Tamara Filátova y Yuri Gagarin. Foto de archivos personales
— Tamara Dmítrievna, ¿cómo recuerda el 12 de abril de 1961?
— El vuelo de Yuri fue algo totalmente inesperado para toda la familia porque toda la preparación se llevó a cabo en la más estricta confidencialidad. Yo ya era bastante mayor, tenía 14 años, así que recuerdo muy bien como mi profesora, llamada Polina Víktorovna, entró en clase y me dijo: “Tamara, ¿no tenías un tío que era piloto?” Le digo: “Sí, Yuri Alexéievich”. “¿Sabes que está en el espacio?” Mi primera impresión no fue de alegría sino… de miedo. Entonces, al igual que ahora, veía el espacio como un abismo horrible y hostil. Tenía mucho miedo por lo que podía pasar a una persona a la que tanto quería, así que me dejé caer en la mesa y estuve llorando durante toda la clase. En el intervalo, Polina Víktorovna se acercó y me consolaba: “¿Por qué lloras? Ya ha aterrizado. Todo está bien”.
Aquel día, soleado y muy caluroso, nuestra ciudad de Gzhatsk que tenía tan sólo ocho mil habitantes, se transformó por completo. Todo el mundo salió a la calle, ¡había tanta alegría en los rostros! Todo el mundo se abrazaba, se besaba, se felicitaba… Fue algo muy especial para la ciudad. ¡Nuestro Yurka, como todo el mundo lo llamaba, había hecho algo excepcional! Cuando me acerqué a nuestra casa casi no la reconocí. El empedrado sólo llegaba hasta el zaguán, luego había un camino de tierra. Como era abril los caminos estaban llenos de agua y barro. Entonces vi que alrededor de la casa había un montón de coches negros y un jaleo impresionante. Había tantas visitas que casi no se podía pasar. Nunca habíamos tenido teléfono y de repente aparecieron tres o cuatro, todos sonando sin cesar. Los que llamaban se interesaban por todo: ¿De qué familia procedía, cómo fue su infancia, cómo estudió y qué tipo de persona era Gagarin?
Por la noche toda la familia fue trasladada a Moscú. Aunque la madre de Yuri, Anna Timoféievna, se había ido antes. En cuanto oyó la noticia por la radio no le quedó la menor duda de que era su hijo el que estaba en el espacio. Comparó todos los hechos, todos sus viajes por trabajo y sus ausencias, y se dirigió inmediatamente a Chkálovski muy preocupada: ¿qué tal estaría allí Valia, la mujer de Yuri, sola con las dos niñas? Lena, la mayor, iba a cumplir dos años el 17 de abril y la menor, Galia, había nacido el 7 de marzo. Anna Timoféievna iba en tren camino a Moscú cuando se enteró de que Yuri había aterrizado felizmente. Mientras que el padre de Yuri, Alexéi Ivánovich, se negaba a creer que su hijo estuviera en el espacio. Decía que podía haber muchos Yuri Gagarin. Además, se trataba de un tal mayor Gagarin. No sabíamos que Yuri había obtenido el grado de mayor justo después de aterrizar.
— En la familia, seguro que le preguntaríais mucho sobre el vuelo y el espacio…
— Nos contaba lo mismo que a todo el mundo: que la tierra era preciosa, que desde el espacio no parecía tan grande como la veíamos desde aquí. Pero nunca contó lo difícil que había sido llegar allí. Yo iba a visitarle muchas veces a la ciudad de Zviozdni (la Ciudad de las Estrellas) y veía que mi padrino tenía mucho trabajo: se iba pronto de casa y volvía tarde. Al llegar, lo primero que hacía siempre era jugar con las niñas y luego se iba a su despacho donde se quedaba trabajando hasta muy tarde con la lámpara de mesa encendida. Es posible que apreciara mucho el tiempo libre porque habitualmente estaba muy ocupado. En la Ciudad de las Estrellas hay dos torres de 12 plantas unidas por una galería de cristal en la que los miembros del primer grupo de cosmonautas organizaban todas sus fiestas. Si era Año Nuevo, todos iban disfrazados. Para el Día de Neptuno, mi padrino se vestía de Neptuno y alguno de los hombres, el más corpulento de todos, hacía de sirena. Los chicos del primer grupo son muy amigos ahora, pero en aquel momento formaban literalmente una sola familia.
— ¿Recuerda la última vez que vio a su padrino?
— Recuerdo muy bien su última visita a Gzhatsk. Fue el 5 de diciembre de 1967, día de la Constitución. Decidió ir con los chicos del pueblo a cazar un alce. Me puse a suplicar: “¡Padrino, llévame contigo, me apetece mucho!” Él me llevo. Algunos cazadores fueron a acorralar el alce, mientras nosotros nos quedamos esperando. Teníamos que estar totalmente callados para no asustar al animal y disparar en cuanto saliera. ¡Pero ni mi padrino ni yo podíamos estar quietos ni un segundo. Así que al final, fastidiamos toda la caza porque nos reíamos y nos revolcábamos en la nieve mientras llenábamos el bosque con nuestros gritos. Lógicamente no cazamos nada. Cuando volvimos teníamos preparado en casa todo un banquete. ¡Estuvimos de fiesta prácticamente hasta la madrugada! Nos contamos chistes y cantamos canciones.
Aquella vez fue la última que vi a mi padrino. Por la mañana, antes de irse, me dio un abrazo y le dijo a mi madre: “Zóyushka, todo el mundo me pide algo para que ayude a este o aquel. Tú nunca me has pedido nada, pero yo veo que tu vida no es nada fácil”. “¿Pero qué dices Yuri? Vivo como todo el mundo”, le respondió mi madre. “No te preocupes, estamos bien. Tenemos trabajo y una buena huerta”. Yuri no se enfadaba pero le daba pena que su familia le visitara poco en la Ciudad de las Estrellas. Era imposible ir con más frecuencia. Todo el mundo tenía su trabajo, sus cosas que hacer. No había tiempo para tantos viajes.
— Yuri Alexéievich murió el 27 de marzo de 1968 . ¿Cómo se vivió esta noticia en la familia?
— Cuando ocurrió la tragedia, fue tan tremenda, tan horrible, que al principio parecía que la vida se había acabado. Muchas cosas giraban alrededor de él. La madre de Yuri, Anna Timoféievna, solía decir: “Voy, veo que sale el sol y pienso: Dios mío, ¿cómo puede ser que el sol siga en su sitio si él ya no está?”. Se suele decir que el tiempo lo cura todo. No es verdad. Han pasado muchos años, pero... (se pone a llorar) sigue doliendo.
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