: “Se supone que esta tecnología es más eficiente y menos contaminante que la de los reactores convencionales, ya que el combustible radiactivo utilizado se reincorpora al ciclo y los residuos nucleares se minimizan”, anuncia el presidente Dmitri Medvédev. “No deberíamos modernizar los reactores antiguos, deberíamos construir reactores modernos”, añade.

¿Más segura que la de Fukushima?


En cambio los principales expertos cuestionan que estos cambios vayan a hacer más segura la energía nuclear. En opinión de Juri Vischnevski, ex director del Organismo Ruso de Inspección Nuclear, es cierto que en las centrales nucleares rusas son difícilmente imaginables escenarios como los de Chernóbil y Fukushima. Aunque admite que “las centrales nucleares son tecnológicamente complejas y peligrosas, siempre puede pasar algo”.

A Vishnévski le preocupan los controles de seguridad: “Ya no existe una asociación que aplique los procedimientos de inspección nuclear de forma coherente”, comenta. Esa autoridad pasó a formar parte del Rosátom en 2005.

Slivjak, desde hace tiempo el dolor de muelas de la industria nuclear rusa, apunta: “El Rosátom hace lo que quiere. Aparte de las organizaciones de protección del medio ambiente, no hay nadie que los controle”. Los frentes entre partidos se han recrudecido. “Lo que los ecologistas cuentan suele ser mentira”, replica Konichev. Aparte de las asociaciones internas está el Rostechnadsor, el “Servicio Federal de Inspección Técnica del Sector”, es decir, la ITV nuclear.

Slivjak no confía en los controles de seguridad efectuados por el Rostechnadsor. “Entre los 33 reactores que hay en total, 11 que se han quedado anticuados y deberían ser desconectados”, afirma. Relata como en el año 2000 se produjo una brusca caída de tensión en la región de Sverdlovsk. Los reactores de la central nuclear de Mayak estuvieron durante 45 minutos sin electricidad. “Hablé con el hombre que en aquel momento trabajaba en la sala de control. Si llegan a pasar cinco minutos más, habríamos tenido otro desastre nuclear”.

La sociedad rusa es consciente del peligro, aunque no proteste públicamente.“Ecodefense” realizó una encuesta de opinión a lo largo y ancho del país en el año 2007. El 70% de los encuestados se manifestó en contra de la energía nuclear y a favor de las energías renovables.

En Fukushima, los técnicos japoneses, desesperados, intentaron enfriar los reactores con una mezcla de agua y ácido. “Exactamente igual de desesperados lanzamos nosotros entonces sacos de arena sobre el bloque del reactor 4”, recuerda Yuri Vischnevski, fundador del Organismo Ruso de Inspección Nuclear, que en 1986 estaba en Chernóbil. Explica como intentaban reducir la imparable radiactividad, aunque realmente no ayudara mucho.

Tras la explosión en el bloque del reactor 4, más de 300.000 personas fueron evacuadas en un radio de 30 kilómetros en torno a la central nuclear. Medio millón de operarios de limpieza ocuparon sus puestos.

25 años más tarde, tras un terremoto de intensidad 9 y un tsunami, se interrumpe el suministro eléctrico de emergencia en la central nuclear de Fukushima. Se averían tres reactores. La lucha contra la catástrofe comienza.

¿Abandonará Rusia la energía nuclear?

Bulat Nigmatulin

Experto en energía

Tras de Chernóbil tuvimos que aprender de nuestros graves errores, pero las lecciones extraídas de aquello parecen no servir de nada, dado que la Agencia Estatal Rusa de la Energía Atómica Rosátom no está dirigida por expertos, sino por gestores. ¿Serían éstos capaces de tomar la decisión adecuada en una situación crítica? El peligro potencial es muy alto pero la energía nuclear también significa prosperidad, pues ésta sólo es posible con energía. Por ello, Japón no tiene alternativa a la energía nuclear: el país no dispone de recursos energéticos naturales. También los japoneses van a tener que aprender de sus errores, pero parece ser que tendrán que apostar por la energía nuclear, lo mismo que Rusia. Rosátom ha calculado que con el incremento del bienestar el consumo de energía se elevará un 5% al año, y tiene previsto construir 32 nuevos bloques de reactores nucleares hasta 2020. El país no se ha ocupado de las inmensas pérdidas de energía en las centrales convencionales y en la red eléctrica. De hecho, en lugar de invertir en saneamiento y modernización, el estado prefiere invertir en centrales nucleares, las cuales no son necesarias en semejante cantidad. Aunque también es cierto que Rusia no puede abandonar radicalmente la energía nuclear: el país es rico en recursos energéticos naturales como carbón, gas y uranio, de ahí que alternativas como las energías renovables no sean un camino estratégico para el país, pues además sus costes son extremadamente altos.

Bulat Nigmatulin fue director del Instituto de Investigación para la Seguridad de las Centrales Nucleares y viceministro de Energía Nuclear.

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