"España era una desconocida"

El embajador de la URSS en España, Yuri Dubinin y el Rey de España, Juan Carlos I. Foto tomada en 1984

El embajador de la URSS en España, Yuri Dubinin y el Rey de España, Juan Carlos I. Foto tomada en 1984

Yuri Vladímirovich Dubinin nació el 10 de octubre de 1930 en Nalchik. Diplomático soviético y ruso, se graduó por el MGIMO (Instituto Estatal de Relaciones Internacionales). Entre 1978 y 1986 fue el embajador de la URSS en España. Más tarde, entre 1986 y 1990, actuó como el representante de la URSS ante la ONU y como embajador en Estados Unidos. Entre 1990 y 1991 fue embajador de la URSS en Francia, tras lo que fue nombrado viceministro de Asuntos Exteriores de Rusia y embajador en Ucrania, cargos que ocupó entre 1996 y 1999.

- ¿Cómo se restablecieron las relaciones diplomáticas entre la URSS y España? ¿Qué es lo que precedió a su establecimiento oficial en 1977?

- Los primeros pasos fueron dados en 1964, cuando yo ocupaba el cargo de primer secretario de nuestra embajada en París. Aunque aquello fue de una manera no oficial. Areilza, embajador de España en Francia, toda una personalidad en el mundo político español, hizo este primer intento. Fue el primero en llegar a nuestra recepción dedicada al aniversario de la Revolución Socialista del 7 de noviembre. Esta acción causó un efecto sorpresa y atrajo la atención. Al verle en la sala de recepciones me dirigí a él y me expuso inmediatamente la esencia del proyecto. Por lo tanto, fui el primero en conocer esta iniciativa. Evidentemente, fijamos una reunión con nuestro embajador, al que Areilza comunicó sus ideas. La idea era interesante y muy atrevida, pero en el 64 seguía el gobierno de Franco, por lo tanto, actuamos con mucha cautela. Nuestra administración decidió consultarlo con los dirigentes del Partido Comunista de España para definir la postura que deberíamos tomar. Dolores Ibárruri, que era considerada la primera persona en el Partido, estaba entonces en Moscú, pero no era la que realmente dirigía el partido. El verdadero jefe era Santiago Carrillo, que vivía la mayor parte del tiempo en París. No puedo decir si lo hacía ilegalmente o si tenía un estatus cercano al ilegal. En cualquier caso, su situación nunca se comentó públicamente. Así que Moscú encomendó a Serguéi Vinográdov, nuestro embajador, consultar a Carrillo y que expusiera su opinión respecto a estas iniciativas.

Tuve la gran suerte que Vinográdov me llamara para participar en estas reuniones. Nos reunimos varias veces de manera no oficial en una residencia campestre, perteneciente a la embajada, observando una serie de medidas de seguridad. Posteriormente, finalizada esta etapa, el embajador Vinográdov perdió interés por las opiniones de Carrillo, pero a mí me resultaron muy interesantes. Seguí reuniéndome con él regularmente, con bastante frecuencia, durante varios años, nos hicimos amigos y me contó mucho sobre la situación en España, así que obtuve información bastante amplia sobre el país.

Según los comunistas españoles, el restablecimiento de relaciones diplomáticas sería una medida que el pueblo español no entendería, mientras viviera Franco. Sin embargo, no estaban en contra de que se establecieran contactos fuera del ámbito político. Después de varios años de negociaciones continuas, se abrió en 1969 una representación de la Compañía Naviera del Mar Negro en España y se inició la cooperación en el ámbito marítimo. Y es que España se sitúa en el cruce de rutas marítimas muy importantes. Nosotros estábamos muy interesados y los españoles también, así que Moscú y Madrid decidieron dar este primer paso. Fue en aquella época en la que por primera vez aparecieron en España nuestros altos funcionarios y, entre ellos, un diplomático.

-¿Cómo fue el inicio de las relaciones diplomáticas entre los dos países?


- Se estableció una buena cooperación con la delegación española a la hora de preparar el acta final de la Conferencia Paneuropea de 1975. En aquel entonces, España iniciaba su proceso de democratización. En este sentido, el establecimiento de relaciones diplomáticas con la URSS podía demostrar con claridad la apertura a la comunidad internacional tras el aislamiento durante los decenios franquistas. La Unión Soviética constituía entonces medio mundo, y en algunos sentidos significaba más que medio mundo. Éramos la fuerza principal para el alivio de la tensión internacional pero España seguía siendo para nosotros una “terra incognita”, en lo que se refería a sus procesos internos. Existía también un interés político por ver hasta qué punto se podía implicar a España en los esfuerzos internacionales para conseguir esta distensión. Cuando empezó el proceso de democratización, el viceministro Kovalev y yo nos pusimos a pensar en la forma en la que podríamos favorecer el desarrollo del proceso democrático. Al principio, este proceso no fue fácil en España. Entonces propusimos a nuestra administración llevar a cabo una iniciativa internacional proponiendo la candidatura de Madrid como sede de una reunión internacional en el marco del proceso paneuropeo. Estaba previsto que cada dos o tres años se celebraran reuniones para revisar la situación y planificar los siguientes pasos. La primera reunión tuvo lugar en Belgrado y fue un fracaso. Había que proponer el lugar para la siguiente siguiente, nosotros lo propusimos y el gobierno soviético la apoyó. Entonces la delegación soviética, en la que yo ocupaba el cargo de vicepresidente, propuso la candidatura de Madrid para una de las reuniones en el marco del proceso paneuropeo. Los españoles se alegraron de inmediato porque esta propuesta fue un importante empujón para su prestigio internacional. Adolfo Suárez, presidente del gobierno español, expresó que estaba especialmente agradecido por ello. Después de aquel acontecimiento, en 1977, los españoles nos presentaron una propuesta oficial para establecer relaciones diplomáticas. La indudable disposición de ambas partes favoreció las negociaciones al respecto y ayudó a resolver todas las cuestiones que iban surgiendo.

- ¿Cómo se desarrollaron las relaciones en esta primera etapa?


- Al principio las relaciones no iban bien. En España la situación era bastante difícil, todos los dirigentes, incluidos los generales, eran los mismos que en la época anterior. Aunque, respecto al propio franquismo como movimiento político, en las primeras elecciones se vio claramente que no tenía ni podía tener apoyo popular, era un régimen odioso que sólo obtuvo un 1 ó 1,5 % de los votos. Sin embargo, fue un período difícil, y cuando nuestro primer embajador Serguéi Bogomólov fue allí, las cosas no iban bien. Lo único que conseguimos alcanzar fue el acuerdo para abrir una línea aérea directa Moscú - Madrid. Para el resto, todo eran dificultades. Era evidente que había que dar un paso significativo para cambiar la opinión pública y desarrollar nuestros contactos. Fue en aquella época, en 1978, cuando fui nombrado embajador.

Un poco antes se presentó en Moscú Juan Antonio Samaranch, futuro presidente del Comité Olímpico, con el labré una profunda amistad.Nos ayudamos mutuamente. Estuvimos pensando en organizar una acción que simbolizase nuestras buenas relaciones, que estaban en fase inicial. En Moscú se tenía muy poca idea de España y de la importancia del Rey. Pensamos que al Rey le agradaría que le regaláramos armas soviéticas, se lo comuniqué a Andréi Gromyko, ministro de Asuntos Exteriores. Tras consultarlo con los altos cargos del país, se eligió una versión de regalo de la metralleta Kaláshnikov y otra de la pistola Makárov.

Organicé una reunión con Samaranch y le enseñé las armas. Se mostró muy entusiasmado, porque realmente eran bonitas y estaban muy bien hechas, y además el Rey tenía una formación militar muy amplia y polifacética. Samaranch no ocultaba su alegría, pero de repente se puso serio y me dijo: “Yuri, gracias por entregarme esto. ¿Pero en nombre de quién se va a hacer este regalo?” Me di cuenta que si cometía un error en aquel momento, toda la acción perdería el sentido. El Rey, como jefe de Estado, sólo podía recibir regalos de parte de otro jefe de Estado. En cambio, yo no tenía ninguna indicación al respecto. Me arriesgué diciendo que, por supuesto, eran de parte de Brézhnev. Se trataba de un detalle, pero un detalle significativo en el contexto de toda la acción.

Luego llegué a España, donde fui acogido con mucho afecto. Se nos abría el país que ahora conocemos. Un país muy especial desde todos los puntos de vista, tanto por su naturaleza como por su historia. Tiene unas relaciones muy especiales con América Latina y con el mundo árabe. Todo aquello indicaba que era un país de dimensiones insólitas. Me fui a Madrid con una gran misión: tenía que entregar una invitación al ministro de Asuntos Exteriores, cosa que creaba una atmósfera totalmente diferente para el desarrollo de nuestras relaciones. Sin embargo, más tarde se planteó la siguiente cuestión: tenemos una simpatía mutua y eso está bien, pero ¿cómo llevar todo aquello a la práctica? ¿En qué fuerzas nos tendríamos que apoyar, qué estrategia elegir? Había un Partido Comunista, pero las relaciones con él eran bastante complicadas. Había otras fuerzas democráticas, los socialistas, por ejemplo, que habían luchado contra el franquismo. Pero era necesario un nuevo enfoque respecto a las relaciones con España.

- Entonces, ¿qué estrategia eligió Ud. para desarrollar las relaciones entre España y la URSS?


- España había elegido el camino hacia una vida nueva, el camino de la reconciliación nacional, porque hubiera sido terrible volver al pasado. En las relaciones internacionales el país quería ocupar el lugar que le correspondía. Es un país grande. Y a mí me parecía inaceptable que nos apoyáramos tan sólo en una de las tendencias de la vida política española. Creía que había que entablar relaciones de amistad con toda España y desarrollarlas con todas las partes de un país tan grande e importante. Antes de marcharme, me recibió Yuri Andrópov, que en aquella época dirigía nuestro servicio de inteligencia. Me recibió muy amablemente y me dijo:”Vaya allí. No sabemos qué país es éste ni lo que hay allí”. Esto lo dijo el jefe del servicio de inteligencia, así que no me atreví a decirle nada antes de marcharme. Le dije sólo que iría y lo vería.

Mi análisis me llevó rápidamente a la conclusión de que había que prestar mucha atención a la figura del Rey. Debido a su biografía y sus circunstancias, era la única persona que realmente representaba a toda España. Los dirigentes del ejército, herederos del franquismo, le tenían confianza porque era el mando supremo. Se comportaba de una manera bastante flexible con otras fuerzas sociales y siempre se pronunció a favor de la política de reconciliación nacional.

Evidentemente, me apetecía entrar en contacto directo con él; escucharle, verle. Tuve esta oportunidad a la hora de entregar las cartas credenciales. El Rey me impresionó mucho desde el principio. Me dio la impresión de ser una persona muy sabia, un gran hombre de estado, tal y como se comprobó posteriormente. Y lo que es más importante, vi a una persona que se interesaba por nuestro país, le habían impresionado sobre todo nuestros logros en el espacio. En general, mostraba mucho interés, tanto personal como político, sin duda alguna.

Por ello, desde la primera conversación, me convencí de que había que mantener el contacto con el Rey e intentar organizar una visita a la Unión Soviética, en caso de que él estuviera de acuerdo.

Esperábamos la democratización de España, pero siempre intentamos no entrometernos en cuestiones internas. La estrategia de conferir a las relaciones un carácter amistoso consistía en preparar y llevar a cabo la visita del Rey de España a la Unión Soviética. Trabajamos en ello cinco años. Alrededor de esta visita, que servía de columna vertebral, construimos las relaciones en otros ámbitos. Siempre nos encontramos con mucho interés y atención por parte de los españoles. Finalmente, en 1984 la visita se llevó a cabo con mucho éxito. Este acontecimiento fue interpretado en todo el mundo como el punto de inflexión en la relación entre ambos países. En general, las relaciones que se crearon en aquellos años se caracterizaban por una gran coherencia entre las dos partes. Desde entonces han tenido lugar muchos acontecimientos, pero las buenas relaciones se han conservado y no se han visto afectadas por ningún tipo de influencia externa.

Hemos podido observar ahora cómo ha empezado este año, el año de España en Rusia y de Rusia en España. El Rey ha vuelto a viajar a San Petersburgo para inaugurar el evento. Por cierto, el primer acuerdo que inicié al llegar a España fue entre el Hermitage y el Museo del Prado. Y la primera exposición importante que organicé fue la exposición de pintura española de la colección del Hermitage en Madrid. El director del Hermitage, Borís Piotrovski, padre del director actual, envió auténticas obras maestras. Me comentó que a la hora de organizar grandes exposiciones en el extranjero, siempre enseñaba lo mejor.

El Año Dual también se abre con un proyecto conjunto de nuestros dos museos más importantes, que ha atraído la atención de ambos jefes de estado. Es decir, este hecho simboliza tanto la continuidad como el desarrollo del rumbo que hemos tomado. Sólo podemos expresar nuestra satisfacción y nuestro convencimiento de que el rumbo elegido tiene un gran futuro.

- ¿Hubo momentos difíciles en las relaciones de aquel período?


Claro que ha habido problemas. El país había vivido un período de aislamiento y existían fuerzas hostiles hacia nosotros. Había que hacer algo con aquellas barreras y no era fácil. Por ejemplo, entre los círculos de derechas existía la opinión de que detrás de los terroristas vascos (era una época de crecimiento del terrorismo en España) estaban la KGB y la Unión Soviética. La propaganda franquista era responsable de semejante mentira. Pero desgraciadamente estaba muy arraigada en la opinión pública. Nadie se opuso ni contradijo esta calumnia en España durante muchos años.

El momento de mi llegada coincidió con el período de fortalecimiento del terrorismo vasco. Después de cada atentado la prensa empezaba a proclamar que de nuevo la KGB y la Unión Soviética habían confabulado, etc., etc. Durante la primera reunión con Adolfo Suárez, presidente del gobierno en aquel momento, me propuso que nos sentáramos en una mesita pequeña que tenía en su gran despacho. En vez de los saludos protocolarios me invitó a ver su mesa, que estaba llena de recortes sobre la participación de nuestro país en el terrorismo en España. “¿Qué me puede decir Ud. al respecto?”, me preguntó Suárez. Fue un momento de gran responsabilidad. Me estaba hablando la persona que dirigía la política española. Le respondí con el mismo tono: “Señor presidente del gobierno, le aconsejo que tire toda esta información a la papelera y no le preste ninguna atención. Ahí no hay ni una pizca de verdad”. Fui bastante tajante, pero no lo podía hacer de otra manera. No quiso discutir conmigo. Dijo que recordaría aquellas palabras porque eran muy importantes para nuestras relaciones.

Se lo dije al presidente del gobierno, pero también había que convencer a la opinión pública. ¿Cómo hacerlo? Ya se había dicho en muchas ocasiones, incluso por nuestros dirigentes, que la Unión Soviética no tenía nada que ver con el terrorismo. Pero todo aquello no causaba ninguna impresión en España, porque como he dicho, aquella versión estaba muy arraigada, aunque no se aducía ninguna prueba al respecto. Normalmente sólo se decía que era lógico que la Unión Soviética apoyara a los separatistas, porque estaba en contra de Franco, o en contra de los militares, o en contra de la entrada de España en la OTAN. No eran más que especulaciones, pero mientras nosotros sabíamos que se trataba de especulaciones que no se basaban en ningún hecho real, la gente leía los periódicos, veía la televisión y escuchaba la radio.

Empezamos a protestar desde la embajada, cada vez con más decisión y más abiertamente. Una vez llegué a publicar un llamamiento a los españoles. “¡Españoles, eso es mentira!”, más o menos así era el estilo. Pero aquello no causaba el efecto que pretendíamos. A causa de ello pensaba constantemente en lo que podíamos hacer para combatir aquella opinión. Cuando llegué al país algunos españoles me aconsejaron que viajara por toda España. Podía ir donde me diera la gana. Aunque no me aconsejaban ir al País Vasco. No me lo prohibieron, pero no lo aconsejaban. Me decían que era peligroso, que la situación era inestable. Durante varios años me abstuve de viajar al País Vasco. Recibía invitaciones, pero las rehuía. En aquel momento los socialistas llegaron al poder, y yo tenía buenas relaciones establecidas con ellos. También conocía al ministro de Interior. Incluso llegamos a publicar una nota conjunta, bastante reservada, que desmentía la versión de la participación de la Unión Soviética en los atentados terroristas. Fue un paso importante. En aquel momento pensé, ¿por qué no ir al País Vasco? Se lo pregunté de una manera no oficial: “¿Qué te parece, podría ir al País Vasco?” Él me dijo: “Como quieras, yo te voy a proporcionar la seguridad”. Ya tenía varias invitaciones para ir, así que en enero de 1983 fui a reunirme con el lehendakari Carlos Garaikoetxea, con los empresarios y simplemente a ver la región.

Desafortundamente, tuvo lugar un nuevo atentado, los terroristas raptaron a un niño. Yo me encontraba en Vitoria-Gasteiz, capital de Euskadi, y la televisión y la radio no hacían más que hablar de aquello. Volvieron a acusar a la URSS. Aquel día estuve reunido con el lehendakari. Salí del edificio después de la amistosa conversación, y me vi rodeado de periodistas. Declaré claramente que no teníamos nada que ver con lo ocurrido. Hasta ese momento nuestros desmentidos se habían publicado tan sólo en algún periódico aislado, al que nos dirigíamos directamente. Pero aquella vez la declaración del embajador soviético desde el País Vasco fue publicada por todos los periódicos, en el momento del rapto de aquel niño, y causó una gran impresión. El problema fue resuelto. Es realmente muy difícil convencer a la opinión pública. Desde los primeros días de mi estancia tracé amistad con la prensa, visité prácticamente todas las ciudades españolas, y no sólo las ciudades, estuve más de 50 veces en Barcelona, y en todos los sitios siempre mantuve estrechos contactos con los medios. Es algo muy importante.

Por otro lado, cuando España entró en la OTAN también fue un período difícil. Evidentemente no podíamos aplaudirlo, pero el país estaba eligiendo su camino. Había que actuar de tal manera que los españoles se percatasen de nuestra posición, pero no me podía permitir ni una palabra imprudente. Los españoles percibían perfectamente estos matices. Incluso en cierto modo apoyaron la estrategia del comportamiento de la Unión Soviética, la tenían en cuenta. Cuando al final tomaron la decisión de formar parte de la OTAN, lo hicieron de una manera muy cautelosa, sin entrar en la organización militar en sí, en cierto modo, siguiendo el ejemplo francés, la variante de De Gaulle, que salió de la OTAN como organización militar. Pude observar cómo lo estaba viviendo el pueblo español y me di cuenta de que aquello no iba a afectar a la simpatía que el pueblo español sentía por nuestro país. Por eso estuve de acuerdo con aquella gente en Moscú que consideraba que había que tratar este tema con delicadeza, comprendiendo la situación de España y sin empeorar de ninguna manera nuestras relaciones con este país. Así es como fue. Ése fue el escollo más complicado en nuestras relaciones.

- ¿Cómo se desarrollaron las relaciones económicas con España?


- Desde muchos puntos de vista España contaba con oportunidades muy interesantes. En cierto modo nosotros aplicamos un enfoque innovador respecto al desarrollo de nuestras relaciones. Empezamos a crear empresas “joint venture” con España, más que con cualquier otro país occidental. Antes de mi llegada había sido creada la empresa conjunta Sovispan, para dar servicio a nuestros barcos pesqueros que trabajaban en la parte sur del Océano Atlántico. Las Canarias son una base ideal para marineros y sobre todo para pescadores. Tras pasar seis meses en el mar, paran en las Canarias para reparar los barcos, descansar, incluso para hacer cambios en la tripulación. Poco a poco, en todas las tiendas aparecieron carteles en ruso: “Servicio prestado a cabo de una brigada de trabajo socialista”. Los listos que tenían espíritu emprendedor muy rápidamente valoraron la situación y empezaron a comprar los artículos más demandados en la Unión Soviética. No importa si los compraban para su mujer o para revenderlos. Uno podía incluso conseguir piezas de repuesto para el coche Moskvich, que escaseaban en la Unión Soviética. (Se ríe)

Allí se abastecían de combustible los buques de la marina, para lo cual se construyó un depósito para el combustible diesel. Otro ámbito de cooperación fueron los fertilizantes. La industria agroalimentaria soviética necesitaba fertilizantes modernos, por ejemplo, ácido superfosfático, del que carecíamos. Era necesario importar la materia prima desde algún lugar para fabricarlo. Los fosfatos se extraían en el norte de África, así que decidimos que en vez de transportar materia prima era más fácil construir una planta de producción y fabricar el ácido superfosfático directamente en España. Con grandes dificultades conseguí un acuerdo para la creación de una “joint venture” que produjera fertilizantes para nosotros. Entonces surgió el problema del transporte de estas sustancias peligrosas. Resultó que se necesitaban barcos especiales, y ahí los españoles nos ayudaron mucho, porque tienen muy buenos astilleros, mucho sol, un clima que permite construir barcos con comodidad, y el equipamiento más avanzado. Así que tuvimos una colaboración muy ventajosa para ambas partes.

Además, en aquellos momentos España estaba desarrollando la producción de electricidad a partir de la energía atómica. Disponían de grandes reservas de materias primas y necesitaban tecnologías. Había tres tecnologías: la estadounidense, la de Europa occidental y la soviética. Tras haber analizado detalladamente todas las opciones, eligieron nuestra tecnología. Para que el gobierno soviético pudiera confirmar la seriedad de sus intenciones, me enseñaron todo el ciclo productivo: las empresas de extracción de minerales, la producción de barras de combustible y la futura central atómica. Parece que fue la primera del país. Con mi participación directa, firmamos con ellos un contrato hasta el año 2010.

Éstos son tan sólo algunos aspectos de nuestras relaciones económicas que se desarrollaban de una manera muy activa. No podemos olvidar el vino español, porque comprábamos barcos enteros. Muchos vinos soviéticos, por ejemplo, del sur de Ucrania, había que mezclarlos con vinos de alto contenido de alcohol, algo que España podía suministrar en grandes cantidades. Desde el punto de vista económico, resultó muy efectivo.

- ¿Y qué tal iban las cosas en el ámbito cultural?


- Cuando me hice amigo del alcalde de Madrid, propuso hacer algo que dejara huella y causara un gran impacto. Decidimos intercambiar monumentos. ¿Qué monumento íbamos a eregir en España? ¡Pues un monumento a Pushkin! Se realizó una escultura del poeta, que fue instalada en el mejor parque de Madrid, al lado de la de Byron. Mientras que nosotros recibimos una copia del monumento a Cervantes, el más conocido de Madrid. Hubo también varias giras de nuestras compañías teatrales y musicales, que siempre fueron muy bien recibidas. Propuse también condecorar con la orden de la Amistad de los Pueblos a uno de los más destacados poetas españoles, Rafael Alberti, en su 80 cumpleaños. Resultó que le dimos una condecoración más alta que la que había recibido en España. Aquello causó mucha impresión. Luego los españoles le concedieron el premio Cervantes y el premio Príncipe de Asturias.

Pero son sólo ejemplos aislados. Las relaciones se iban desarrollando en todos los aspectos. También iniciamos algunos contactos en el ámbito turístico, que ahora se han convertido en un río caudaloso. Los españoles tienen muchos aspectos positivos: trabajan muy bien y saben descansar. Saben qué significa la calidad de vida. Por ello, saben crear una atmósfera especial, con sus fiestas populares y todo lo demás. Los rusos se sienten muy bien en España. Me acuerdo que estuve dando una vuelta por Madrid con el ministro Gromyko, él observó cómo la gente pasaba el tiempo libre en la calle, se reunía, charlaba, etc., y de repente me dijo que se sentía como en casa, como si estuviera en una ciudad del sur de la Unión Soviética.

- Y nosotros los rusos, ¿qué tendríamos que aprender de los españoles?


- ¡La alegría de vivir! Tienen muchos rasgos muy positivos. Saben apreciar la amistad, a veces por encima de cualquier consideración política. Responden rápidamente a lo bueno y ven que tenemos mucho en común en este sentido. Nosotros también respondemos a los buenos sentimientos.

- ¿Y ellos de nosotros?


- Ellos también tienen algo que aprender. Tienen muy desarrollado el espíritu explorador, igual que nosotros. Ellos han descubierto prácticamente el mundo entero. Nosotros descubrimos Siberia. Hemos pasado por períodos históricos complicadísimos, conservando el sentimiento nacional y nuestro patriotismo tras crueles invasiones. Hemos podido conservar nuestra religión, nuestra identidad, convertirnos en grandes potencias a pesar de estas condiciones. He tenido contactos no sólo con gente con ideas progresistas sino también con antiguos partidarios de Franco. Ellos también hablaban de nuestro país con mucho respeto, y aquello se notaba. Me interesaba mucho saber el porqué, debido a qué. Decían: “Claro que éramos adversarios en la Guerra Civil, pero vosotros habéis sido consecuentes en este sentido, más que cualquier otro país en el mundo, y por ello os tenemos mucho respeto”. Son cosas que también nos unen. Me fui de España cuando nuestras relaciones estaban en auge y los españoles me hicieron una despedida afectuosa. Los Reyes organizaron una comida en mi honor y en el de mi mujer. Nos regalaron su retrato, con un autógrafo conmemorativo. Luego los he vuelto a ver varias veces, vi a la Reina en Washington y también aquí en Rusia. Mantenemos muy buenas relaciones. Los españoles son gente muy agradable.

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