Sin siesta o sin kefir

Roberto Serrano, un vasco que vive en San Petersburgo

Roberto Serrano, un vasco que vive en San Petersburgo

Según las últimas estadísticas, en España viven alrededor de 50.000 rusos. La diáspora más numerosa se localiza en la costa mediterránea, entre Alicante (Comunidad Valenciana) y Marbella (Andalucía). Aunque a los rusos se les puede ver en todas partes: en Madrid, en Barcelona, en el norte del país, en pueblos pequeños, en la montaña y en las islas. Los españoles en Rusia son mucho más escasos, entre mil y dos mil personas. Se desplazan a Rusia principalmente por razones de trabajo, con misiones de empresas españolas, o sea, a Moscú, San Petersburgo y Kaluga, donde en los últimos años se están creando nuevas joint ventures, sobre todo en el sector automovilístico. Parece que la geografía de su presencia en Rusia se limita a estas tres ciudades. También hay españoles que vienen aquí por amor a la cultura rusa: estudiantes de música o ballet, profesores y personas del mundo de la cultura. Pero son, naturalmente, la minoría.

¿Qué saben los españoles sobre nosotros? Al igual que cualquier otro país, España tiene su listado de tópicos relacionados con Rusia: el frío, el vodka, las chicas guapas, Tolstoi y Dostoievski... Muchos españoles, incluso en nuestros días, ni se imaginan que en Rusia pueda existir un verano de verdad, igual que en otros países de Europa, y se sorprenden sinceramente al enterarse de que en julio podemos llegar a una temperatura detreinta grados. No se imaginan cómo nos las apañamos para llevar una vida normal a temperaturas bajo cero y, cuando vienen a Rusia en invierno, siempre hacen fotos a los cochecitos de los niños en la calle y a las chicas con tacones, si no, en casa no se lo va a creer nadie.

¿Qué sabemos nosotros de los españoles? En el fondo, tenemos el mismo listado de clichés trillados: los toros, el fútbol, el sol y la playa (el sueño de cualquier turista ruso) y, cómo no, “la ardiente sangre española”. Sin embargo, muy pocos están al tanto de que no todos los habitantes de la península Ibérica son aficionados a los toros, que entre ellos hay gente que nunca ha ido a ver una corrida en vivo y que no tiene ninguna intención de ir. Trescientos y pico días soleados al año es algo que parece muy atractivo para los rusos, que no están acostumbrados a ver tanto sol, pero en realidad a los propios españoles el calor no les gusta nada y les cuesta soportar los veranos calurosos.

Muchas veces nos parece que los españoles nos miran con superioridad y nos avergonzamos de nuestros caminos en mal estado y de los portales descuidados, en una palabra, de todo lo que nunca se ve en España. En cambio, no nos damos cuenta de que los españoles también tienen sus puntos vulnerables e incluso sus propios complejos nacionales. La película de Carlos Iglesias “Un franco, 14 pesetas” habla de los españoles que en los años 60 y 70 se iban, muchas veces ilegalmente, a Suiza a ganar dinero. Es un hecho real: miles de personas huían a distintos países para sobrevivir y poder mantener a sus familias. Normalmente no les gusta hablar de ello. Hace poco la hija del embajador español en Suiza dijo en una entrevista que cada vez que veía a sus compatriotas seguir fregando suelos y limpiando cazuelas en Suiza, sentía una vergüenza muy profunda por sí misma y por su país.

Muy poca gente sabe que a los españoles les cuesta mucho esfuerzo adaptarse a otra cultura. Se les dan mal los idiomas, por lo que ni siquiera el inglés les atrae, y eso también constituye una especie de complejo. No se imaginan la vida sin la siesta, sin el jamón y sin la cocina española en general. Por eso les cuesta un esfuerzo enorme trasladarse a vivir a cualquier otra parte. Rusia, en este sentido, está lejos de ser un paraíso para ellos. No es uno de los países a los que sea relativamente fácil acostumbrarse. Una lengua difícil, una cocina radicalmente diferente y un clima severo es lo que más asusta a los españoles.

Sin embargo, España atrae a mucho a los rusos. Se van a España por motivos muy diferentes y sus vidas transcurren también de manera muy diversa. Aunque no todos se quedan a vivir en España para siempre. Una conocida mía, de Samara, que vivió casi diez años en Madrid, dijo una vez: “Le tengo mucho cariño a España, se ha convertido en mi patria, pero no he sido capaz de aprender a vivir sin el Volga”.

Los rusos en España:


“Casi todos los nuestros pasan frío aquí”

José Biriukov, jugador de baloncesto de origen ruso y español, lleva casi 30 años viviendo en Madrid.

José nació y creció en Moscú, jugó en el Dinamo de Moscú y participó en la selección de baloncesto de la URSS. En 1983 firmó un contrato con el Real de Madrid. Aunque en Rusia es poco conocido, en España es considerado una de las leyendas de baloncesto: “Me fui con toda la familia. En aquella época o se iban todos, o ninguno. Tuve que dejar mucho en Rusia: me echaron de las “juventudes comunistas”, me quitaron el título de maestro del deporte internacional en la URSS. Fue muy difícil y pasé mucho miedo, yéndome a un país sin saber lo que me esperaba. Si te lesionas de forma seria, dejas de existir como deportista. Además, los rusos no somos un pueblo de inmigrantes. Estamos acostumbrados a nuestro país, sea como sea, y seguimos apegados a él hasta el último momento. En 1983 éramos casi los primeros rusos en llegar a Madrid, pero luego me adapté rápidamente. La gente aquí es mucho más agradable que en muchos otros países, por eso es más fácil acostumbrarse a este país que a cualquier otro. Aprendí el idioma hablando, pero a veces sigo cometiendo errores a la hora de utilizar los verbos o los artículos. Puede que en otro país no me lo hubieran perdonado, pero aquí todo el mundo está dispuesto a apoyarte y a ayudar. Además, en Madrid hay muy poca gente que sea madrileña de nacimiento, todo el mundo viene de alguna parte: de Salamanca, de Andalucía, del País Vasco, de América Latina... En este sentido, Madrid es una ciudad muy abierta y de fácil adaptación”.

Alexandra Zaviálova, estudiante, lleva 3 años viviendo en Madrid:

“Lo que más me ha sorprendido es que la gente aquí no se ponga zapatillas para estar por casa y entre a casa sin quitarse los zapatos. Nadie me cree, pero paso muchísimo frío en España. Claro que los inviernos aquí no son como en Rusia, pero la calefacción se usa muy poco: sólo los edificios antiguos tienen calefacción central, que se pone de 13 a 22 horas, mientras que en los edificios nuevos son los dueños del piso los que enchufan la calefacción sólo durante un par de horas, pero por la noche siempre está apagada.

En los supermercados locales no hay kéfir ni pan de centeno en condiciones. A través de unos nuevos conocidos me enteré de que en varias zonas de Madrid había tiendas rusas, que llevan nombres algo irrisorios del estilo de Kazak o Matrioshka, etc. En ellas siempre se puede comprar queso fresco ruso, kéfir, pan de centeno, pelmeni, varéniki e incluso trigo sarraceno, que los españoles no comen nunca. Sin embargo, casi siempre son alimentos importados de Lituania, Ucrania o Polonia, y se pagan tres veces más caros, pero a veces uno puede permitirse el lujo de comprar un bote de setas en conserva o un trozo de mortadela para la ensalada Olivier. Por cierto, los españoles también tienen su ensalada Olivier, pero la llaman ensaladilla rusa y, en vez de mortadela o jamón de York, le echan atún. ¡No tiene nada que ver con la receta rusa! Cuando voy a pasar las vacaciones a Rusia, me pongo a comer como una loca. Todo el mundo piensa que en España paso hambre.

Yulia Kovárskaia, economista, lleva 6 años viviendo en Pamplona:

“Conocí a mi marido cuando todavía estaba en la universidad, hace 13 años. Tardé mucho en atreverme a venir a vivir con él, pero en seguida me enamoré del norte de España. La montaña, el sol, la nieve, aquí hay todo lo que una pueda desear. La gente es muy cordial, se preocupan mucho los unos de los otros. Pero la calefacción de las casas es mala para no gastar demasiado. Casi todos los rusos pasamos frío aquí. Los españoles hacen muchas bromas a los demás, pero pocas veces permiten que se bromee sobre ellos. Es muy difícil acostumbrarse a eso. ¡Hablan tan alto y le ponen tanta emoción! Parece que están discutiendo constantemente. Mantienen muy poca distancia a la hora de hablar y cuando saludan, dan besos a todo el mundo. Aquí no está bien visto hacer regalos sin motivo, para no obligar a la otra persona a regalarte algo a cambio. Lo pasé mal por eso. Los españoles nos tienen mucho cariño. Recuerdan la Guerra Civil y a los niños que salvó Rusia. Conocen a Tolstoi, a Dostoievski, y hablando de Rusia, les gusta mencionar a uno de ellos para impresionarte”.

Españoles en Rusia:


“Veinte bajo cero es demasiado”

David Flores (filólogo, ha vivido medio año en Moscú):

“Me sorprendieron los amenzantes carámbanos que cuelgan de los tejados, las mujeres con tacones caminando sobre el hielo y los esfuerzos que hay que hacer para salir a la calle cuando hace frío. El metro me gustó, pero a la vez me decepcionó: había oído mucho sobre su maravillosa arquitectura, pero cuando lo vi con mis propios ojos, me llamaron más la atención el ruido y los olores desagradables… Me gustan los taxis baratos que se pueden coger a cualquier hora del día. El pulso de esta ciudad impresiona, sobre todo en hora punta, cuando uno se queda parado en un atasco y sólo le queda observar lo que pasa alrededor.

No me sorprendió, pero me agradó mucho la vida teatral tan activa y lo accesibles que son los teatros para el público. También disfruté de la amplia oferta de música clásica. Me hizo gracia que en la calle se pudieran ver tantas monedas perdidas y que nadie se agachara a recogerlas.

Me gustaron los mercados, aunque aquí la gente les tenga algo de manía. Los vendedores azerbaiyanos y uzbekos me parecieron muy amables, y su presencia en la ciudad, sus sonrisas astutas transmiten tranquilidad en una ciudad que vive a un ritmo frenético. De Moscú se suele decir que uno siente inmediatamente si esta ciudad le acepta o no. He tenido suerte, creo que la ciudad me ha aceptado”.

Roberto Serrano (editor, lleva diez años viviendo en San Petersburgo):


“Mi abuela fue hija de un minero, fue comunista, cosa que en la época de Franco en España era prácticamente una hazaña. Siempre describía una Rusia ideal: citaba a escritores rusos, cantaba melodías de compositores rusos, empleaba frases de políticos soviéticos…

Vine por primera vez a San Petersburgo, entonces Leningrado, en marzo de 1989. Llegar de Bilbao, una ciudad relativamente pequeña, a San Petersburgo, fue para mí un auténtico shock: aquí vi cosas que en España en aquella época parecían inconcebibles. Vine de una ciudad que estaba viviendo una crisis energética, nos estaban bombardeando con propaganda para que ahorrásemos luz y agua… ¡Y en San Petersburgo veían enormes edificios de 14 plantas en los que había luces encendidas en todas las ventanas! Un día fui a comprar una llave de tuerca y para mi sorpresa vi que el precio figuraba grabado en el mango: 1 rublo 20 kópek. Al llegar de un país donde los precios subían año a año, me chocó el darme cuenta de que esta herramienta, desde el día en que empezó su producción, iba a venderse al mismo precio para siempre...

Me enamoré de la ciudad desde el primer día: avenidas anchas, museos, parques enormes y la amabilidad de la gente… Si no fuera por el clima, pensaría que estoy en el cielo. Aunque se suele decir que los de Bilbao podemos aguantarlo todo, vivir a veinte grados bajo cero es demasiado incluso para nosotros”.

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