Otra bomba, más palabras, poca acción

Foto de Reuters

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El presidente ruso Dmitri Medvédev ordenó a las autoridades “llevar a los culpables ante la justicia y destruir sus organizaciones” tras el ataque terrorista en el aeropuerto Domodédovo de Moscú. En la misma línea, inmediatamente después de las bombas en el Metro de Moscú, Medvédev prometió “continuar las operaciones antiterroristas y llegar hasta el final”. El presidente está intentando imitar el severo tono de su mentor, el primer Ministro, Vladímir Putin, que en 1999 declaró la necesidad de “aniquilar a los terroristas hasta el el baño”. Recientemente declaró que “es una cuestión de honor para los servicios de seguridad sacar a los terroristas de sus cloacas para ponerlos ante la luz de Dios”. Son sin duda palabras duras, aunque débiles han sido los resultados producidos.

La policía anunció la puesta en práctica de medidas de seguridad adicionales tras el último atentado terrorista, en la realidad apenas ha significado nada. Poco después de la explosión, algunos pasajeros que temían perder su vuelo podían andar tranquilamente delante de las pantallas de seguridad. Un detector de metales situado en la entrada del aeropuerto demuestra que hay medidas de seguridad, sin embargo, no ha funciona desde hace seis meses. Según testigos presenciales, después del atentado la seguridad fue más ineficaz que nunca. Los pasajeros que llegaban deambulaban por la terminal de salidas. Nadie en el aparato de seguridad quería hacerse responsable. Sin embargo, antiguos empleados del servicio de seguridad del aeropuerto declararon a “The Moscow Times” que tanto la reducción de salarios como personal perjudicó muy negativamente en la capacidad de identificación.

Según la corresponsal de “Newsweek”, Anna Nemtsova, “el hecho de calificar la explosión como un acto terrorista significa que alguien va a ser despedido; o bien algún responsable de la seguridad en Domodedovo o alguien del ministerio de Interior. Desgraciadamente, parece que no se han aprendido las lecciones. Todavía falta seguridad en los espacios públicos”.

Los políticos adoptan una dura retórica mientras son incapaces o reacios a enfrentarse a las duras cuestiones de fondo. Mientras tanto los atentados continúan. De hecho, el el propio Cáucaso, ocurren casi diariamente. Los habitantes musulmanes de las problemáticas regiones de Daguestán, Ingushetia y Chechenia entienden perfectamente lo que significa una línea dura en la política rusa.

La corrupción y el miedo reinan en el Cáucaso Norte. El poder reside en un complicado sistema de lealtad entre clanes y el clientelismo político. Moscú envía ingentes cantidades de dinero para acallar la situación, sin embargo nunca llega hasta los empobrecidos y desempleados destinatarios originales ya que “desaparece” en los hondos bolsillos de los cargos regionales. La policía de tráfico en Daguestán patrulla en Porsche Cayenne mientras una gran parte de la población no tiene la posibilidad, ni tan siquiera, de comprarse un coche. Los verdaderos terroristas andan libremente y la población local paga las consecuencias. Las desigualdades han provocado un mayor apoyo local del terrorismo. Horas después de la explosión en el aeropuerto había mensajes de apoyo a los terroristas en numerosas páginas web rusas de extremistas. En el Cáucaso, la gente se ha desentendido del Kremlin. Entre la población local, abundan los rumores acerca de la falta de interés de los servicios de seguridad por detener a los verdaderos terroristas. Simplemente se dedican a hacer estallar edificios “simbólicamente”, a fin de cuentas, si se encuentra a los verdaderos terroristas la corriente de dinero proveniente de Moscú para financiar las operaciones de seguridad cesará.

Alexander Joloponin debe de ser el hombre que más solo está en Rusia. Hace aproximadamente un año este hombre de negocios y economista fue desiganado como enviado presidencial del recién creado Distrito del Cáucaso Norte. Poco después de asumir el cargo se propuso mejorar la situación mediante estimulos destinados al desarrollo económico con el objetivo de proporcionar una alternativa al islamismo radical. Joloponin anunció el pasado verano un programa para combatir los conflictos interétnicos y entre clanes así como el islamismo. En este sentido, se crearon una serie de programas económicos de desarrollo prioritarios: la construcción de una refineria de petróleo en Chechenia, un nuevo desarrollo de los puertos de Majachkala y Derbent así como el incremento de la infraestructura turística. Sin embargo ha sido muy difícil conseguir inversiones. Entre la abundante retórica de los señores de la guerra, los oficiales de los servicios de seguridad, líderes militares y políticos locales, la voz de Joloponin apenas ha sido escuchada. “Aparentemente, el método de desarrollo económico y estímulo de empleo no está sirviendo para para parar el terrrismo”, declaró Anna Nemtsova de “Newsweek” el mismo del atentado en Domodedovo. “Hay mucha frustración en la sociedad”, apuntilló.

El presidente Medvedev retrasó su viaje al Foro Económico Mundial de Davos tras el ataque en el aeropuerto. Tenía previsto dar una charla en la que iba a promocionar a Rusia como un lugar seguro para las inversiones, especialmente pretendía atraer el interés de inversores extranjeros en las áreas deportivas del Cáucaso Norte. Rusia todavía sueña en las montañas del Cáucaso como un destino turístico que podría competir con los Alpes suizos. Cada ataque aleja este sueño de la realidad.

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