Esta no es nuestra guerra

Foto de Reuters/Vostock Photo

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Actualmente los diplomáticos rusos se enfrentan a una tarea muy complicada ya que necesitan posicionarse con respecto a los cambios que se están produciendo en el mundo árabe. Sin embargo, no se trata de un problema de Rusia solamente, los diplomáticos de muchos estados están quebrándose la cabeza ante la nueva y complicada situación política.Los acontecimientos en Libia son los que han tenido un desenlace más trágico.

Muamar el Gadafi empleó la fuerza para reprimir la rebelión popular, y la oposición, apoyada por una parte de los militares, tomó las armas. Los sublevados agotaron rápidamente el factor sorpresa de sus acciones. Fueron detenidos y posteriormente se vieron forzados a retroceder empujados por una máquina militar a plena potencia.

Según la lógica interna del conflicto, los rebeldes no habrían sido capaces de resistir más de una semana. Después, lo más probable habría sido que el régimen de Gadafi hubiera tomado represalias masivas equiparables a la crueldad “oriental”. Lo máximo que hubieran podido hacer los opositores habría sido llevar a cabo una larga guerra de guerrillas con muy pocas posibilidades de acabar en el poder. Sin embargo, de pronto la situación cambió. El Consejo de Seguridad de la ONU aprobó la resolución nº 1973 en la que se instaba a la comunidad internacional a adoptar “todas las medidas necesarias” para proteger a la población civil. La alianza internacional, en la que predominaban los países europeos bajo el mando de EE UU y a la que probablemente se iban a unir algunos estados árabes, empezó a bombardear las tropas de Gadafi para cumplir la resolución del Consejo de Seguridad.

Aunque nos adelantemos a los acontecimientos, hemos de mencionar que el éxito de estos bombardeos para alcanzar la paz en Libia no era evidente. Recordemos, sin embargo, cómo se formuló la respuesta de la comunidad internacional ante las acciones de Gadafi.

No permitir la matanza


Las peculiaridades de la personalidad del presidente libio y de su régimen no son ningún secreto para nadie. Ejerce un control político total, además de enriquecerse personalmente gracias a la venta de petróleo. También es conocida la cruel represión que recae sobre cualquier tipo de oposición. Esta situación no es sólo común en Libia sino que se da en toda una serie de países en vías de desarrollo. Además, el líder político de Libia condicionó sus relaciones con la comunidad internacional porque prestaba apoyo financiero para preparar atentados terroristas y estaba creando armas de destrucción masiva e incluso tenía su propio programa nuclear.

También es verdad que el dictador libio, tal vez inquieto por el destino que había corrido Saddam Hussein renunció a su programa nuclear e hizo todo lo posible por demostrar que había cortado sus vínculos con los terroristas. Los estados desarrollados, en principio, aceptaron sus esfuerzos; quizá debido a la necesidad del petróleo libio en una economía global en crecimiento.

Sin embargo, las revueltas populares que se han producido en el mundo árabe han puesto fin a la integración libia en la arena de la política internacional. Gadafi respondió a las protestas con decisión y crueldad. Tras los casos de Ruanda, Srebrenica y el Congo, en los cuales la indiferencia de la comunidad internacional o la lentitud de sus actuaciones posibilitaron una auténtica matanza, el mundo occidental ya no podía hacer caso omiso de la violencia. En una época de información global e Internet, los acontecimientos de este tipo pasan a ser de dominio público muy rápidamente, es decir, del dominio de los electores de los países occidentales. Estos, a su vez, obligan a sus líderes políticos a que presten atención a lo que está ocurriendo.

Sin embargo, los diplomáticos y los jefes de estado de los países más desarrollados no pueden guiarse por sus emociones. En este caso por la compasión hacia los ciudadanos de Libia que empezaron a luchar contra Gadafi. Enseguida se hizo evidente que la situación se evaluaba de una manera distinta en Europa o en Estados Unidos. Francia, Gran Bretaña y, al menos en parte, Italia estaban a favor de una operación militar ya en las etapas iniciales de la crisis. En primer lugar, se puede suponer que estos países tienen interés en el petróleo libio. En segundo lugar, en caso de que hubiera una ola de violencia en el Norte de África, el flujo de refugiados se dirigiría precisamente a Europa. Además, el presidente francés Nicolas Sarkozy deseaba organizar “una pequeña guerra con éxito” antes de las elecciones con el objetivo de debilitar a los ultraderechistas que cada vez tienen un mayor número de seguidores en Francia.

En cambio, los estadounidenses enseguida entendieron la complejidad de la situación.

Un largo periodo de dudas


La situación en Libia y Egipto es diferente. Mientras que en el segunda hay una clase media lo suficientemente estructurada y moderna, capaz de proporcionar una cierta base, aunque insuficiente todavía, para un intento de creación de un estado democrático, Libia sigue siendo una sociedad de clanes que funciona según el principio de “el que no está con nosotros, está contra nosotros”. En estos momentos gobierna el clan Gadafi, y los clanes del este del país que ocuparon el poder durante la época de la monarquía, destronada por el odiado coronel, no pueden hacer más que rebelarse e intentar quitar poder a sus rivales. Se sabe que muchas subdivisiones del ejército libio fueron organizadas según el principio de los clanes, y por este mismo principio se han estado aliando con los representantes de la oposición.

Los historiadores antiguos mencionaban ya en sus obras las diferencias regionales y de clanes en Libia. Los americanos también las conocen: el este de Libia, no del todo ajeno al extremismo islámico, proporcionaba abundantes soldados a los grupos de guerrilleros iraquíes, de los que no pocos estaban bajo el mando de Al-Qaeda. No es de extrañar que muchos dirigentes políticos de Estados Unidos, encabezados por Barack Obama, se opusieran durante tanto tiempo a la intervención en la actual guerra civil. En el encuentro con los cadetes de la Academia de West-Point el 25 de febrero, el jefe del Pentágono, Robert Gates, habló con la máxima sinceridad posible: "En mi opinión, en el futuro se debería comprobar que cualquier ministro de Defensa que vuelva a aconsejar al presidente que envíe un gran ejército terrestre americano a Asia, África o a Oriente Medio, está bien de la cabeza».

Transcurridos unos días Gates señaló que no era suficiente establecer una zona de exclusión aérea para los aviones libios y que semejante decisión podía provocar una gran operación del ejército americano. El ministro conoce bien la historia contemporánea; a pesar de una zona de exclusión aérea durante más de 12 años en el territorio de Irak, Saddam Hussein no dejó el poder.

Barack Obama es considerado un político racionalista (sobre todo en cuestiones diplomáticas) y, para ser justos, debemos decir que su administración se opuso durante mucho tiempo a llevar a cabo una operación militar contra Gadafi. No obstante, debido a varias causas (la ideología americana de apoyo global a la democracia, la intención de salvar la cara en la arena internacional, el peligro para la imagen de Obama como candidato en las elecciones del año que viene, etc.), los Estados Unidos y los miembros de la coalición que iniciaron los bombardeos han elegido su facción en la guerra civil de Libia.

¿Debería Rusia hacer lo mismo?

Las ventajas de Rusia


La fuerza de la posición de un país en asuntos internacionales consiste no sólo en la posibilidad de elegir una de las posibilidades de actuación, sino también en la posibilidad de no hacer elección alguna, en caso de que se pongan en riesgo estrategias diplomáticas de mayor alcance.

En este sentido, muchos países entienden la complejidad de la situación en Libia. La OTAN reconoce a regañadientes su operación. Turquía se muestra muy prudente en su actitud hacia lo que está ocurriendo. Incluso la Liga de Árabe, que durante un par de días proporcionó titulares realmente sensacionales en los medios de comunicación por haber pedido que se estableciera una zona de exclusión aérea para los aviones de Gadafi, ha declarado con preocupación que los bombardeos actuales probablemente sobrepasan el límite. Los países árabes que se han comprometido a unirse a la operación no se dan prisa, a excepción de un avión de Qatar. Sobre todo se trata de una colaboración financiera.

Lo más importante es que Rusia ha hecho la elección mínima que la situación exigía. Gracias a su neutralidad ha contribuido a que la ONU tomara la citada resolución. Del mismo modo actuaron Alemania, China, India y Brasil (BRIC + Alemania), países importantes en la política internacional. Apoyan las sanciones contra Gadafi y al mismo tiempo llaman a los estados que están bombardeando Libia a que actúen con más moderación. Rusia se comporta de forma análoga.

No se puede afirmar que esta prudencia se explique por temor a Libia, EE UU, la OTAN, el terrorismo internacional, las masas populares, etc. Las intervenciones en las guerras civiles son posibles sólo en aquellos casos en los que las guerras afectan a intereses nacionales de mucha importancia. ¿Posee Rusia este tipo de intereses en Libia?

Por supuesto que Rusia y Libia han firmado contratos de miles millones de dólares, pero tanto Gadafi como los opositores al régimen han declarado que después de su victoria dichos contratos se respetarán. Es más, Gadafi ha hecho hincapié en que se respetarán los acuerdos con Rusia, así como con China y con Alemania.

¿Existen actualmente motivos serios para que Rusia, apoyando a Gadafi, ponga en peligro el “reinicio” todavía delicado de sus relaciones con los Estados Unidos? Hay que tener en cuenta que EE UU sufre una importante crisis interna y se está desgastando a causa de una serie de operaciones muy caras en el extranjero. Por ello, estará aún más interesada en colaborar con Rusia. Por otra parte, si hubieramos bloqueado la resolución habríamos tenido que asumir la responsabilidad moral por las duras acciones de Gadafi.

En relación a los problemas americanos, hay que indicar que tanto la opinión pública estadounidense como los expertos y los periodistas continúan planteando numerosas preguntas a los mandatarios del país. ¿Por qué se han visto involucrados en una guerra civil? ¿Cuáles son los objetivos de la operación militar? ¿Qué pasará si Gadafi sigue en el poder? ¿Cuánto durará la operación? ¿Cómo afectará al presupuesto del país que no deja de ser deficitario? Y la pregunta más importante, ¿cuáles serán los siguientes pasos de EE UU en la región? ¿Ayudarán a la oposición de Yemen? ¿De Bahrein? ¿De Arabia Saudí?

La administración de Washington tendrá que responder a estas preguntas cuanto antes, y no sólo con palabras, sino también con hechos concretos porque así lo exigen las ambiciones globales de EE UU. Seguro que los líderes políticos rusos están contentos por no tener que enfrentarse al mismo tipo de problemas. Manteniéndose neutrales en Libia, con las manos totalmente libres, la política exterior rusa tiene la oportunidad de demostrar su moderno y eficaz carácter.

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